_
_
_
_
_
Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tres amas de casa

La vida es lo que pasa mientras uno va haciendo otros planes. Algo parecido dijo Lennon, y algo parecido es lo que descubren las tres hermanas de Chéjov durante la pieza que las reúne en su título. Su plan es abandonar la pequeña y tediosa ciudad de provincias en la que viven y volver a Moscú. Pero la vida, y en concreto la invasión de lo vulgar en sus vidas -vulgaridad representada por Natasha, la prometida de su hermano Andréi que acabará casándose con él y desterrándolas a ellas de la casa familiar- junto con su incapacidad para actuar y luchar por sus aspiraciones, las alejará de ese Moscú que compendia todos sus sueños. Es importante el contraste entre las tres hermanas, superiores, altivas, educadas en una intelectualidad ociosa que les impide pasar a la acción, y la cuñada, cuya aparición marca el inicio del fin de esos sueños.

LES TRES GERMANES

De Antón Chéjov. Traducción: Miquel Cabal Guarro. Adaptación y dirección: Carlota Subirós. Intérpretes: Pepo Blasco, Roser Camí, Jordi Collet, Mia Esteve, Eduard Farelo, Víctor Pi, Alba Pujol, Bernat Quintana, Xavier Ruano, Anna Sahun, Ernest Villegas. Escenografía: Max Glaenzel. Vestuario: M. Rafa Serra. Iluminación: Mingo Albir. Espacio sonoro: Oriol Roca. Sonido: Marta Folch.

Teatre Lliure, Sala Fabià Puigserver. Barcelona, 9 de marzo.

En el montaje que firma Carlota Subirós, responsable también de la adaptación, por mucho que ellas nos digan que hablan cuatro idiomas y Andrei comente hacia el final que su mujer le parece vulgar, lo cierto es que el contraste no se da ni por asomo. Las cuatro, con sus más y sus menos, podrían provenir del mismo entorno. A la salida del estreno alguien soltó, refiriéndose a las tres protagonistas, que parecían más bien amas de casa. Y algo de eso hay, en parte porque lo que hay también es demasiada poda.

Subirós ha condensado la obra en dos horas de función. Para ello, se ha cargado a los personajes menores como Anfisa, la vieja ama, que puede que no aporten nada fundamental pero sirven, por de pronto, para que las hermanas no tengan que servir el té; también han desaparecido los dos alféreces y ha ido recortando, eliminando una serie de diálogos y comentarios (sobre la esposa de Vershinin, por ejemplo) aparentemente insustanciales que sirven para apuntalar a los personajes. No se echa en falta nada en concreto, pero al quedarse con lo esencial, con la angustia y la desesperanza de los personajes, el peso de tanto abatimiento se hace excesivo. Y en el caso de las tres protagonistas, resulta incluso algo caprichoso. Sufren lo indecible, con convulsiones nerviosas incluidas, pero no emocionan porque no intuimos siquiera lo que las corroe por dentro, es como si su desconsuelo viniera de antes. No están bien definidas. Ellos, tampoco. Les falta fuerza y texto. Una pena, porque el espacio escénico es precioso y lo del telón deslizándose lateralmente al final de cada acto como si cada uno de ellos se desarrollara a modo de diapositiva está muy logrado.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_