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Columna
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La confusión

Josep Ramoneda

- 1. Con costra o sin costra, la cuestión de fondo en el debate suscitado estos días en torno a los medios de comunicación públicos de Cataluña es la confusión entre nacional y nacionalista.

Vayan por delante algunas consideraciones previas. Primera, siempre he preferido unos medios de comunicación escorados, sea en la dirección que sea, a unos neutrales. En democracia, no hay nada peor que la dictadura ético-burocrática de los comités reguladores. En nombre de la neutralidad se acaba en la peor versión de los medios: la de los minutajes y los repartos de cuotas. Segunda, un medio sólo puede tener verdadera intensidad informativa si sus profesionales tienen margen para jugársela. Es decir, para contar lo que ven tal como ellos lo ven, sin atender ni a consignas, ni a equilibrios pactados. Por eso no hay peor información política que la que se basa en cortes de voz de los protagonistas. La palabra que vale es la del periodista. Y éste tiene que ejercerla con libertad y con responsabilidad. Tercera, el afán de todos los partidos políticos por el control de los medios públicos es conocido. Como es lógico y natural, TV-3 lleva inscritos muchos años de hegemonía nacionalista. Y los medios transmiten la cultura en la que han crecido. Cuarta, el debate sobre los medios de comunicación siempre es difícil, porque los periodistas, que tenemos la palabra fácil para criticar a los demás, somos hipersensibles a las críticas. Hay una cierta tendencia, entre los periodistas, a sentirse depositarios de la libertad de expresión y a considerar cualquier crítica que se nos formule como un ataque a este derecho fundamental. Esta tendencia quizá es más agudizada en nuestro país, donde los periodistas desempeñaron un papel importante en la transición. El protagonismo adquirido entonces no siempre ha sido bien digerido. Hay demasiados periodistas convencidos de que su misión es poner y quitar gobiernos. La libertad de expresión no es propiedad de nadie. Ni siquiera de los periodistas. Los que lo duden todavía que se asomen a Internet.

No todo lo que tenga como referente la nación catalana tiene que ser forzosamente nacionalista

- 2. Por ley y por sentido común se atribuye a los medios públicos en Cataluña la obligación de actuar como medios nacionales, es decir, de tener a la nación catalana como su marco referencial. No es muy distinto de lo que se pide en la legislación española a los medios públicos de radiotelevisión. Y en el frenesí comunitarista de los últimos tiempos, a unos y otros se les exige la defensa de la identidad nacional correspondiente. Precisamente es en este punto donde para mí está la trampa. Se incurre en lo que podríamos llamar, por analogía, una falacia naturalista: sacar de un hecho más o menos objetivo, una realidad nacional, conclusiones imperativas, una identidad concreta. Y este salto del plano descriptivo al plano prescriptivo, por lo que se ve, lo da tanto el nacionalismo catalán como el nacionalismo español.

Tradicionalmente, las naciones han sido relatos político-culturales inscritos sobre realidades territoriales, de modo que, conforme al principio de suelo, forman parte de una nación todos aquellos que son ciudadanos en su espacio geográfico. Estas personas, viviendo en sociedad y compartiendo instituciones y reglas del juego, son las que dan contenido a la nación que forzosamente es, como artefacto cultural, cambiante. La nación no es un ente sobrenatural que impere sobre nuestras conciencias, ni tiene preeminencia alguna sobre las personas que la forman. Es, en cada momento, lo que éstas determinan que sea. Unas personas la constituyeron en un tiempo histórico y otras personas la actualizan constantemente. En el mundo global, además, los confines territoriales de las naciones tienden a confundirse y, aunque la pertenencia jurídica a la nación sigue siendo territorial, los imaginarios nacionales se hacen transnacionales, con fenómenos interesantes de mutación y de inseminación cultural.

Decir que los medios de comunicación públicos catalanes tienen que atender el ámbito nacional catalana significa tres cosas: una perspectiva, que Cataluña es su referencia informativa, por tanto que desde aquí se contempla la realidad; una intencionalidad, mostrar una fotografía lo más amplia posible de la realidad catalana, que, por la complejidad de su demos, forjada en buena parte por aluvión de ciudadanos, es muy diversa; una misión, proyectar, incluso más allá del territorio catalán, los imaginarios que surgen de esta sociedad y que forman los universos mentales de sus ciudadanos.

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La tendencia del nacionalismo conservador a identificarse con la nación, como si fuera una misma cosa, ha impuesto la idea de que cualquier ejercicio que tenga como referente la nación catalana tiene que ser forzosamente nacionalista. Es una confusión alimentada por el nacionalismo ideológico, pero también es una confusión torpemente asumida por sus adversarios. En la nación catalana hay nacionalismos de diverso cuño y hay otras muchas maneras de entender el país, desde independentistas que se proclaman explícitamente no nacionalistas hasta todas las combinaciones ideológicas posibles que se nos puedan ocurrir, incluidos obviamente los españolistas, que también existen. En la medida en que todo nacionalismo es una ideología de combate que se define frente a otro nacionalismo, la ecuación nación igual a nacionalista es tan eficaz como reduccionista. La nación catalana es muchísimo más que la nación de los nacionalistas y es a ella, entera, a la que tienen que atender los medios públicos. Así de simple, salvo que decidamos que en este país sólo los nacionalistas tienen carta de ciudadanía.

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