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Columna
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El dedo... y la llaga

El cuadro era tan perfecto, que casi parecía una puesta en escena: tras pronunciar en la Universidad de Oviedo una conferencia durante la cual había denunciado la "carencia de convicciones" de su sucesor, Rodríguez Zapatero, alias "el jefe de los pirómanos", el ex presidente José María Aznar, con ademán altivo y bien arropado por sus escoltas, respondió haciendo una higa -así se llama en castellano clásico- al grupo de estudiantes que llevaban toda la sesión insultándole y abucheándole. Inmediatamente, esa mitad de la opinión publicada que tiene en Aznar -et pour cause- a su bestia negra favorita se lanzó a repudiar el "gesto soez", "grosero", "obsceno", "ofensivo", "despectivo" o "maleducado" del político conservador. Y el otro hemisferio político-periodístico, aunque con alguna incomodidad, ha procurado justificarlo o disculparlo.

No puede ser que ínfimas minorías radicalizadas decidan quién puede hablar en paz y quién no en la Universidad

Por mi parte, quisiera desplazar el foco del análisis desde el dedo de Aznar hasta quienes boicotearon su comparecencia. A punto de cumplir cuatro décadas de permanencia en ella, no soy de los ingenuos que conciben la Universidad como un santuario del saber donde todas las ideas gozan del respeto más escrupuloso, la libertad de expresión es absoluta y el debate alcanza los niveles de la Academia de Atenas. Con todo, me resisto a aceptar que, en el ámbito universitario, la libertad de expresión sea menor, esté más amenazada que en el salón de un hotel, en un ateneo o en un centro cívico de barrio. Y, sin embargo, tal es la situación real hoy por hoy.

Hace años, en efecto, que las autoridades académicas tiemblan cada vez que se anuncia la visita a una facultad de algún político. Si éste se halla situado en el lado derecho del espectro ideológico, el riesgo de incidentes se multiplica; pero figuras tan dispares como Felipe González, Jordi Pujol, Alberto Ruiz-Gallardón, Josep Piqué y, ayer mismo en Bellaterra, el ex lehendakari Juan José Ibarretxe, han sido objeto de boicoteos e insultos. Y lo peor, a mi juicio, es que esas violaciones flagrantes de la libertad de expresión no suelen concitar el repudio social y mediático que merecerían en otro contexto. Cuando los hechos suceden en un campus catalán, vasco o gallego, la opinión españolista los atribuye al natural intolerante de los separatistas, y la otra piensa que ciertos políticos andan provocando. Si quien promueve los incidentes es un grupo de extrema derecha, casi todo el mundo concluye que, con los fachas, ya se sabe... Y cuando, como en Oviedo la semana pasada, los boicoteadores invocan el ¡No a la guerra! y otros lemas presuntamente de izquierdas, ¡ah, entonces el progresismo les ríe las gracias y concluye que, después de todo, Aznar se lo tiene bien merecido!

Pues lo siento, pero discrepo, y no precisamente desde la afinidad o la simpatía hacia el ex líder del PP. Las responsabilidades políticas de José María Aznar fueron juzgadas por el cuerpo electoral en marzo de 2004, sin otra apelación posible que los futuros libros de historia. En todo caso, su polémica gestión gubernamental lo fue con plena legitimidad democrática y el apoyo de millones de votos. Y bien, ¿qué legitimidad, cuántos votos respaldan a las dos docenas de estudiantes "asamblearios" -un eufemismo para no admitir que sólo se representan a sí mismos- que el otro día, en la capital asturiana, lo llamaron "criminal de guerra", "asesino", "fascista", "nazi", "terrorista", etcétera? ¿Qué legitimidad tendrán los que, la próxima vez, profieran insultos contra Rodríguez Zapatero o Patxi López o...?

No puede ser que la presencia de un político en la Universidad tenga que guardarse en secreto hasta la víspera, para minimizar riesgos. No puede ser que los alborotadores queden impunes, porque, al parecer, el despliegue de policía uniformada en los campus viola un tabú sacrosanto. No puede ser que ínfimas minorías radicalizadas decidan quién puede hablar en paz y quién no en unas aulas que son de todos. Si, como sociedad, no somos capaces de convenir en eso, negro futuro nos aguarda.

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