_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lo de menos era la Diagonal

Enric Company

Al alcalde Jordi Hereu no debió de ocurrírsele en octubre de 2008 pararse un momento a examinar algún episodio más o menos similar en la historia política reciente del país antes de acceder a lanzar una consulta sobre una reforma urbanística de relieve como la celebrada en esta ciudad la semana pasada. Craso error. Si lo hubiera hecho, no la habría convocado. Habría sospechado que las derechas iban a reproducir el comportamiento que tuvieron en 1986 en el referéndum de la OTAN. Es decir, que iban a convertirla, al precio que fuera, en un referéndum político contra el alcalde y su minoritario equipo de gobierno local.

¿Qué sucedió en 1986? Obligado por un compromiso electoral solemne, el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, convocó hacia el final de legislatura un referéndum para decidir si España permanecía o no en la OTAN, la alianza político-militar en la que había ingresado en 1981 de la mano de UCD, AP y CiU, sin el consenso del primer partido de la oposición, el socialista, y la radical oposición del resto de la izquierda, los comunistas. Pero, una vez convocado aquel referéndum, los partidos de la derecha que habían impulsado el ingreso de España en la alianza atlántica prescindieron de cualquier asomo de coherencia con sus convicciones político-ideológicas y de su voto positivo en las Cortes sobre la cuestión y promovieron el voto negativo de los ciudadanos. Lo convirtieron en un referéndum contra González. Creyeron que tenían ante sí una oportunidad de oro para derrotar al primer gobierno socialista que había en España desde la Guerra Civil, liquidar políticamente a González y hundir al PSOE en una grave crisis. La Alianza Popular en la que ya entonces militaba Alberto Fernández Díaz, ahora líder municipal del PP en Barcelona, hizo la campaña en favor del no. CiU también, aunque de otra forma, una campaña de boca oreja, con la que evitaba a un Jordi Pujol que se había declarado siempre pro-OTAN el bochorno de exhibir el oportunismo político en vallas y carteles publicitarios.

¿Rambla, bulevar? A la derecha tanto le daba. La cuestión era humillar a Hereu y derrotar por primera vez a la izquierda
Más información
Montilla corta de cuajo el debate del relevo de Hereu

El se impuso en el conjunto de España, pero el no ganó en Cataluña. La diferencia entre aquel episodio y el que se acaba de dar en Barcelona es que González asumió el reto, se defendió como un león, llevó la apuesta al límite dejando claro que, si perdía, los partidarios del no -una heterogénea coalición de hecho en la que figuraban desde el PP al PCE pasando por CiU- tendrían que hacerse cargo del Gobierno y de sacar a España de la OTAN justo cuando se iba a dar el paso siguiente, el ingreso en la Comunidad Económica Europea. Ahora no ha habido león alguno, es obvio.

Hay otras enormes diferencias entre aquel episodio político y el actual, pero en los comportamientos de unos y otros hay también algunas constantes y algunas lecciones que al alcalde Hereu quizá le habría resultado provechoso tener en cuenta. Una de ellas es que en este tipo de envites, CiU es digna heredera de sus ancestros políticos del primer tercio del siglo XX, aquellos que ante el dilema entre monarquía o república respondían ¡Cataluña!, con lo que solían obtener el aplauso de los incondicionales al tiempo que evitaban comprometerse. Es lo que ahora han hecho a propósito de la reforma de la Diagonal. ¿Que si bulevar o rambla? A los señores Xavier Trias y Fernández Díaz tanto les daba. La cuestión era otra para la derecha. La cuestión era humillar al alcalde y propinar a la izquierda municipal su primera derrota desde 1979.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Si esta era la batalla, sería un error atribuir el resultado del referéndum a aspectos como el coste económico, los fallos informáticos, las consideraciones sobre democracia bananera y otros del mismo cariz. No. Todo eso es el ruido que se ha levantado, con éxito evidente, para que el elector progresista no percibiera que la derecha se había lanzado a una cacería política y se quedara en casa. El resultado ha sido la aportación local a la peor semana para la izquierda desde hace muchos años: sacrificio de la política social del Gobierno español ante las exigencias de los especuladores financieros, victoria de la derecha judicial sobre el juez Garzón y primera gran derrota política del principal Ayuntamiento gobernado por la izquierda en España.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_