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Columna
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Por alusiones, o la puja del victimismo

Bajo el título de Israel y el síndrome del niño maltratado, el pasado domingo se publicó en estas páginas un artículo del periodista Xavier Rius Sant que hacía críticas referencias a la "corriente de opinión proisraelí" presente hoy en Cataluña y me incluía nominalmente dentro de ella, aun reconociéndome -eso sí- "un excelente conocimiento y rigor" en la materia. Le agradezco el cumplido, y quisiera usar del crédito que me concede para exponer algunos matices y ciertas objeciones al análisis del señor Rius.

Según él, la genealogía del actual filoisraelismo catalán se centra en dos nombres: Josep Pla y Jordi Pujol. Comprendo que el esquema resulte goloso -un derechista conspicuo y un nacionalista conservador...-, pero la realidad es muchísimo más compleja, y las raíces de ese fenómeno son harto más gruesas y profundas. Desde la década de 1920, mientras el entonces patrón de Pla, Francesc Cambó, se mostraba incrédulo sobre la viabilidad del proyecto sionista, los medios periodísticos e intelectuales del catalanismo liberal y progresista rebosaban de actitudes filosemitas y filosionistas. Dentro de unos meses Joan Pérez Ventayol presentará en la UAB una tesina que documenta exhaustivamente el interés y la empatía que cabeceras como L'Opinió, Mirador, La Rambla, La Nau, La Publicitat o La Humanitat -órganos oficiosos u oficiales de Esquerra Republicana o de Acció Catalana- exhibieron hasta 1936 por la reconstrucción de una sociedad judía en Palestina, y los paralelismos que trazaron con el caso de Cataluña.

No puede calificarse de racista al país que ha recibido más inmigrantes de todos los colores en la segunda mitad del siglo XX

En 1948-1949, mientras desde las páginas de Destino -las mismas donde escribía Josep Pla...- el católico integrista Manuel Brunet denostaba el parto del Estado de Israel como un triunfo bolchevique, el joven Jordi Pujol no era el único en alegrarse de la victoria sionista en Palestina. El órgano central en el exilio del Moviment Socialista de Catalunya (sí, el partido de Josep Pallach y de Joan Reventós) afirmaba: "El Estado de Israel es una lección para los catalanes y, sobre todo, para nosotros, socialistas catalanes, desde los puntos de vista político, económico y social (...); un caso digno de estudio y una guía moral para todos los pueblos oprimidos" (Endavant, nº 38, mayo de 1949). Si consideramos la continuidad que tales actitudes tuvieron durante las décadas siguientes, sostenidas por nombres tan dispares como Salvador Espriu, Manuel del Arco, Maurici Serrahima y muchos otros, no alcanzo a descifrar a qué se refiere Xavier Rius cuando afirma que "esta corriente de opinión proisraelí no se daría a conocer suficientemente hasta 2003".

Pero dejemos por hoy la erudición histórica y centrémonos en el presente. Lanzándose a una puja victimista muy común estos días, el señor Rius Sant se queja de que quienes hemos sido señalados como "cómplices de genocidio, de torturas y de limpieza étnica" -nada menos- hayamos acusado a nuestros contraopinantes de antisemitas. De mí puedo decirle que no considero antisemita a nadie por criticar la ofensiva de Gaza, pues yo mismo la he criticado. Sí creo, en cambio, que son antisemitas las agresiones contra dos sinagogas de Barcelona; que lo son determinadas consignas escritas y gritadas durante las manifestaciones propalestinas; que lo son en alto grado numerosas viñetas aparecidas en la prensa catalana y española; que lo es el concepto mismo de "lobby sionista", manejado con tanta alegría durante estas semanas. ¿O acaso alguien se refiere entre nosotros al lobby castrista cuando habla de Cuba, al lobby marroquí con relación al Sáhara, al lobby chino con respecto al Tíbet, etcétera?

Luego están una serie de conductas políticas e institucionales que no han tenido nada que ver con el antisemitismo, pero que a mí y a otros se nos antojan torpes y sectarias, impropias de gobernantes responsables, y que al parecer Xavier Rius aprueba: bien, para eso vivimos en democracia. Por último, la tragedia de Gaza ha hecho aflorar entre nosotros otro fenómeno muy inquietante: la tendencia del pensamiento hegemónico -en este caso, el antiisraelí- a echar fuera de la pista a los discrepantes. El señor Rius Sant, que es periodista, ¿considera admisible que, por haber intentado mantener una línea informativa equilibrada durante la crisis, el diario La Vanguardia sea descrito en la página electrónica webislam como "el órgano de propaganda del sionismo en Cataluña"? El Colegio de Periodistas y los sindicatos del ramo, ¿tienen algo que decir al respecto? ¿Está el debate en torno al conflicto palestino-israelí excluido de las sacrosantas libertades de expresión y de información?

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Puesto que este servidor de ustedes es sólo un aprendiz -veterano, pero aprendiz- de historiador, me abstendré de ejercer la psiquiatría de café y de diagnosticar cuál es el síndrome que aqueja a la sociedad israelí, aunque sospecho que son varios y que uno de ellos es el de Masada. Como quiera que sea, un sistema político sumergido desde hace más de seis décadas en una guerra existencial -donde la disyuntiva es ganar o perecer- ha cometido durante ese lapso de tiempo toda suerte de errores y abusos, se ha excedido muchas veces en el uso de la fuerza y ha visto marchitarse en ese contexto no pocos de sus valores fundacionales. Dicho esto, no puede calificarse de Estado racista al país que, en términos relativos, ha recibido más inmigrantes de todos los colores a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. No puede hablarse honestamente de genocidio cuando, dentro de los confines de la Palestina histórica, los 1,2 millones de habitantes árabes de 1948 son hoy -sin contar a los refugiados en países limítrofes- cinco millones. En cuanto a los crímenes de guerra, ocurre con ellos igual que con los crímenes comunes: que sólo lo son tras la sentencia firme de un tribunal competente e imparcial. ¿Constituyen el señor Rius y los que como él opinan ese tribunal?

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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