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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Roland Bar

1Felipe Cussen estudió en Barcelona, en la calle de Verdi, durante una larga temporada. Se fue hace tres años y recuerda su estancia en la ciudad como un tiempo de prodigios. Es chileno y a veces en Valparaíso se le puede encontrar en el Roland Bar, un antro que lo es todo menos un café para pensadores. Ahora me envía desde Santiago de Chile un escrito en torno a las relaciones entre la literatura y la nada. Hay citas de versos admirables de Guilhem de Peitieu (Farai un vers), José Corredor-Matheos y Roberto Juarroz, versos que no conocía. De Juarroz retengo este poema: "Primero, / pintar retratos sin modelo. / Después, pintar autorretratos sin modelo. / Quizá se pueda entonces / pintar la nada con modelo".

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Un abismo separa la letra del spot Amo a Laura de unas líneas de Cortazar que prácticamente hablan de lo mismo: "Por qué, a ciertas horas, es tan necesario decir 'amé esto'? Amé unos blues, una imagen en la calle, un pobre río seco del norte". La diferencia abismal, el pavoroso trecho que separa la letra del spot y la cita de Cortázar, se llama literatura. Percibir esas diferencias entre la canción a Laura y los blues cortazarianos está al alcance de cualquiera. Y sin embargo, todavía hay quien pregunta: "Oye, ¿qué le encuentras a la literatura?".

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Marta Rivera, finalista del Planeta de este año, abre su novela con una frase de Sergio Pitol: "Aunque si bien es cierto que vivimos tiempos crueles, también es cierto que estamos en tiempo de prodigios". Son palabras optimistas de Pitol, que parece hablar un lenguaje distinto del que nos aplasta cotidianamente, ese lenguaje que fuerzas financieras parecen cada día más interesadas en difundir para aterrar y esclavizar. Para esas fuerzas políticas se trata de que la gente viva acongojada, con una sensación de caos y de terror general, que no responde a nuestra verdadera realidad. Porque si bien un ciudadano parece obligado a convivir con los sospechosos lenguajes habituales, también lo es que existe la literatura, que habla un lenguaje distinto del que nos imponen y que es la única alternativa al idioma de las dictaduras cotidianas que hoy en día sustituyen a dios, patria y rey. Porque ahora esas tiranías habituales son familia, trabajo, política, todo supervisado por el inefable mensaje televisivo.

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Recuerdo que fue en el Roland Bar de Valparaíso donde pensé que sería interesante que aprendiéramos a sustituir el dilema hamletiano del ser y no ser por algo más acorde con la época. La cuestión profunda estaría en la simultaneidad y no la alternativa: ser y no ser al mismo tiempo. Nunca habíamos estado tan mal, nunca tan bien. A fin de cuentas, digan lo que digan, vivimos en una época prodigiosa.

Cuando a George Steiner le hablan de la poesía después de Auschwitz, suele recordar que se siente hechizado por la música más reciente: "Creo que vivimos un gran periodo musical. Y que, por otra parte, en Inglaterra, gracias a Bacon, Lucien Freud, Hobbarth, Ekita, Hockney, ha surgido de nuevo el genio en la pintura y resurge la imaginación".

Para Steiner, no se recuperará la confianza total en la imaginación mientras no se intente englobar en todo eso el dominio de la ciencia. Los motivos para ser pesimistas los escupe la televisión y la creciente vulgaridad de lo político. Si uno, por poner un ejemplo local, se dedica a ver el DVD de Artur Mas, le queda poco espacio para la imaginación, y ya no digamos para sumergirse en el tiempo de maravillas en el que, simultáneamente al desastre, vivimos.

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Daniel Emilfork ha muerto. "Murió de vejez y de soledad", me ha escrito su amiga Valérie Lang al anunciarme hoy su muerte. Actor francés de origen chileno, fue intérprete en películas de Polansky, Fellini y muchos otros, y también un gran actor shakesperiano. Se decía de él que era "el hombre más feo del mundo", y la verdad es que este actor de una bondad infinita había hecho merecimientos para parecerlo, pero sus padres eran judíos de Ucrania que a su vez procedían de Etiopía, donde el concepto de belleza seguro que es distinto.

Fue un gran actor en tiempo de prodigios. Supe de su existencia hace años, a mi regreso de una fiesta celebrada al lado del Roland Bar, tras un fin de siglo y de milenio en Valparaíso. En el avión de vuelta, leí una entrevista con aquel chileno parisino o chileno "emparisado" (que diría Jorge Edwards), y sus declaraciones me inspiraron el personaje de una novela que estaba entonces escribiendo. Surgió de allí el personaje de Tongoy, "el hombre más feo del mundo". Contaba Emilfork en aquella entrevista que, siendo aún muy niño, una amiga de su madre le dio a entender que él era muy feo y un perfecto vampirito. "¿Soy feo, mamá?", le preguntó a su madre, ya en casa, el pequeño Emilfork, muy preocupado. "Sólo en Chile", le respondió su madre.

Por mediación de la actriz Valérie Lang, le visité una tarde de invierno del año pasado en París. Resultó ser un personaje de gran elegancia moral. Al atardecer, en la austera casa de Montmartre, nadie quería encender las lámparas. Pasamos a hablar en voz cada vez más baja a medida que la luz se iba, como si estuviéramos en un cuento de Felisberto Hernández. Y todo eso creó un clima de bella felicidad en el que flotaba la voz personalísima de Emilfork. Yo de allí me fui tropezando con los muebles.

Ya de regreso al hotel, sentí que había vuelto a inventar a Tongoy y que ya para siempre sería el hombre de la casa de Montmartre en la que no se encendían las lámparas. Caí rendido de sueño y, en plena noche, oí susurrar algo que ya le había oído decir a Emilfork en su casa: "Nunca fui el más feo del mundo, sino un judío de Etiopía en la oscuridad de Odessa". Lo recuerdo muy bien porque hubo una extraña mezcla de amabilidad y de terror en la voz inesperada del gran Emilfork en mitad de la noche.

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