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Columna
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Wikileaks, o la muerte de McLuhan

"Estoy viviendo una situación orwelliana", afirmaba estos días Julian Assange, denunciando la campaña de vigilancia a la que él y sus seguidores están siendo sometidos por parte de Estados Unidos. La referencia a George Orwell parece pertinente en el pulso entre un Gran Hermano desnudo con ansias de venganza y el líder de un grupo de activistas fundador de Wikileaks.

Es un recurrente clásico en la historia que la irrupción de un nuevo espacio de información pública tense la relación entre poder y ciudadanos. La necesidad de comunicación permanente entre gobernantes y gobernados es el punto de partida que explica la centralidad de los medios en los sistemas representativos. Pero su importancia va mucho más allá, porque los medios de comunicación son espacios de deliberación colectiva que ayudan a preservar los principios democráticos de la libertad de expresión y la igualdad. Conciliando intereses privados y públicos, los medios también pueden contribuir a reforzar el pluralismo social, ejercer la crítica del poder y canalizar la legitimidad de las instituciones democráticas.

"El medio es el mensaje" sintetizaba el espíritu de la era de la televisión. En Internet, cada vez más "el mensaje es el mensaje"

En este debate, la irrupción de Wikileaks es una lanza a favor de la libertad. Contra las voces que ningunean la novedad del fenómeno, alertan de posibles riesgos para la seguridad mundial o hurgan en la vida privada de Assange, el nacimiento de un espacio tecnológico al servicio de la información y la transparencia es motivo de celebración. Si, además, este sistema no tiene límites geográficos y es de acceso libre, se entiende mejor el alcance de la irritación de los Gobiernos.

La voluntad de control de los medios forma parte de las pulsiones de todo poder y la batalla por su independencia real no debe ser abandonada. La inquietud suscitada por la aparición de un instrumento de comunicación tampoco es un debate nuevo. Ya Sócrates expresaba su temor ante la escritura, que según él iba a perjudicar la oratoria y el ejercicio de la memoria. Sin ir tan lejos, también la irrupción de la radio y, muy especialmente, de la televisión generó reticencias y todo tipo de miedos. Internet desbordó los límites del debate: por la velocidad del cambio, por la concentración en un único medio de voz, escritura e imagen y por su dimensión inequívocamente global. Wikileaks es una vuelta de tuerca más en este recorrido histórico que demuestra que muchas veces la tecnología está al servicio de la sociedad, silenciando así las voces del determinismo tecnológico.

Dos son las lecciones de Wikileaks un mes después de sus revelaciones. La primera es que su existencia es un paso adelante en la lucha contra cualquier tipo de abuso de poder. Como demuestra el reportaje Wikirebels, el blanco de la página no son sólo los Gobiernos, ni un Gobierno en particular, sino aquellos agentes que actúan con impunidad, arbitrariedad y secretismo, y muchas veces vulnerando los derechos humanos de manera deliberada. Ahí están también ejércitos, empresas privadas que vierten residuos tóxicos causando daños irreparables en sociedades ya muy frágiles o bancos que, ocultando información, se permiten el lujo de dejar a un país entero en la bancarrota, sin que nadie les exija ninguna responsabilidad. En el contexto de una crisis económica que no ha servido para cambiar ni un ápice la ética del capitalismo, al menos Wikileaks lucha por cambiar alguna regla del juego.

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La segunda lección es que Wikileaks entierra ciertas tesis de Marshall McLuhan, de quien curiosamente este año se celebra el centenario de su nacimiento. "El medio es el mensaje" sintetizaba el espíritu de la era de la televisión, en la que la forma del medio influía en la manera de pensar de los ciudadanos. Internet ha introducido interactividad en esta relación y ha multiplicado la cantidad de información disponible. Ahora, en un mismo medio, el ciudadano tiene tanto para escoger que, cada vez más, "el mensaje es el mensaje". Wikileaks es un punto culminante de este mundo abierto por la red, incluida la sobredosis de información. Y si es cierto que información no es sinónimo de conocimiento, el reto es otra vez cómo jerarquizar, analizar y contextualizar el poder que han puesto en nuestras manos.

Judit Carrera es politóloga.

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