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AL CIERRE
Columna
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El Velódromo

Insólito. Un viejo local, con una tradición que se remonta a 1933, ha reabierto sus puertas a los barceloneses y lo ha hecho -una vez convenientemente repintado y restaurado- tal y como estaba cuando cerró, y lo que es lo mismo, tal y como básicamente lo concibieron sus fundadores. Me refiero al bar Velódromo de la calle de Muntaner en la esquina con el pasaje Pellicer; todo un clásico, con sus grandes ventanales, sus billares y la escalera de caoba que sube a la planta superior. Sólo al sentarse en las butacas se da uno cuenta de que el tapizado es nuevo, por todo lo demás la sensación es que nada ha cambiado.

Había cerrado en septiembre de 2000, cuando Manuel Pastor, su propietario, cumplió 65 años y optó por jubilarse. Y ha resucitado gracias a la iniciativa de la cervecera Moritz, que renació también de sus cenizas para asumir un sorprendente mecenazgo ciudadano y aportar a Barcelona algunas cosas que tienen todas las grandes ciudades, como por ejemplo un lugar que tenga la cocina abierta durante todo el día y casi toda la noche, como si fuera una auténtica brasserie.

Por el Velódromo pasó todo tipo de gente. Se cuenta entre sus clientes a los miembros del Gobierno de la República exiliados en Barcelona al final de la Guerra Civil o a los organizadores de la huelga de tranvías de 1951, por citar algunos.

Se pueden contar con los dedos de la mano los espacios públicos con algún atisbo de tradición, en los que el paso del tiempo se pueda visualizar por capas -hablo de bares, restaurantes o salas de baile- que sobreviven en esta ciudad de los diseños. Cuando no es la piqueta que pura y simplemente se lo ha llevado por delante sin que nadie diga nada, es la estupidez humana la causa del desaguisado. "Esto ya no se lleva, está pasado de moda", le dice un día al dueño del local un avispado decorador que se hace pasar por cliente. Las viejas maderas nobles, las capas de conversación, el ambiente acumulado durante años de convivencia, incluso la parte de los ángeles, desaparecen y son sustituidos por una barra de metacrilato homologada y una iluminación que enmascara el vacío y crea un ambiente sin condicionantes, abierto a la improvisación mimética, al reality show, que es el mejor ejemplo de lo que pasa cuando se pierden las formas y el contenido se escapa también con ellas.

Hay casos peores, aquellos en los que la memoria de la ciudad está en peligro por la miopía de quienes la administran, cuya inmensa incultura les hace creer que lo antiguo es viejo y hay que derribarlo y aplicarle a rajatabla las ordenanzas. Sobran los ejemplos de este proceder.

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