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Zocos de diciembre y enero

Barcelona carece de un mercado callejero como el Rastro de Madrid, sucesor del mercado medieval o del zoco árabe, al que se acude, no sólo para comprar un objeto o producto concreto, sino también por el placer de merodear, buscar, comparar, preguntar, regatear, charlar y, con compra o sin ella, tomarse una caña observando la variopinta procesión humana, siempre distinta, que nunca se detiene. Los supermercados y las grandes superficies han desplazado a un segundo o tercer nivel a los mercados municipales de alimentos, con sus comercios y bares de las calles contiguas y a los mercadillos de un día a la semana tan frecuentes todavía en determinados barrios del area metropolitana, no precisamente céntricos, y en muchos municipios en los que pervive como sucesor del mercado rural.

En lugares como Vic todavía pervive la sensación que el pulso a la ciudad se toma en el mercado de la plaza Major, que alcanza su apogeo en el Mercat de Rams, en vísperas de Semana Santa, o en Molins de Rei, con la Fira de la Candelera. Los Encantes de la plaza de las Glòries, ahora pendientes de un posible traslado, por más que lo intentaron en diversos momentos de su historia, jamás se acercaron a la categoría del Rastro madrileño y, equivocadamente o no, muchos barceloneses lo consideraban como un lugar donde encontrar gangas o productos de segunda mano, pero no siempre de la calidad deseada. El eterno "corre que te pillo" de vendedores top manta y guardias urbanos en los alredores de las Glòries no ha ayudado precisamente a mejorar la imagen de los Encantes.

Las eternas obras de reforma del mercado de Santa Caterina, junto a la catedral, significaron la estocada final a una de las pocas zonas que rememoraba ese zoco que siempre visitamos con ilusión al llegar a cualquier ciudad árabe u oriental, un barrio de callejuelas y casas viejas, pero lleno de aromas, colores y griterío. La Boqueria sí que conserva esa magia, pero carece de un entorno donde adquirir productos no alimenticios.

El Mercado de Sant Antoni es por partida doble, tal vez, el único mercado que nos puede transportar al antiguo zoco o bazar. Fruta, verdura, carne y pescado en su interior, ropa en la carpa que lo rodea, tenderetes en las calles del entorno y el abarrotado mercado de libros y revistas de los domingos que transforma el entorno, donde todavía se puede regatear. Su vestirse unos días para puestos de ropa, quedar desnudo con sus columnas metálicas otros, para acabar convertido los domingos con otra indumentaria en mercado de libros y revistas, le otorga una magia que lo diferencia del resto de mercados barceloneses. Estos días, a quienes nos gusta pasear sin prisa ni objetivo entre tenderetes podemos disfrutar de los mercados y ferias navideñas que reproducen la estructura del bazar tradicional. Ya pasó Santa Llúcia en la catedral, con sus puestos navideños y sus artesanos que emula perfectamente ese mercado medieval desaparecido. Pero es la feria de Reyes de la Gran Via, con sus puestos de artesanos a uno y otro lado abiertos hasta altas horas de la noche, el lugar idóneo para perdernos quienes amamos el placer de pasear observando artesanía de todo tipo, aunque no pretendamos comprar nada concreto.

Es un mercado que ninguna gran superficie comercial hace peligrar, sea porque todavía hay sensaciones como el paseo y la compra en plena calle que la calefacción de los grandes almacenes no puede suplir, sea porque en nuestra memoria perdida añoramos ese mercado medieval alrededor del cual crecieron las ciudades, sea porque nuestro subconsciente busca la magia de ese bazar oriental, porque es de Oriente de donde vienen los Reyes.

Xavier Rius-Sant es periodista.

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