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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Los domingos del joven Dézert

1. - Últimamente, cuando menos lo espero, aparece siempre el nombre de Jean de la Ville de Mirmont. Hace siete días, sin ir más lejos, en el foro de una página de Internet dedicada a las genealogías, leía la petición de un señor de Burdeos. Preguntaba si podrían ponerse en contacto con él los descendientes del escritor y poeta Jean de la Ville de Mirmont, sargento del 57 regimiento de infantería, muerto en Verneuil (Aisne) el 29 de noviembre de 1914.

Y hace unas semanas, encontrándome con José Carlos Llop en la librería Mollat de Burdeos, nos hablaron con entusiasmo de este escritor de nombre tan largo, Jean de la Ville de Mirmont. Nombre largo y todavía hoy bastante oculto. Y de culto. Un creciente mito de las letras francesas. Alguien de quien se sospecha que podría haber llegado a ser un buen escritor, tal como creyó siempre otro gran bordelés, François Mauriac, que fue su amigo.

Y ayer, sin ir más lejos, me regalaron Los domingos de Jean Dézert, publicada en 1914 y la obra más interesante de las que dejara Jean de la Ville. Esta novela es todavía hoy de una sorprendente modernidad y cuenta con un personaje que entronca con los entonces incipientes antihéroes de una generación de jóvenes escritores europeos (Hamsun, Robert Walser, Larbaud) que, a caballo entre el diecinueve y el veinte, llevaron a cabo la revolución fundamental de la literatura moderna, es decir, la introducción de lo fragmentario y la desarticulación del gran estilo clásico y de su caducada idea de totalidad.

Dézert está también emparentado con futuros héroes de la literatura francesa, como el tierno protagonista de Mis amigos, de Emmanuel Bove. Y, en realidad, el joven Dézert es pariente de mucha gente. He podido ratificarlo ahora que la novela se ha editado entre nosotros, con eficaz traducción de Josep Maria Todó. Y es que Dézert, por un lado, es heredero de ciertos copistas de Melville ("su trabajo no le ocupa mucho el pensamiento; se trata de rellenar impresos, comunicar, o transmitir, según los casos, documentos a otros servicios") y, por otro, un evidente descendiente directo de El hombre de la multitud, de Poe.

Dézert es un joven de aire aturdido, reacio a que su personalidad entre en armonía con lo real. Es, sin saberlo, un sucesor de héroes como el ayudante, aquel personaje de ficción de Robert Walser, de quien se nos dice que era sólo "un apéndice huidizo, un nudo entrelazado sólo provisionalmente, un botón colgante que nadie se tomaba la molestia de coser".

2.

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- "Cuando Jean Dézert resolvió suicidarse, escogió un domingo a fin de no faltar a la oficina" (Jean de la Ville de Mirmont, Los domingos de Jean Dézert).

3.

- Es sutil y rara la afición del joven Dézert por los domingos, su entusiasmo desesperado ante ellos. No tiene nada de imaginación y lleva una imponente vida gris de funcionario en un ministerio. Tiene un estilo de oficinista a lo Pessoa. Trabaja toda la semana y, a diferencia de tanta gente, encuentra que los domingos son enormemente maravillosos. Trabaja en una oficina siniestra de la rue Vaneau, esa calle donde un día pensé que nunca ocurría nada y voy descubriendo que es donde parece que ocurra todo en este mundo.

Dézert mira a la ventana con rejas que da a la rue Vaneau y luego mira al techo, sucio e indescifrable, y acaba pensando en lo grandiosos que son los domingos. Dézert es un joven que, cuando llueve, abre el paraguas y se remanga los bajos del pantalón. Dézert es bueno, es singularmente vulgar, es cándido, es tonto. Pero, sobre todo, Dézert sabe hacer suya la gran virtud de esperar: "Durante toda la semana espera el domingo. En su ministerio, espera el ascenso, mientras espera la jubilación. Una vez jubilado, esperará la muerte. Él considera la vida una sala de espera para viajeros de tercera clase".

¿Influye la rue Vaneau sobre el ánimo del oficinista Dézert? Ya empieza a resignarse a su propia mediocridad cuando, al optar un día por seguir los consejos de los folletos publicitarios que le entregan por la calle, le llega de repente un domingo particularmente activo, ya que pasea toda la jornada con un método muy rígido que le impide apartarse ni un ápice de su frenético horario: toma un baño caliente con masaje, se corta el pelo en un lavatorio racional, almuerza en un restaurante vegetariano antialcohólico y finaliza la jornada asistiendo a una conferencia sobre salud sexual amenizada con una velada musical.

Aparece una jovencita deshinchada y chiflada, Elvire Barrochet, que le aborda en pleno Jardín des Plantes frente a la jaula de los osos. Por inercia y diversión (y aburrimiento), decide casarse con ella. Conoce al padre de la novia, que es un señor que inventa coronas fosforescentes para que brillen por la noche sobre las tumbas. De pronto, su novia se fija de verdad en él y descubre con horror que tiene una cara muy larga. No, no puede casarse con alguien que tiene la cara así. Actúa esa jovencita como si, por ejemplo, nosotros ahora, para negarnos a leer el libro, adujéramos que Jean de la Ville de Mirmont tiene un nombre muy largo.

El pobre Dézert se muestra respetuoso con la decisión de la muchacha. Después de todo, jamás ha ocultado que siente una gran predilección por no entender nunca nada. Además, siempre le quedarán los domingos, o bien irse de juerga 15 días seguidos, o darse a la absenta, o tal vez suicidarse. ¿Se ha suicidado alguna vez? No tener novia permite todo esto. Suicidio o absenta. Es la vida de un personaje que anuncia, a principios del siglo pasado, al héroe de nuestros días. ¿De dónde viene Dézert? De ese nexo entre razón y realidad que se rompió objetivamente en aquellos años, cuando la locura dejó de ser el caso aislado de un individuo y pasó a ser la condición general de la época. Y ahí estamos todavía. En este salvaje domingo, entre la absenta y el suicidio. Hasta el tiempo da señales de locura profunda.

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