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Columna
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El 'bus ateo' como síntoma

Josep Ramoneda

Que el llamado "bus ateo" sea motivo de polémica dice mucho sobre la escasa tradición liberal de este país, consecuencia del extraordinario peso del comunitarismo tanto en su versión religiosa como en su versión identitaria. Una asociación privada ha decidido gastarse un dinero para que dos líneas de autobuses lleven un anuncio que dice así: Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta la vida. En los buses hemos visto de todo, anuncios de películas y espectáculos, carteles electorales, mensajes comerciales y otros intentos de quedarse con el personal. Los anunciantes reservan el espacio, pagan y si no hay nada ilegal en la propuesta, por mucho que el bus sea un servicio público, (también lo es la televisión) poco hay que objetar. Afortunadamente, no vivimos en una dictadura católica como era el franquismo ni en un régimen fundamentalista. Los promotores de la polémica campaña no violan ninguna ley, no cometen ningún delito, tienen el mismo derecho a poner este anuncio que los que hacen cualquier otro tipo de propaganda política, religiosa o ideológica. Hay asociaciones antiabortistas, por ejemplo, que nos bombardean publicitariamente por tierra, mar y aire. Tienen todo el derecho. Como me parece perfectamente lógico que algunos cristianos se sientan interpelados y contesten por el mismo procedimiento.

El anuncio presupone que los creyentes no pueden gozar de la vida, pero ni creer ni descreer garantizan la felicidad

Con la globalización, las religiones han perdido los monopolios territoriales y el mercado de las almas se ha puesto extremadamente duro y competitivo. Son tiempos difíciles para todos, también para las religiones. Aunque, sin duda, sabrán sacar partido de la coyuntura porque como es conocido su mejor caldo de cultivo son las desgracias de los humanos. Por los clásicos sabemos -quizá por John S. Mill, más que por cualquier otro- que lo importante no es que la religión sea verdadera, sino que sea útil. Y en estos momentos hay religiones con problemas para convencer de su utilidad.

A mí, personalmente, el texto de este anuncio, presuntamente ateo, me parece ridículo. La palabra "probablemente", que encabeza el anuncio, podría hacernos pensar en unos ateos tan sensibles al temor de Dios que son muy prudentes al negar su existencia. Pero, en realidad, nuestros ateos locales no han hecho más que traducir el anuncio que una asociación inglesa puso en los autobuses, en un contexto en que la palabra "probablemente" respondía irónicamente a otro mensaje publicitario. La frase es entre tópica e ingenua, anclada en la presunción de que los creyentes no pueden gozar de la vida. Ni la creencia ni la increencia garantizan la felicidad. Pero además, en un país católico como éste, todos sabemos el gusto que da comer la fruta prohibida. Afortunadamente, para el bien de la convivencia, abundan los pecadores.

Pero si arcaico y desplazado es el texto del anuncio, también lo son algunas de las reacciones y respuestas, que corresponden inevitablemente al guión de las ideologías comunitaristas. El peso de la religión católica en el pasado ha sido tan alto que, en el fondo, al no creyente se le ha tolerado pero nunca ha sido plenamente reconocido. Siempre ha sido considerado un ser en falta. Por parte de los funcionarios de Dios, por supuesto, que, hablan siempre con la impunidad y la arrogancia del que se cree con derecho a salvar a los demás. Pero también por parte de importantes sectores ciudadanos que ven el catolicismo como una pieza clave de la sopa nacional. Un montón de veces hemos oído la advertencia de no herir la sensibilidad de los cristianos. Nunca nadie se ha preocupado por la sensibilidad de los no cristianos, como si por el hecho de ser ateos no tuvieran sensibilidad, estuvieran más cerca de las bestias que de los hombres. Y, sin embargo, los medios van llenos de declaraciones de autoridades religiosas que son una verdadera ofensa para cualquier sensibilidad ya ni siquiera atea, simplemente agnóstica.

Hemos oído repetir que racionalmente no se puede ser ateo porque no es posible demostrar que Dios no existe. La experiencia, es decir, este territorio que se forma cuando el sujeto entra en contacto con la realidad, me ofrece cada día montones de pruebas de que Dios no existe; en cambio, no he visto todavía ninguna que me haga pensar lo contrario. Y en todo caso si existiera, este Dios que permite atrocidades, como vemos todos los días, muchas de ellas ejercidas en su nombre, no merece, desde luego, ser respetado ni adorado. Ya lo decía Norman Manea, a través de uno de sus personajes literarios, "el gran guionista de los cielos nos ha contratado para eso": para distraerse con la tragedia de la muerte. Pero obviamente toda experiencia es subjetiva, por tanto, comunicable pero no susceptible de ser transferida a los demás. Cada cual tiene la suya.

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En los argumentos leídos estos días en torno al anuncio trasluce también la eterna apelación a lo nuestro. Hay cosas como la religión católica que, por ser nuestras, de toda la vida, merecen una consideración y una protección especial. Y hay elementos extraños como los ateos que no tienen por qué venir a enredar. Nada raro en un país en que los liberales se cuentan con los dedos de una mano y en que las ideologías comunitaristas han campado siempre a sus anchas. Es un país con tendencia a estrechar, a empequeñecer el espacio de lo posible. Acostumbrados a funcionar sobre sobrentendidos, sobre espacios compartidos de los que nunca nadie acaba de definir qué se comparte y hasta dónde se comparte, la impertinencia de negar a Dios, aunque sea sólo probablemente, resulta extravagante.

De esta necesidad de controlar el perímetro de lo socialmente digno de ser reconocido, adolecen las reacciones a esta campaña. Ni el mensaje me parece especialmente brillante, ni creo que el debate ideológico tenga que hacerse a través de los anuncios de los autobuses u otros soportes parecidos. Aunque bien es verdad que también las campañas electorales pasan por ellos. Estamos en tiempos de eslóganes y de propaganda, y no se puede reprochar a un grupo de ateos que acuda, para explicar su buena nueva, a los mismos recursos técnicos que los que propagan la buena nueva de que Dios existe, de que el aborto es un crimen o de que el detergente X lava más blanco. Al fin y al cabo, son distintas formas de relato y de representación de las que también vive el hombre.

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