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Reformismo fuerte

Padecemos la primera gran crisis de la globalización. Hace 15 años ni Rusia ni India ni China estaban en la economía abierta de mercado. Este hecho insólito ha traído la etapa de crecimiento más largo de la historia y de cambios tecnológicos e inventos transcendentales. Pero todo tiene su cruz. Más de 3.000 millones más de personas viven en grandes ciudades y la demanda ha provocado la escasez de los recursos naturales, agua y alimentos, y el impacto de los combustibles fósiles sobre el clima es evidente. Sobre estas amenazas, grandes capitales financieros jugando en el mercado de futuros ponen en riesgo el sistema. Los estados, desbordados, se interrogan sobre cómo gobernar la globalización y sobre si el dinero se debe ganar especulando con los problemas ciudadanos o solucionándolos (¿mercado público o privado?). Y se crean cuestiones éticas sobre los avances científicos y tecnológicos: ¿hasta dónde la ciencia puede manipular la vida?

Europa, sobre todo la del sur, ha suprimido hasta 25 años de la vida productiva de una persona

Cuando los gobiernos de los estados, y más los subestados, se ven impotentes ante la globalidad, el reto es la gobernanza política, económica, comercial, ambiental, social y financiera del planeta. De esta crisis no todo el mundo saldrá igual. Unos saldrán favorecidos desde el esfuerzo por el cambio; otros se centrarán en el dominio político-económico tradicional, con poca viabilidad, y los resistentes a los cambios tendrán democracias degradadas, Estados de bienestar en quiebra y economías decadentes.

El fin del ciclo expansivo español basado en la construcción y el incremento demográfico y el consumo ha acabado con las alegrías del nuevo rico, de un Estado que ha vivido del déficit fiscal de la Corona de Aragón y de los ingresos extraordinarios de impuestos cíclicos apoyados en el tráfico inmobiliario, con gastos públicos aumentando por encima del crecimiento del PIB y políticas económicas de cara a la galería -los 400 euros clientelares- que se han pulido el superávit ganado por el Estado con el déficit de Cataluña. Acabamos de perder otra oportunidad de avanzar. Como se preveía, el Gobierno español ha incumplido el plazo del 9 de agosto como fecha límite del acuerdo sobre la nueva financiación y ha incumplido el Estatuto. El problema del déficit catalán, pues, continúa sin resolverse, así como la dependencia económica respecto a un mercado que ya no es suficiente.

Hace falta un reformismo fuerte. Hace falta apostar por la investigación y el desarrollo como motor del cambio del modelo económico, con decisiones drásticas como la de Baviera, que para el proyecto de Transrápido, de 400 millones de euros, para dedicarlos a I+D+i. No querer abordar reformas del sistema de seguridad social, entre otras, por garantizar la sostenibilidad del sistema es pan para hoy y hambre para mañana, es apostar por una auténtica insolidaridad intergeneracional que lleve a los jóvenes de hoy a vivir peor que los padres y a la clase media a acelerar el proceso de proletarización y su desaparición. Hay que trabajar más productivamente, superar los horarios laborales ineficientes y el absentismo. España tiene una de las pirámides salariales con mayor distancia entre los de arriba y los de abajo, y la meritocracia menos premiada de Europa. Tenemos insuficiente población activa y demasiados prejubilados. Con el alargamiento de la vida, la incorporación al trabajo se hace más tarde y hay una expansión de las prejubilaciones. Europa, sobre todo la del sur, ha suprimido hasta 25 años de la vida productiva de una persona. ¿Es sostenible que este capital humano no se utilice ni en servicios a la comunidad?

¿Abordaremos, como las socialdemocracias del norte de Europa, una reforma del subsidio del paro como incentivo para buscar trabajo y formarse, y no para lo contrario?

¿Será capaz el Estado español de adelgazar la estructura central con competencias residuales, suprimiendo ministerios y amortizando en el futuro plazas de funcionarios de los servicios sin competencias? Es la hora del reformismo fuerte, por el bien de todos, de la república.

Josep Huguet Biosca es consejero de Inovación, Universidades y Empresa de la Generalitat.

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