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Columna
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Tranquilo, Sirera, tranquilo

El nuevo líder del PP de Cataluña, Daniel Sirera, ha mostrado en EL PAÍS su inquietud, o malestar, porque ve a "Convergència i Unió muy radicalizada". "No le pido nunca a nadie que renuncie a sus principios para llegar a acuerdos. Lo que veo es una CiU muy radicalizada y que compite con ERC para ver quién es más nacionalista. Así es muy difícil llegar a acuerdos", advierte Sirera, la nueva esperanza blanca del Partido Popular de Cataluña.

No le falta razón al joven dirigente conservador. Es cierto que la cúpula de Convergència -aunque no de Unió, como es bien sabido- ha acentuado formalmente sus planteamientos nacionalistas hasta transformarlos en soberanistas. El soberanismo es un concepto más bien ambiguo, que viene a ser sinónimo, no obstante, de lo que se entiende comúnmente por independentismo o, en lenguaje más tradicional o antiguo, por separatismo.

Pero el soberanismo de CDC no es nuevo. Ha estado siempre instalado en el desiderátum de amplios sectores convergentes, empezando por el propio Jordi Pujol, maestro sin embargo en el arte del posibilismo llevado con suma habilidad hasta sus últimos extremos. En un mismo discurso, Pujol era capaz de decir una cosa y la contraria a la vez, insinuando además que ambas eran perfectamente compatibles.

Artur Mas y sus más estrechos colaboradores -entre los cuales sobresale por diversas y poderosas razones Oriol Pujol Ferrusola- proyectan una imagen sin duda más nacionalista que sus predecesores. Pero hay que tener en cuenta que no gobiernan y que, en efecto, compiten al respecto con ERC. Una parte del electorado es intercambiable y puede votar a CiU o a ERC, según la coyuntura. Por lo demás, conviene no olvidar el pragmatismo exhibido por Mas cuando las circunstancias propiciaron su acuerdo con José Luis Rodríguez Zapatero sobre el nuevo Estatuto.

No deja de ser curioso, en todo caso, que Sirera acuse a CiU de radicalismo. ¿No ha ascendido Sirera en el escalafón de su partido gracias precisamente a que Josep Piqué era tildado de blandengue, de moderado o de centrista desde el interior del PP y de sus territorios mediáticos más próximos? A Piqué cada dos por tres lo sacudían desde los píos micrófonos de la COPE. Su pecado era el de ser dialogante o -más grave todavía- el de intentar que el PP participara, aun críticamente, en el proceso del Estatut. Eso lo debía de saber bien Sirera. En primer lugar, por razones obvias al ser, durante muchos años, un observador privilegiado dentro del estado mayor del Partido Popular catalán. En segundo lugar, porque conoce a fondo las claves ideológicas de Federico Jiménez Losantos, asimismo promotor de Libertad Digital, periódico de la derecha extrema donde ha venido colaborando de modo regular el sustituto de Piqué.

Y donde, junto con la cadena radiofónica episcopal y otros medios afines a Génova 13 y/o a FAES, se llevó a cabo la campaña de envenenamiento contra la reforma del Estatuto. ¿Considera Sirera que la demonización del Estatuto, con la movilización de la derecha recogiendo firmas por doquier, y llevando el texto al Tribunal Constitucional, es o no un signo de radicalismo político, por otra parte altamente peligroso desde la lógica de la convivencia ciudadana?

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En orden a radicalismos, Sirera tendría que tener en cuenta la reflexión de Esopo en su apólogo o fábula llamada Los ríos y el mar. "Antes de culpar a otros, fíjate primero si no eres el verdadero culpable", escribió Esopo con admirable tino, siete siglos antes de Cristo. Sirera no es el culpable, ni principal ni directo, de la radicalización derechista del PP, incluyendo en este paquete la furibunda obsesión del España se rompe, acuñada básicamente a raíz del Estatuto. Pero sí se acercan más a esa culpabilidad, aludida por el escritor griego, personajes como Ángel Acebes -entre otros-, que tanto tuvieron que ver con la defenestración de Piqué.

En cuanto a futuros acuerdos, habría que recomendar a Sirera que no sufra en exceso, ahora que -con las elecciones de marzo casi a la vista- en el PP muchas voces destacadas, con Mariano Rajoy a la cabeza, vuelven a acordarse de CiU y hasta del PNV. Al día siguiente de las urnas de marzo de 1996, José María Aznar llamó a Rodrigo Rato y le transmitió el siguiente mensaje: "Rodrigo, hay que llegar a un pacto de legislatura con Convergència i Unió. Quiero que las negociaciones las lleves tú", según puede leerse en la hagiografía Aznar. La vida desconocida de un presidente, publicada en 1999 y escrita por dos periodistas en la órbita genovesa.

Rato -que no Rajoy, alerta- acabó consiguiendo lo que entonces parecía a priori misión casi imposible. Aznar logró su objetivo -ser presidente del Gobierno- tras declarar en TV-3 que la lengua catalana "es una de las expresiones más perfectas que conozco de las lenguas de España, y no sólo la leo y la comprendo desde hace muchos años, sino que la hablo en círculos poco numerosos". En la intimidad, vaya. Y si Pujol le hubiera puesto como condición añadida que, en la plaza de Sant Jaume, Aznar y Ana Botella bailaran una sardana, la habrían bailado. Tranquilo, Sirera, tranquilo. La aritmética parlamentaria hace prodigios. Pero sólo un milagro convertiría a Rajoy, a estas alturas de la película, en jefe del Gobierno.

Enric Sopena es director del diario digital Elplural.com

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