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Columna
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Tics de poder

Francesc Valls

Superfluos, prescindibles o excesivamente caros. Bajo este epígrafe lamentable el Gobierno catalán gastó en informes más de 700.000 euros en 2007. Esta misma semana el consejero Antoni Castells ha presentado los datos contenidos en una auditoría que encargó sobre 2.961 informes, algunos de los cuales no son sólo de difícil clasificación, sino de imposible justificación. Algunos integrantes del Ejecutivo catalán habrían preferido ahorrarse el importe de esta auditoría. Y no con finalidades de austeridad presupuestaria, sino con la intención de evitar que los medios se hicieran eco de tamaña irresponsabilidad.

La oposición, como corresponde a su papel fiscalizador, ha pedido que rueden cabezas por esa ligereza con el dinero público. Como el capitán Louis Renaud en Casablanca, CiU, PP y Ciutadans han descubierto con sorprendente sorpresa que en el café de Ricky se juega. Aunque ellos saben de sobra que la afición de quien tiene el poder a este tipo de juegos es atávica.

Todos se parecen cuando ejercen el poder, pero no todos son iguales. Ahí juega la responsabilidad personal

Bajo el pujolismo, una auditoría de esas características habría sido impensable. De hecho, ni llegó a plantearse a pesar de que informes había y algunos de ellos bien jugosos. Sabido es que la autonomía de los consejeros en el ventenio de CiU estaba más encorsetada que la cosmovisión agustiniana de Port Royal. Sin riesgo a error puede concluirse que la impunidad con la que se encargaron y se encargan informes inútiles a amigos y conocimientos en general es uno de los desgraciados tics del poder. Es también un tic que el Gobierno tripartito haya encargado un informe sobre qué piensan periodistas y lo guarde bajo llave. Y es otro tic que el Gobierno de Pujol encargara uno similar que concluía que TV-3 estaba poblada por "quintacolumnistas, colaboracionistas y traidores". La diferencia es que ese "estudio" se efectuó en 1993... y hubo que esperar a 2006 para conocer su contenido.

Todos se parecen cuando ejercen el poder, pero no todos son iguales. Y es ahí donde juega la responsabilidad personal de quienes a pesar de estar bajo una bandera política luchan por mantener un perfil propio, lo cual resulta placentero y halagador en algunas ocasiones y muy molesto en otras, pero contribuye a que los ciudadanos mantengan cierta fe en quienes desempeñan tareas de responsabilidad sin caer en el fatalismo del todos son iguales. El enciclopedista D'Alembert consideraba "sectas peligrosas" a jesuitas y jansenistas. Pero mientras los seguidores de Ignacio de Loyola -aseguraba- son personas conciliadoras con tal de que uno no se declare su enemigo, los jansenistas pretenden que se piense como ellos. A falta de mejores zanahorias habrá que abundar en el matiz, de la misma manera que el olfato del enciclopedista fue capaz de percibir olores en lugares tan extraños para él como las pugnas interreligiosas.

Lo mismo es extrapolable a las instituciones culturales y deportivas. Algunos profetas de calamidades han alzado la voz: ¡Cataluña se hunde! Hay saqueadores en el Palau de la Música y espías en el Barça. Es alarmante que nadie revise auditorías con desvíos millonarios. Hay dejación de las administraciones, y también irresponsabilidad individual prolongada. Nadie se preguntó cuál era el motivo por el que el Palau carecía de director artístico. En más de 20 años nadie fue capaz de detectar que el poder -esta vez encarnado por Fèlix Millet y sus socios- era capaz de desviar al menos 10 millones de euros. Las personas y las instituciones le dieron misericordiosamente a Millet la oportunidad de "regenerarse" tras su condena por el caso Renta Catalana y él lo aprovechó brillantemente. Hasta tal punto que hoy comienza a hacer fortuna el apelativo de millets para los billetes de 500 euros y montulls para los de 200. Quizá alguna actitud personal responsable hubiera alertado de tanta corrupción.

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Y, ¿qué decir del último desconche? Un poder deseoso de perpetuarse hizo espiar a cuatro vicepresidentes del Fútbol Club Barcelona con fines electorales. En una junta directiva llena de profundos liberales y valerosos patriotas nadie es capaz de asumir la responsabilidad de dimitir. El presidente Joan Laporta no lo sabía, la "auditoría de seguridad" fue ordenada por director general del club, Joan Oliver. La lamentable cruz del poder halla su cara en Pep Guardiola: un hombre sencillamente responsable, capaz de mantener él solo la dignidad de un club, cuya directiva se empeña en dilapidar.

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