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Carreras hacia el dislate JOAN B. CULLA I CLARÀ

Se veía venir. A fuerza de criminalizar al nacionalismo catalán, don Francesc de Carreras ha terminado criminalizando a los nacionalistas catalanes y, en particular, a la peligrosa variante de los "nacionalistas fundamentalistas", contra los cuales parece querer erigirse en valeroso Joseph McCarthy.El pretexto para su cacería de brujas -pretexto, sí, aunque él lo presente como el incendio del Reichtag de esa escalada fascista sobre la que gusta delirar- han sido los penosos incidentes que, el pasado 16 de diciembre, impidieron a los señores Juaristi y Vidal-Quadras pronunciar sendas conferencias en un local de la Universidad de Barcelona. Pues bien, sobre la base de algunos comentarios a tales hechos y de no se sabe qué juicios de intenciones, Carreras publicaba en EL PAÍS del día 23 una primera lista negra de los principales culpables de aquel boicot, entre los cuales tenía la desenvoltura de incluirme con estas palabras: "...y el historiador Joan B. Culla también se mostraba comprensivo con la acción de los violentos...".

Mi radical discrepancia ideológica con las tesis de Alejo Vidal-Quadras no es un secreto para nadie, y menos aún para los lectores de este diario. La he expresado siempre con argumentos, sin permitirme otras licencias que la ironía o el sarcasmo. Y me enorgullece decir que el fair play y el buen trato personal han resistido, incólumes, una década larga de desacuerdos públicos. Una vez aclarado que no necesito las lecciones del catedrático Carreras para distinguir entre enemigos y adversarios, quiero emplazarme formalmente a que precise dónde y cuándo, en qué texto o grabación, ante qué auditorio me he mostrado comprensivo con la actuación de los estudiantes boicoteadores. Le va a resultar difícil.

Bien al contrario, y en dos fechas distintas -17 y 21 de diciembre- los oyentes de El Matí de Catalunya Ràdio pudieron escucharme condenar lo sucedido y defender el derecho a la libertad de expresión. Eso sí, añadí entonces -y reitero hoy- que me parecía llamativa la monocromía de pensamiento entre todos los ponentes del ciclo boicoteado, ya que el debate intelectual en público suele requerir la participación de posturas distintas. Dije también -cito- que "la magnitud de la estupidez de los reventadores se mide por la enorme explotación que los profesionales del antinacionalismo catalán están realizando" de aquellos hechos.

Y, puestos a llenarnos la boca con la palabra "democracia", ahora me pregunto, además, si es muy democrático descalificar, demonizar y deslegitimizar por sistema una legislación y una política lingüísticas dictadas y aplicadas por las instituciones representativas de Cataluña con todos los avales jurídicos y un amplísimo apoyo en las urnas. ¿Sostener todo esto me convierte en instigador de los lanzadores de huevos y botes de pintura? Sí, desde luego: del mismo modo y en el mismo grado que Juaristi, Carreras, Vidal-Quadras, etcétera, son responsables de los desmanes de esos rapados que suelen reunirse, cada 12 de octubre, a denostar el "separatismo" frente a la estación de Sants.

En su tenaz esfuerzo por sacar de lo ocurrido toda la renta posible y acrecentar el escándalo, Francesc de Carreras y compañía han subrayado que, además, la agresión se cometió en sagrado, entre los augustos muros de la Universidad, ese templo inviolado de la tolerancia y la libertad de pensamiento. ¡Qué bonito! Lástima que la realidad sea algo más compleja. Lo es, en efecto, la dinámica de un movimiento estudiantil que no se corresponde nunca con el sistema de ideas y partidos del exterior, que tiene una base representativa muy pequeña y en el que, siempre, el activismo y la radicalidad obtienen un enorme plus de protagonismo, ante el cual principios como la libertad de expresión resultan fácilmente desbordados.

Incluso sin evocar las famosas y celebradas ocupaciones de cátedras de los años sesenta en la Universidad de Barcelona, recuerdo todavía haber presenciado de lejos, a principios de los setenta, la expulsión física de un catedrático de Filosofía, que fue puesto de patitas en medio de la Diagonal por ser un redomado y reaccionario tomista, cuando lo que estaba de moda era el marxismo; y a toda la progresía de entonces le pareció estupendo.

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¿Que eran otros tiempos, y que la lucha antifranquista lo justifica todo? Puede que sí, pero el fin de la dictadura no supuso en esto ningún giro copernicano. Quienes llevamos ya casi un cuarto de siglo dedicados a la docencia universitaria tenemos la memoria llena de episodios en los que una facultad, o un campus entero, se vieron bloqueados durante días o semanas por la protesta de un puñado de estudiantes radicalizados; y hemos vivido huelgas triunfantes gracias a la silicona en las cerraduras y clases suspendidas, contra la voluntad de sus alumnos, por dos tipos con un tambor y una bocina. Y -algunos, por lo menos- hemos criticado siempre tales conductas, aunque sin creerlas ni el huevo de la serpiente ni la avanzadilla del fascismo. Por cierto, cuando en fe

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