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Columna
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Entre la estética y la utilidad

Mejor votar que liarse a pedradas. Dicho esto, el domingo no salió bien y el lunes se rozó el ridículo. Me explicaré antes de que en el próximo reparto de pedigrí catalanista sea expulsada del paraíso.

La convocatoria de las consultas por la independencia ha sido una sana muestra de expresión política. La pregunta es si el resultado de las consultas es útil al propósito de los convocantes o da munición a sus detractores debilitando la capacidad de amenaza de la respuesta de Cataluña ante una sentencia adversa del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatuto. Lejos de llegar a los objetivos de participación marcados, con las consultas celebradas en un área geográfica que hace imposible su extrapolación al conjunto de Cataluña y con innegable apoyo mediático, el resultado ha quedado lejos de ser la advertencia cívica, la disuasión útil, que pretendía ser.

No sería el primer populista, catapultado más por su empuje que por su capacidad de reflexión, que llega a un Parlamento

El resultado de las consultas muestra lo que ya sabíamos a través de las encuestas del CEO, que la opinión pública está cada vez más cansada de la política tradicional y que la tentación involucionista de los que se atribuyen la arquitectura de España alimenta el sentimiento de hartazgo que crece de manera transversal.

Los catalanes están desencantados de España, pero también la imagen de Cataluña y su credibilidad se han resentido del proceso de negociación del Estatuto, en el que los partidos catalanes entraron en una competición de testosterona, y tras la complicada negociación de la financiación. El colofón del deterioro de las relaciones políticas será el desenlace de los tres años de amenaza del Tribunal Constitucional, que han logrado que el independentismo haya dejado de ser tabú y sean los federalistas los que tienen complejos a la hora de expresar su opción política. El resultado del despropósito de los últimos años es que quedan federalistas numerosos y silenciosos en Cataluña, pero no se sabe si queda alguno en España.

El independentismo crece transversalmente a pesar de su falta de liderazgo, como han puesto de manifiesto el enfrentamiento de vuelo gallináceo de los impulsores de las consultas. Pero que el liderazgo actual sea difuso no significa que, si se articula mínimamente, no pueda cambiar el mapa parlamentario dinamitando el actual. La imagen de francotirador de Joan Carretero despierta simpatías en círculos soberanistas, que confían también en la capacidad movilizadora de Joan Laporta, y no sería el primer Parlamento al que llega un populista despierto, catapultado más por su empuje que por su capacidad de reflexión.

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Con el debate político situado en la identidad, ERC anima las consultas para obtener ganancia en río revuelto. Los socialistas se intentan atrincherar en el mutismo del método Montilla contraponiendo la inauguración de estaciones de metro a las proclamas identitarias. Pero el ruido está garantizado en esta coalición y aún más en año electoral.

La posición más incómoda es la de CiU. Artur Mas, rodeado del sector "embolica que fa fort", parece haber respirado con alivio por la falta de fuelle de la consulta independentista. Las proclamas soberanistas de su entorno, próximo a las bases del partido, casan mal con su electorado moderado y chocan con el de Unió. Los democratacristianos temen fugas al PP de una Alicia Sánchez-Camacho que actúa con mano de hierro en guante de terciopelo.

La pretensión de Mas de "galvanizar a los que fueron a votar y a los que no fueron" es una difícil cuadratura del círculo que debilita la claridad de su proyecto político.

Mas respira tranquilo después de una consulta que calma el ímpetu de su entorno. La cuestión es cuál será la reacción en el momento de la verdad, el de la sentencia del TC. ¿Echarse al Montseny con el trabuco? Mas tendría garantizada la fuga de votos moderados y disperso el filón independentista.

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