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ELECCIONES CATALANAS | Falta 1 día
Columna
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El cambio pendiente de CiU

Enric Company

¿Siete años con gobiernos de izquierdas son suficiente alternancia democrática tras los 23 años de pujolismo? ¿Toca volver a esa derecha que dice, una y otra vez, que lo que se dirime en las urnas no es si gobierna la izquierda o la derecha y que basta con exclamar "¡Cataluña!" para exponer el programa?

Desde luego, para Convergència i Unió y su candidato a la presidencia, Artur Mas, no hay duda alguna de que ya es hora de volver al Palau de la Generalitat. También lo cree la candidata del PP, Alicia Sánchez-Camacho, que no deja de recitar las condiciones que exige para apoyarle. La campaña electoral ha mostrado el espectáculo, poco edificante, en su caso, del líder de Esquerra Republicana (ERC), Joan Puigcercós, todavía formalmente aliado con el PSC e ICV, mendigando ante las cámaras de televisión un acuerdo a Artur Mas para poder votarle la investidura.

Artur Mas debe romper con el viejo estilo de su partido, a riesgo de parecer que pregona el retorno al comisionismo
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Los ciudadanos tienen la palabra; pero, sea cual sea el resultado de las elecciones, mañana termina la etapa de la alternativa iniciada en 2003 con la alianza de las izquierdas. CiU habla de su regreso a palacio como de un cambio y es cierto que se aprecia algún cambio en el propio Mas que le acerca a su objetivo. Mas habla ahora de ejercer la responsabilidad gubernamental con humildad, algo que en su caso y el de su partido es una novedad. En realidad esto le acerca también a Montilla y cabe creer que implica una reconsideración de la altiva actitud con que el propio Mas y CiU negaron primero legitimidad a la mayoría de izquierdas para formar gobierno y, luego, se dedicaron durante toda la legislatura a descalificar en bloque su intensa obra, ignorando que nunca se había invertido tanto en tan poco tiempo; nunca había habido tantas escuelas públicas, tantos maestros, tantos médicos; nunca se habían construido dotaciones sanitarias, desalinizadoras ni cárceles como con el Gobierno tripartito, ni se había dado un salto tan grande hacia la economía del conocimiento.

La derecha ha basado su estrategia para recuperar el poder en negar la obra del tripartito confiando, acertadamente, en que disponía de poderosas cajas de resonancia. El mantenimiento de esta negación global hasta el día de las elecciones es un indicio claro de que ese cambio de actitud del líder de CiU es todavía insuficiente. Esa humildad debiera llevarle a reconocer realidades que no le gustan, pero que ahí están, como una obra de gobierno cohesionadora, reparadora de las desigualdades socioeconómicas y de los estragos de la crisis. Debiera llevarle a abandonar la vieja idea nacionalista de que CiU es la genuina expresión de Cataluña y solo ella es apta para gobernarla. Esa idea está todavía en su discurso. Puede que para CiU los siete años en la oposición hayan sido como permanecer en un oscuro túnel, como el representado en uno de sus carteles propagandísticos, pero que CiU haya vivido esta sensación no significa para nada que Cataluña haya estado también en un túnel como dicen sus dirigentes. CiU no es Cataluña y estos siete años lo han demostrado, si es que alguien necesitaba una demostración.

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A CiU le quedan todavía algunos cambios por hacer. Mas ya está hablando de cómo va a presionar con sus diputados en las Cortes al Gobierno español para forzar decisiones favorables a su programa en Cataluña. Es el anuncio del retorno de la mentalidad del comisionista. Pero una de las cosas que le han ocurrido a CiU durante estos siete años es que se ha destapado que la actividad predilecta de algunos de sus políticos más notables ha sido, justamente, la de comisionista. Artur Mas está obligado a cortar con este pasado y con esta mentalidad porque, si no lo hace, lo que está diciendo es que el cambio que pregona es en realidad el retorno del comisionismo. Sobre todo cuando planean sobre CiU sospechas jurídicamente fundadas de que esa mentalidad del comisionista pudo llevarle incluso a traspasar las fronteras de la legalidad. Que la comisión se cobre en nombre de Cataluña no impide, como la confesión de Millet aclaró, que sea una política indigna, una mala política.

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