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Reportaje:Bestiario estival

Rucios y acémilas

Ciutat Vella está salpicada de placas que indican las direcciones de los carros

Las pueden buscar en muchas esquinas; en Ciutat Vella son fáciles de encontrar. En la calle de la Llibreteria con Dagueria hay una señal que prohíbe la entrada de carros; en Boltres con el paseo de Colom el rótulo nos indica que es una calle de salida, y en la calle de Montcada, en cambio, nos indica la dirección correcta para entrar. Las hay en el Raval, en el Gòtic y en el Born. La mayoría son placas decimonónicas en las que se ve el escudo de la ciudad y a un arriero de pie, sujetando por la brida su montura con la mano izquierda y con la derecha señalando al frente; y la inscripción "Entrada" o "Salida", según sea el caso.

Las hay incluso más antiguas, como las que salpican el barrio de Sant Pere, con el dibujo de un carricoche cuyo animal de tiro también va sujeto por las bridas por su conductor, y que lleva un látigo en la otra mano. Desde los primeros años del siglo XIX y hasta principios del siglo XX hubo distintos modelos, como uno en cerámica de azulejos, conservado en el museo de Historia de la Ciudad, que dice: "Por orden del gobierno todos los carros que transiten por esta calle deberán precisamente tener la dirección que se indica con el carro pintado, bajo la multa de tres libras". Encima del letrero, pintado, otro arriero dirige su carreta descubierta tirada por una mula, que no parece estar muy conforme en avanzar por la dirección marcada. Pero a pesar de las diferencias, todas estas viejas placas de circulación servían para lo mismo.

Hubo calles que incluso se protegieron con cadenas para impedir la circulación de vehículos
En 1857 se redactan las primeras ordenanzas que obligan a los arrieros a ser mayores de dieciséis años

Tradicionalmente, las vías públicas de Barcelona tenían el sentido que llevase el transeúnte, el jinete o el conductor de un carruaje. Apenas había normas relacionadas con la circulación, y sus nombres solían ser denominaciones populares, de carácter aproximativo. Como mucho había distintivos para determinadas casas -como palacios, iglesias, sedes gremiales o prostíbulos-, que se marcaban con escudos, imágenes, emblemas de oficio o colores chillones. No fue hasta 1770 cuando se empezaron a rotular las calles con placas municipales de cerámica; de estas últimas todavía puede encontrarse alguna, como la que identifica la iglesia de Santa Àgata -hoy Sala del Tinell-, en la plaza del Rei.

No obstante, a partir de la segunda mitad del XIX la ciudad experimenta un gran crecimiento, y con él aumenta el volumen de vehículos que transita por la ciudad. Desde que en 1818 se abra el primer servicio fijo de diligencias de la Península -con administración en Nou de Sant Francesc y sucursal en La Rambla-, cada vez hay más carromatos por la calle. Por ese motivo, el Consistorio decide regular la dirección del tráfico con señales especiales, que indican cuál es el sentido correcto de la conducción. En 1857 se redactan las primeras ordenanzas. El callejero se estructura conforme a cuarteles e islas, como puede verse en una placa superviviente en el Pas de l'Ensenyança. Y se obliga a los arrieros a ser mayores de 16 años, a bajarse del vehículo en calles estrechas, a no circular de noche, a llevar una campanilla y a no llevar más de un animal de tiro. A los conductores de transporte de personas se les permite estacionar en la acera, previo pago de la tarifa. Se les autoriza a aparcar en las plazas de Santa Ana, Palau y del Pi, y en diversos puntos de La Rambla. Tienen prohibido llevar más pasajeros de los permitidos, y es obligatorio llevar reloj. A todos ellos se les concede un permiso y se les da una placa de metal con su número de inscripción en el registro, que hace de matrícula.

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No parece que Barcelona fuese una ciudad muy fácil para el tránsito rodado, con sus calles estrechas e irregulares. Prueba de ello son los zócalos de muchas casas del centro, que presentan un aspecto redondeado, con unas marcas horizontales de desgaste, recuerdo de cuando los carros, al entrar en ellas, rozaban con los ejes de las ruedas y hacían estas regatas. Hubo calles que incluso se protegieron con cadenas -como la desaparecida calle de la Cadena, en el Raval-, que determinados vecinos tensaban o destensaban a ciertas horas del día, para impedir la circulación de vehículos. Ahora, todas esas señales han quedado como simples elementos decorativos, huellas de una época cuando el asfalto estaba festoneado de excrementos de caballo y, de pronto, se oían las campanillas y los cencerros de las tartanas anunciando su paso, como modernas bocinas en hora punta.

Placa de la calle de Boltres que indicaba la dirección por donde debían circular los carros.
Placa de la calle de Boltres que indicaba la dirección por donde debían circular los carros.CARLES RIBAS

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