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Reportaje:

El archivo de la iconoclasia

El artista Pedro G. Romero presenta en la Fundació Tàpies una gran instalación sobre Badia del Vallès como ciudad moderna

¿Qué tiene que ver una ciudad como Badia del Vallès con la iconoclasia anarquista de la Guerra Civil? ¿Y qué tiene en común la quema de iglesias con los grandes hitos del arte de las primeras vanguardias? Son algunas de las muchas preguntas que uno puede hacerse cuando visita la interesante instalación exposición Archivo F.X.: La ciudad vacía, en la Fundació Tàpies de Barcelona, y esas preguntas requieren tiempo y un mínimo de curiosidad para encontrar las respuestas.

Se trata de un proyecto del artista Pedro G. Romero (Aracena, 1964), que desde finales de los años noventa está trabajando en este peculiar archivo en el que ha recogido todo tipo de imágenes, documentos y reflexiones sobre la iconoclasia, especialmente la que se produjo entre 1845 y 1946 en España por motivos políticos. Romero relaciona estos episodios con los grandes debates de la vanguardia artística, incluida la arquitectónica del movimiento moderno, cuyo carácter iconoclasta respecto a la tradición se corresponde, a su juicio, con la radicalidad incendiaria de los militantes anticlericales. El proyecto relaciona estos tres elementos -iconoclasia, vanguardia artística y ciudad moderna- en una instalación que obliga al visitante a participar activamente para atar cabos, realizar asociaciones de ideas y seguir el hilo de una madeja que acaba teniendo muchos colores.

La exposición relaciona la quema de símbolos religiosos con la vanguardia moderna
La ciudad fue construida en la década de 1970 y tiene la forma de la península Ibérica

La exposición, abierta hasta el 16 de abril, está dividida en dos grandes ámbitos. En la planta inferior se presenta gran parte de los documentos, las imágenes y los materiales relacionados con la iconoclasia que el artista ha ido recopilando desde finales de los noventa. Destacan, por ejemplo, una colección de postales con imágenes de los conventos e iglesias quemados durante la Semana Trágica de Barcelona, en el verano de 1909, y tres vídeos con imágenes de informativos con la destrucción de los budas de Bamiyan y de las Torres Gemelas de Nueva York, entre otros muchos materiales. No es una reivindicación, es una documentación. "Soy muy crítico con la iconoclasia, pero trabajo con ella porque pienso que está en la base de nuestra modernidad", indica Pedro G. Romero, para quien "la mayoría de los gestos iconoclastas son reaccionarios, representan el exceso de una ideología".

La otra parte del proyecto se presenta en la sala de exposiciones principal, en la planta baja de la fundación, y en ella se parte de Badia del Vallès como ejemplo de ciudad moderna, es decir, de una arquitectura que rompe también con los esquemas de la tradición para crear algo nuevo. Romero escenifica este archivo de reflexiones y documentos a través de siete grandes torres construidas con andamios por los que el visitante puede ascender y circular. Cada torre se relaciona con un lema relacionado con la vanguardia artística y, al mismo tiempo, las reflexiones sobre Badia enlazan en ocasiones con diversos casos de iconoclasia.

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A veces las relaciones son un tanto rebuscadas, pero no por ello dejan de ser estimulantes. Por ejemplo, a partir de constatar que el personaje más famoso de Badia del Vallès es Carles Busquets, que fue portero del Barça al final de la época de Cruyff, Romero documenta que precisamente el esposo de Elisa Badia, la propietaria de los terrenos en los que se construyó a mediados de los setenta el polígono de viviendas para emigrantes que en 1994 se constituyó en ciudad, era el doctor Moragas, que fue médico del Barça. Y que un anterior propietario de los terrenos, Miquel Badia, fue el encargado de saludar a los representantes de la Olimpiada Popular que debía celebrarse en Barcelona entre el 19 y el 26 de julio de 1936, y que no llegó a celebrarse debido al golpe militar. De ahí, Pedro G. Romero pasa a los hechos revolucionarios de aquel mismo momento relacionados con la iconoclasia, concretamente los referentes al fútbol. Es el caso, por ejemplo, de los sucesos de Salomó, en Tarragona, donde unos milicianos quemaron una imagen de Cristo en el campo de fútbol y, según la leyenda, en el lugar donde se quemó no creció más la hierba. El visitante de la exposición se encuentra con unos globos que tienen impresa una corona de espinas, lo único que quedó del Cristo de Salomó, y con otras imágenes de hechos parecidos en los que los revolucionarios se ensañaron también con las imágenes utilizándolas como pelotas de fútbol.

Es así, de esta manera compleja pero fascinante, como todos los elementos de esta instalación tienen una historia en la que se encuentra la relación que los enlaza con los otros elementos del proyecto. Los medios que utiliza Romero para reflejar estas historias son muy variados. Desde fotografías antiguas a películas, dibujos, textos, poemas, vídeos, objetos, postales, grabaciones, caretas y hasta condones. Para explicar, por ejemplo, que en Badia del Vallès todos los pisos son de protección oficial menos uno, que por un lío legal es el único que puede venderse en el mercado, Romero ha acudido a un vídeo que es una de las obras más interesantes de la exposición. En él, el joven bailaor Israel Galván se marca un baile de antología por todas las habitaciones del piso "liberado" vestido con una camiseta del Barça.

Badia tiene la forma de la península Ibérica y en función de esta semejanza se ha dado nombre y ubicación a sus calles, de manera que es fácil orientarse ya que, por ejemplo, la calle de Cantabria estaría en el Norte y la calle de Cádiz en el Sur. Con una golondrina símbolo de la emigración en su escudo municipal y un polideportivo que ha tenido que construirse en la ciudad vecina, la ciudad fue el escenario de la famosa película Perros callejeros, de José Antonio de la Loma, también presente en la exposición. Fue fácil rodarla porque resultó que, por un problema de mala planificación, el polígono se acabó en 1974, pero nadie había pensando en la canalización de agua potable por lo que durante dos años fue una ciudad fantasma, es decir, un plató perfecto para una película. Los vecinos se instalaron en 1976, cuando el filme ya había estigmatizado el polígono como un barrio de delincuentes, algo injusto en una ciudad básicamente de trabajadores con un fuerte tejido asociativo y comunal.

La instalación, subtitulada precisamente Comunidad, se enmarca en un proyecto más amplio que se inició con un seminario a cargo de Juan José Lahuerta, siguió el pasado jueves con una conferencia de Enrique Vila-Matas y Sonia Hernández, y continuará el 18 de marzo con un taller a cargo de Manuel Delgado.

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