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Columna
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El 'català emprenyat', en el Parlament

El debate de política general ha encumbrado a un sujeto colectivo hasta ahora nunca visto por la Ciutadella: el català emprenyat. La afortunada formulación se debe al periodista Enric Juliana y, en síntesis, se trata de un tipo que está hasta la coronilla de todo. No es que antes de aparecer en los papeles no existiera: Joan Capri construyó sobre él un personaje con el que se identificaron varias generaciones de mosqueados. Pero si la criatura del cómico la emprendía contra la suegra, el servicio doméstico o el concesionario del seiscientos, el nuevo català emprenyat dirige su legítimo mal café contra los trenes de cercanías averiados, el AVE que aún no llega, el aeropuerto eternamente en obras y los apagones que le dejan a oscuras. Y naturalmente responsabiliza a los políticos de todo ello.

Si hasta el momento el català emprenyat no pasaba de ser una intuición, a partir de este debate ha adquirido perfil, cuerpo, sangre y temperatura. A él se han referido, en efecto, casi todos los políticos, más o menos explícitamente. Artur Mas lo citó por su nombre y apellido completos, aunque le añadió un segundo apellido para relajarle algo el entrecejo: ciudadano cabreado, sí, pero "responsable". En la réplica, José Montilla espetó a su oponente que confundía la parte por el todo, su propio emprenyament por no haber conseguido la presidencia de la Generalitat con el de todos los catalanes, cosa que levantó justificadas protestas de la oposición. Pero el miércoles Montilla sí había invitado a "superar el pesimismo, la queja permanente y el mal humor", una definición muy plausible del catalán enojado. También Joan Ridao (ERC) prefirió el circunloquio a la etiqueta y se refirió a "una sensación de desánimo que sacude nuestra vida cotidiana, así como una cierta crisis de confianza y desafección hacia las instituciones y el mundo de la política". Aun evitando el nombre, la cosa no hacía más que adquirir contornos cada vez más definidos.

Daniel Sirera (PP) no hizo ninguna referencia explícita al personaje, pero todo él ejerció de català emprenyat. Tras haber acusado a Montilla de "incompetente" y "sectario", reformuló la frase agustiniana, utilizada por el president unos instantes antes, según la cual nada de lo que ocurre en Cataluña es ajeno al Gobierno de la Generalitat. "Todo lo que ocurre en Cataluña es ajeno a este Gobierno", le espetó. Que ya es estar cabreado, y por la mayor. En cambio, Jaume Bosch (ICV) anduvo tan ocupado en repartir estopa a convergentes y populares que no tuvo tiempo para analizar otros malestares. Simplemente aludió a un modelo de infraestructuras "antiguo y equivocado" en el origen de los problemas. Tampoco Albert Rivera (Ciutadans) fue explícito sobre el cabreo general: la quema de fotos en Girona -un cabreo añadido al clásico suyo, la lengua- le absorbió por completo.

Así pues, el català emprenyat se ha hecho hombre en el Parlament y de aquí a marzo será continuamente invocado. La sospecha de que pueda abstenerse de votar no deja dormir a los políticos.

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