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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sobrevivir a una guerra

Desde que explotó la guerra de Irak, no dejo de pensar en unos amigos cuya vida cambió a causa de otra guerra: Slobodan Minic (Boban), Edina Kurtagic (Dina) y sus hijos Boran y Goran. Huyendo, encontraron refugio en L'Escala. Boban tiene apellido serbio, y Dina, musulmán. Ambos eran y siguen siendo laicos, como tantas familias de Sarajevo, donde se mezclaban, sin problema alguno, gentes de todos los orígenes balcánicos. Como es sabido, la heroica Sarajevo resistió hasta la extenuación el cerco del fanatismo. No pudo salvarse el espíritu de tolerancia, base de su prosperidad. Boban y Dina me reciben en el CER de L'Escala, un entrañable centro recreativo, cuyo bar regentan. Entran los clientes habituales. Boban les saluda y, sin preguntarles, puesto que ya conoce sus gustos, prepara el café, llena la copa, ofrece la faria. Aquí es camarero. En Bosnia era director de los programas de cultura y ocio de Radio Sarajevo. Era una especie de Cuní o Gabilondo bosnio. El magacín Mivion, que dirigía y presentaba, era tan célebre que lo salvó de la muerte. En efecto, su apellido serbio y el hecho de estar casado con una mujer de apellido musulmán ofendieron a un policía croata ("vosotros, los mixtos, sois los peores"), que ya desenfundaba, pero alguien reconoció su voz y ofreció una propina al policía, que le perdonó la vida.

Hablamos, con Boban y Dina, de las mentiras informativas de la guerra de Irak, que parecen calcadas de las de la guerra de Bosnia

Boban no siente haberlo perdido todo: el prestigio profesional y una confortable situación. Siente no poder ofrecer a Dina, la vida de escritora que ella soñaba. Dina, que es periodista (y escribe maravillosamente, ahora en catalán), tenía un hijo y estaba embarazada del segundo durante la guerra. El pequeño nació durante los peores bombardeos. No había luz en el hospital. A causa de una herida del parto, Dina se desangraba a oscuras, apelotonada junto a otros enfermos. Una enfermera encendió casualmente un mechero y notó el brillo de la sangre. Todas las historias que cuentan nueve años después de haberse instalado entre nosotros, sosegados, aunque tristes, son historias para no dormir. Un oyente del programa de Boban, por ejemplo, hizo una llamada en antena poco después de que desapareciera el agua de los grifos. Llamó para explicar que iba a suicidarse: vivía en un séptimo piso, tenía los huesos machacados por la edad, no podía subir y bajar las escaleras para ir a buscar agua o comida. No quería molestar. No debía usar unas camas hospitalarias que tenían peores urgencias. Era ya un hombre viejo. Debía morir. Colgó antes de que Boban pudiera ofrecerle un consuelo.

Apostados en la barra, mientras preparan cafés o limpian las tazas, Dina y Boban dicen que lo peor de la guerra llega después. "La gente no se resfría, durante los bombardeos, no enferma, no se deprime. Importa tan sólo sobrevivir: encontrar comida, proteger a los niños, pasar un día más. Nada importa. Incluso el cáncer espera durante los bombardeos. Destrozan tu casa, lo pierdes todo y piensas: da igual, estoy vivo". Boban y Dina conocen perfectamente los sentimientos de las personas anónimas de Irak que estos días han aparecido en nuestras pantallas. "Después de las bombas viene lo peor. Con el alto el fuego, uno empieza a tomar conciencia de lo perdido. Se disparan los índices de cánceres, las depresiones, los suicidios". Dina y Boban sirven ahora carajillos, pero sus análisis de la guerra de Irak no los supera el más engolado de nuestros expertos. Niegan, por ejemplo, la excusa democrática con que se ha intentado justificar la invasión de Irak, una excusa que los belicistas refuerzan con el recuerdo de la intervención en los Balcanes. Boban niega la mayor. "Salíamos de la dictadura. El camino hacia la democracia era arduo y complicado. Europa y América tenían que haber intervenido enseguida, pero no con los tanques, sino con dinero y política: necesitábamos muletas para avanzar en nuestra transición". Boban, que ha escrito sobre el siniestro papel de los medios de comunicación en la guerra, afirma que periodistas y escritores despertaron los monstruos del pasado: los nacionalismos étnicos. Las potencias europeas apoyaron a unos o a otros, en lugar de aplacarlos a todos con presión política y ayuda económica. Cuando llegaron los tanques pacificadores, la limpieza étnica era irreversible.

Hablamos de las mentiras informativas de la guerra de Irak, que parecen calcadas de las mentiras de la guerra de Bosnia. Cayó una bomba en el mercado de Sarajevo, ¿recuerdan? Y cada televisión dio, como en el mercado de Bagdad, su versión mentira. "¡Igual que ahora, igual!", exclama Dina. "¿Y dentro de 100 años será igual?".Y Boban: "La verdad muere en la guerra. Y, sin verdad, todo está perdido".

Con no pocas dificultades económicas, Boban y Dina, exiliados, arraigan en nuestra confortable Cataluña. A decir de los viejos del lugar, el pequeño de los Minic es el mejor futbolista que ha tenido L'Escala en 20 años. El hijo mayor es altísimo y muy inteligente. Ambos están perdiendo la lengua familiar. Dina lo contó en una impresionante narración que aparece en el libro Sarajevo, la ciutat de la nostra memòria publicado por el Ayuntamiento de Barcelona. Años después, Dina y Boban vuelven a pensar en Bosnia. Aquí duermen, pero no sueñan. Viven, comen, incluso tienen hipoteca. Pero todas sus expectativas personales están cerradas. No pueden marcharse y replantar a sus hijos catalanes en una Bosnia partida por el hacha étnica. Boban dice que la renuncia a los sueños no le duele. Que luchar por su familia da sentido a su vida. Aunque el gris de sus ojos se torna azul cuando me explica cómo era su programa de radio. Dina no parece tan resignada. Le faltan algunos años para llegar a los 40, pero ya nota que el esfuerzo de mantenerse a flote se lo lleva todo. Muchas puertas están cerrándose. En realidad, nunca llegaron a abrirse. Y mientras habla, sus penetrantes ojos eslavos enrojecen.

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