¿Turismo? Todo vale
Dicen que el Ayuntamiento ha decidido paralizar el trámite del aberrante hotel del Palau de la Música, visto lo que está cayendo. No veo la razón. El Palau seguirá ahí después del tifón Millet y, si el hotel era justo y necesario hace un mes, tan justo y necesario que valía la pena recalificar fincas y casi arrasar una esquina histórica, seguirá siendo justo y necesario ahora. Y si no lo es ahora, no lo era antes. Yo sigo creyendo que el hotel es aberrante en concepto (un equipamiento cultural no se financia con negocios) y en momento. Es la hora de sentarse a pensar en el binomio Barcelona y turismo, porque el plan estratégico que impulsa el Ayuntamiento todavía no sabe si tiene que buscar más turistas, mejores turistas y mejor encaje de los turistas con la ciudad, de manera que trabaja todas las variables.
Cuando el vaso de la paciencia urbana se desborda, el Ayuntamiento sale con lo del turismo de calidad. Esa es fácil. Dice el alcalde: al turista guarro no lo quiero. O sea que queremos jubilados de oro, que no ensucian y casi ni se quejan cuando les birlan la cartera en la esquina. ¿Ha pasado el alcalde por la fastuosa T-1 de El Prat? El aeropuerto de Barcelona es el paraíso del low-cost. El low-cost es, en sí mismo, una maravilla: la democratización del viaje, como el pollo de granja fue la socialización de la proteína y las gentes crecieron unos cuantos centímetros. Que orinen en el centro es un problema de Barcelona. Hay ciudades con más turistas que Barcelona que ni se deslucen ni se venden ni se ensucian ni se derrumban. Barcelona, para captar turismo a borbotones, vendió la imagen del todo vale: ahora habrá que remar contra corriente.
Que en la ciudad proliferen hoteles hirientes como el vela o el fallido Miramar o este del Palau significa que la palabra turismo abre muchas puertas. Pero va siendo hora de elegir qué queremos ser. Barcelona tiene una estructura peculiar y complicada, porque el suburbio, con las actividades suburbiales, coincide con el centro. Juntar Rambla y Raval, turismo, nocturnidad y bajos fondos es tan complicado que la gestión tendría que ser delicadísima, inteligentísima. ¿Y qué ha hecho el Ayuntamiento? Pues claro: ¡un hotel de lujo!
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