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Reportaje:

El barrio de La Catalana, un poblado dentro de la urbe

La Catalana, en Sant Adrià de Besòs, aguarda con escepticismo el tan anunciado plan de reforma

Un caballo, cabras, árboles, pájaros. Casas de planta baja, la mayoría deshabitadas, y solares vacíos. Un aire tranquilo que se altera por el paso de los trenes y por el run run del tráfico de la ronda. El barrio de La Catalana - que debe su nombre a la central térmica Fluidos Eléctricos la Catalana- se ha convertido en una extraña isla atrapada entre la ronda, las vías del tren y el río Besòs. Unas cien personas resisten todavía en La Catalana a la espera de tiempos mejores. Sobre todo de la tan anunciada reforma urbanística que llenará los solares ahora vacíos de pisos y acabará con la fisonomía de casas bajas. Porque en La Catalana todas las casas son de planta y no pocas tienen un patio anexo. Mientras los Mossos d'Escuadra paran a algunos coches que entran por debajo del túnel de la ronda- que desemboca directamente en La Mina-, algunos jubilados miran cómo un operario derruye parte del techo de una casa. "Es que el otro día se cayó un trozo". Joaquín, un albañil jubilado que lleva más de 40 años en el barrio, cuenta que muchas de las casas deshabitadas se caen a pedazos.

La Catalana vivió su apogeo entre los años veinte y la década de los ochenta. Fue entonces cuando se marchó gran parte de su población. "Yo no me quise ir cuando daban medio millón para ir a un piso al otro lado del río. Y ahora... ya veremos", dice Joaquín. En esa época, la empresa pública Regesa compró gran parte de las viviendas y los solares del barrio con la intención de promover una reforma. Muchos, explican, se conformaron con poco dinero y luego tenían que pagar una renta mensual durante 25 años para ser propietarios del piso nuevo. Pero ahora, los que todavía viven en La Catalana dicen que no se irán, como hicieron sus vecinos, "por cuatro perras".

Todavía están los rótulos de algunas tiendas: "Panadería", "Confección". Tampoco quedan restos de la escuela y muy pocos niños van a los columpios que hay en una plazoleta. "Aquí somos todos ya viejos", explica otro jubilado. Las calles tienen un trazado irregular y en ellas las casas cerradas se alternan con solares vacíos. Más que de barrio de un municipio como Sant Adrià, La Catalana tiene aires de pueblo.

Y costumbres. En una esquina, frente a una casa encalada, José prepara brasas en una carretilla. "Es para hacer la carne", dice este jubilado de 75 años. Llegó hace más de 30 a La Catalana para trabajar en la construcción del metro de la línea amarilla. En su casa, con patio, antes había conejos y gallinas. "Ahora sólo tengo cuatro palomas". Se le ve resignado con el futuro que le aguarda: "A cambio de esto nos darán un piso", dice.

La irrupción de un potente todoterreno sorprende en ese encuadre. El conductor, impecablemente vestido, entra en un pequeño taller donde trabajan en unas encuadernaciones que llevan el logo de La Caixa. Mientras doblan las cartulinas, los trabajadores -que también viven en el barrio- no tienen muy buenos augurios sobre lo que recibirán a cambio de más de 200 metros de vivienda, unos 100 de terreno y el taller. "De momento no nos han dicho nada. Ya veremos...", afirma uno de ellos.

Donde se ve con más esperanza el futuro es en Los Chiquitos, el único bar de La Catalana. José Carrero, el dueño del local y presidente de la asociación, enseña los planos del plan especial ya aprobado: "Aquí irán las viviendas; aquí, la zona verde; aquí, el hotel". El plan especial fue aprobado en la primavera pasada a propuesta de la promotora vasca Urbemar, propietaria de la mayor parte de los solares. Joan Callao, regidor de Urbanismo de Sant Adrià, explica que, de los 800 pisos que se construirán, 200 serán de protección oficial "y en ellos se realojará a los afectados". Además, habrá 35.000 metros cuadrados de actividad industrial, comercial y hotelera. Pero todavía no se ha empezado a hablar con los que tendrán que dejar sus casas, explica.

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En el bar Los Chiquitos, José -que llegó al barrio hace 18 años- no para en la barra. Casi es mediodía y trabajadores de la térmica y de las obras del puente sobre el Besòs van a comer. Los estantes están repletos de copas, trofeos y banderines de equipos de fútbol. "Tuvimos hasta tres equipos", dice un parroquiano, "y ahora la Unión Deportiva la Catalana es líder de Segunda Regional".

JOAN SÁNCHEZ

Esperando desde 1953

El origen del barrio de La Catalana está ligado a la central térmica Compañía de Fluido Eléctrico, que se instaló en el margen derecho del río Besòs en 1917. Como el resto de Sant Adrià, en La Catalana se establecieron obreros que trabajaban en las obras del metro.

El auge y el declive del barrio están ligados a la actividad industrial de la zona, en la que hace 40 años debían de vivir unas 5.000 personas, según recuerda la gente mayor. La Catalana lleva décadas aguardando una reforma. En 1953, el Plan General de Ordenación Urbana ya la apuntó. No se llegó a ejecutar. El primer Plan Especial de Reforma de La Catalana fue aprobado en 1984. Pero aquel planeamiento urbanístico acabó decayendo en la Barcelona preolímpica. En 1992, un promotor francés presentó otro plan especial tras comprar buena parte de los terrenos. Se quedó en agua de borrajas tras el enfrentamiento del promotor con Regesa y el Consejo Comarcal del Barcelonès. El asunto acabó en los tribunales. En 2001 aquellos terrenos los adquirió la promotora vasca Urbermarsa, impulsora del actual plan.

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