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AL CIERRE
Columna
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La doble batalla de Vallvidrera

En Vallvidrera se vienen librando dos batallas paralelas estos días: una contra los elementos, que han causado no poco perjuicio, y la otra contra el Ayuntamiento de Barcelona, del cual 851 vecinos (el 99% de los votantes) quieren escindirse, según se pronunciaron el sábado en referéndum. Éste es un apresurado informe de daños tras una inspección de urgencia realizada ayer.

Pasada la estación de Peu de Funicular, justo después de la primera curva de izquierdas, comenzaban los problemas. Una excavadora retiraba troncos y tierra de la calzada, dando paso alterno a la circulación, escasa a mediodía. Unas vueltas más allá, recobrada la perspectiva de la montaña, se descubría un buen augurio: las mimosas, ya en flor, han resistido el ataque de los elementos. Menos bien les ha ido a los pinos, árboles frágiles ante la adversidad que nos recuerdan nuestro fundamental desarraigo mediterráneo: viento, nieve y fuego se ensañan por igual con ellos, de modo que habrá que retirar rápido sus restos del bosque, antes de que el calor los convierta en mechas (¡más madera para Saura y Baltasar!). Convengamos, sin embargo, que el dramático vendaval de enero de 2009 causó destrozos mucho más serios que ahora en la montaña: cipreses, acacias, almeces y retama han permanecido esta vez mayormente a salvo. Algún daño colateral: el funicular no funcionará hasta el día 26, pero cómodos minibuses cubren el servicio; pasado el hotel Vallvidrera, los operarios izaban algunos postes de teléfono abatidos.

En la vertiente del temporal político, unas pancartas colgadas de las fachadas de la plaza recordaban las reivindicaciones de la consulta secesionista: "Prou de prepotència municipal", rezaba una, a la que daba réplica otra, en clave más pragmática: "Volem aparcar". Los vecinos reclaman, en efecto, más infraestructuras de barrio y menos "síndrome de parque temático" por parte del Consistorio. Esperemos que la "desafección" no acabe en divorcio: un mirador dando la espalda al paisaje mirado es un contrasentido. Pero en la Antiga Casa Coloma de la plaza, colgada sobre la ciudad, no se detectaba ayer el más leve signo de insurgencia entre los habituales. La escudella barrejada por cierto estaba muy rica.

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