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La duración de la crisis económica

Antón Costas

La economía española ha entrado en recesión. Después de la crisis inmobiliaria y de la crisis financiera, ahora llega la tercera fase: la de la economía real. Probablemente estamos en el comienzo de un doloroso y largo periodo de estancamiento económico y de caída del empleo. Podemos seguir con los eufemismos y hablar, como hace el presidente del Gobierno, de "periodo de dificultades especiales", pero siempre es mejor llamar a las cosas por su nombre. En todo caso, la cuestión que ahora se plantea mucha gente es cuánto durará la recesión y cuál será su intensidad.

Creo que fue el norteamericano Paul Samuelson, premio Nobel y maestro de economistas, quien recomendó que al hacer previsiones se dé una fecha o una cifra, pero nunca las dos cosas a la vez, porque entonces seguro que te equivocas. Sin embargo, la Comisión Europea se atrevió la semana pasada a hacer un pronóstico sobre la economía española dando una fecha y una cifra: seis trimestres de recesión y estancamiento, que incluyen dos trimestres de suave recesión y cuatro de estancamiento. La recuperación llegará en 2010, aunque ha tenido la precaución de decir que puede ir peor si no se hacen bien las cosas.

Esta crisis se asemeja más a una neumonía, cuya intensidad y duración dependen de los remedios que apliquen las autoridades

Esta crisis económica no es como una gripe, que bien tratada tarda una semana en curarse, y mal curada siete días. Se asemeja más a una neumonía, cuya intensidad y duración depende de los remedios que apliquen las autoridades.

Pero antes de entrar en los remedios, déjenme decir algo más sobre la situación económica.

Las ventas de bienes de consumo duradero -como los coches y electrodomésticos- han caído en picado, a niveles como no veíamos desde la recesión de los noventa. Lo mismo sucede con las ventas al por menor de los comercios y las tiendas. Si a estos datos unimos la evolución del índice de confianza que elabora el ICO, veremos que parece como si los consumidores españoles hubiesen tirado la toalla. Lo mismo ocurre con los indicadores de producción industrial y con los de confianza de las empresas, que están en niveles que los economistas asocian con una recesión. Vamos, todos los síntomas de que hemos entrado en un periodo desagradable, doloroso y posiblemente duradero.

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¿Cuánto de doloroso? Quizá el mejor indicador de los aspectos más desagradables de una recesión sea el desempleo. Con ligeras variaciones, todos los organismos coinciden en que podemos llegar al 17%, una cifra muy elevada.

¿Cuánto durará? Si analizamos todas las recesiones que ha habido en el último siglo, la duración media ha sido de seis trimestres. Como he dicho, esa es la previsión que la Comisión Europea hace para la recesión española actual. Por otra parte, la recesión de 1992 y 1993, que fue muy dolorosa (hace unos días Quimet, el propietario de un conocido restaurante de la zona universitaria de Pedralbes, me decía que había sido la más dura que él había conocido), duró un año, desde el último trimestre de 1992 hasta el tercer trimestre de 1993. Pero si nos fijamos en la evolución del desempleo, vemos que las cosas fueron más desagradables: el empleo comenzó a caer en el segundo trimestre del año 1992 y siguió cayendo durante 12 trimestres, es decir, tres años.

¿Podría la recesión actual tener una intensidad y una duración similar a la de los noventa? Hay algunos elementos que la hacen similar, pero otros la diferencian sustancialmente. En primer lugar, ahora, con el euro como moneda única en manos del Banco Central Europeo, no tenemos margen para utilizar las devaluaciones de la peseta para acelerar el ajuste, como sí se hizo en los noventa. En segundo lugar, tanto en los noventa como en la desaceleración que siguió al derrumbe de la Bolsa de las puntocom de inicios de esta década, las autoridades pudieron utilizar la política financiera para animar a los consumidores a comprar y a las empresas a invertir.

Sin embargo, ahora la política monetaria no tiene mucho margen para servir de combustible al optimismo. La razón es que estamos en una situación que los economistas llaman "trampa de liquidez": es tal el grado de desconfianza, que cuando las autoridades monetarias inyectan nueva liquidez en la economía, es decir, dinero fresco, los banqueros no lo utilizan para dar nuevos créditos a las empresas y las familias sino que se sientan encima de él, en previsión de que las cosas vayan a peor y lo tengan que utilizar para cubrir nuevas perdidas. De la misma manera, cuando el Gobierno da cheques o reduce los impuestos, las familias no utilizan ese dinero fresco para comprar nuevos bienes, sino que lo atesoran en previsión de que las cosas empeoren. En estas circunstancias, es previsible que no podamos esperar que la política monetaria sirva de combustible para salir rápidamente de la recesión.

¿Qué hacer entonces? El remedio en esta recesión está más en la política fiscal que en el dinero. Especialmente a través de programas de gasto público directo en infraestructuras, instrumentados tanto a nivel estatal como autonómico y local, así como a través de la ampliación de beneficios a los desempleados. Ayudar a los gobiernos locales es ahora una buena política. Algunos países, como Alemania, han comenzado ya a aplicar un programa fiscal de ese tipo. Otros, como Estados Unidos, es muy probable que lo pongan en marcha coincidiendo con el nuevo Gobierno.

Recuerdo que en los primeros ochenta, como joven economista que vivía mi primera gran crisis, le dije al profesor Estapé, mi maestro, que me parecía que la recesión estaba tocando fondo. "Es posible, me dijo, pero recuerda que siempre se puede escarbar". Pienso que si tardamos en aplicar el estímulo fiscal, es posible que nos veamos forzados a escarbar más allá de lo que dicen las previsiones arriba comentadas.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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