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Columna
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Los errores acechan

Pese al lastre que le supone haber sido el promotor del principal recurso de inconstitucionalidad contra el Estatuto de 2006, el Partido Popular parece hallarse en proceso de renormalizar su presencia en Cataluña, de dejar atrás la condición de bestia negra que, con altibajos, ostentó desde el inicio de la guerra de Irak hasta la campaña antiestatutaria a ojos de amplios sectores de la opinión catalana. Dos años después de su tumultuosa entronización, se diría que Alicia Sánchez-Camacho ha conseguido pacificar el PPC tanto como -atendido el ADN del grupo- es humanamente posible hacerlo, y exhibe un liderazgo con buena imagen mediática, sin las estridencias provocadoras de un Vidal-Quadras, sin las torturadas contorsiones de un Josep Piqué, pero de perfil más abierto y atractivo que un Alberto Fernández o un Daniel Sirera. Un liderazgo en óptima sintonía con la madrileña calle de Génova, como lo ilustran las frecuentes visitas de los miembros del vértice estatal del partido a Barcelona.

La 'número dos' del PP hizo autocrítica acerca de su partido y Cataluña. ¿Con propósito de enmienda?

Justamente en el curso de una de tales visitas -de marcado carácter preelectoral, claro, pero destinadas también a, si hay sentencia del Constitucional antes de vacaciones, minimizar su impacto sobre los populares- la pasada semana la número dos del PP, María Dolores de Cospedal, formuló durante un almuerzo-coloquio algo parecido a una autocrítica: "Hemos cometido muchos errores", dijo en referencia a su partido y a Cataluña. Precisó: "cambios tan reiterados

[en el liderazgo catalán] no han sido buenos", pero cabe interpretar que tampoco lo fueron los consiguientes zigzagueos estratégicos, ni tres décadas de bandazos doctrinales entre el catalanismo light y el españolismo hard...

El comentario de De Cospedal es destacable por infrecuente, pero queda por saber si la admisión de errores conlleva propósito de enmienda. Lo digo porque los errores siguen acechando. Apenas un par de días antes de las palabras de la secretaria general del PP, un Alejo Vidal-Quadras de paso por Barcelona en su calidad de vicepresidente del Parlamento Europeo aprovechó para dejarse entrevistar por un diario amigo. ¿Y cuáles fueron sus tesis? Por un lado, y en línea con los trabajos de la FAES de Aznar, sugirió una reforma constitucional recentralizadora, "revisar la estructura territorial del Estado, que es insostenible por su volumen, su fragmentación e ineficiencia". Al mismo tiempo, don Alejo insistió en reivindicarse: ojalá -dijo- que Alicia Sánchez-Camacho superase este otoño su récord de 17 escaños en 1995, porque "en Cataluña hemos perdido 15 años"; para recuperarlos, "yo estoy a disposición del partido, y si quieren que yo colabore, lo haré encantado".

Como siempre cuando rememora sus hazañas bélicas contra el catalanismo, el físico nuclear en excedencia olvida algunos detalles: que el mérito de aquellos míticos 17 escaños fue menos suyo que de la coyuntura política de 1995; y que, en todo caso, los anticuerpos creados por el discurso vidalquadrista tuvieron mucho que ver con el mediocre resultado del PPC en las generales de 1996, lo que dejó a Aznar lejos de la mayoría absoluta, obligado a hablar catalán en la intimidad y en la tesitura de sacrificar al propio Vidal-Quadras para congraciarse con Convergència i Unió. O sea, que si, según el catedrático, su caída supuso "un error de perspectiva", el mayor causante de dicho error fue él mismo.

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Ahora, a mediados de 2010, lo reseñable no son los rituales ofrecimientos de Vidal-Quadras, que los hacía incluso en tiempos de su detestado Piqué. Lo que importa es saber si, pasado el verano, a la luz de las encuestas, ante la competencia de una Rosa Díez que tratará de hacerle un hueco a su Unión Progreso y Democracia a base de dentelladas españolistas, si en ese contexto Sánchez-Camacho y sus mentores en Madrid mantendrán el tono moderado de los últimos tiempos, o si jugarán a erigirse en el valladar, en el reducto anticatalanista, ya sea con o sin don Alejo.

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