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Columna
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Tras la gran juerga de agosto

Ha sido un jolgorio de alto nivel. No esperábamos menos. Todo estaba a favor: el presidente Zapatero sin futuro electoral, Rubalcaba a cargo de la supervivencia socialista y se acababan de convocar elecciones generales para el ¡20-N!, fecha cabalística de nuestra historia. Quedaba un pequeño problema: ¿cómo iba don Mariano a dejar de reclamar elecciones si no había hecho otra cosa desde, al menos, marzo de 2004?

Todo estaba a punto para un jolgorio de campeonato, con la Bolsa, arriba y abajo, parque de atracciones de Moody's & Co, cuando los oráculos financieros anunciaban desde su pináculo celeste nada menos que la suspensión de pagos (sic) de los Estados Unidos (portada de EL PAÍS del 28 de julio). ¿Cuándo había visto esta generación algo parecido? ¡Hasta los chinos reprendían al gigante americano! Un escalofrío recorrió el espinazo monetario del planeta y los comentaristas de todo y nada, culo y témporas, se apresuraron a anunciar ¡el fin del mundo!

La austeridad no arreglará nada. La demanda está deprimida. Es obvio: sin trabajo no hay consumo ni inversión

Sucedió entonces que las tertulias se fueron de vacaciones. Gracias a este hecho circunstancial (en agosto todo está a cargo de los becarios) no se acabó el mundo. Y pudimos leer al bienaventurado y honesto Paul Krugman que "los republicanos han tomado a Estados Unidos como rehén" (EL PAÍS 31 de julio) lo cual no es menos alarmante pero sí más preciso. Poco antes, el arquitecto Kenneth Frampton arengaba: "¡Salvemos a la oligarquía de su propia estupidez!" (ver La Vanguardia del 6 de julio) y describía el horror: "maximizar beneficios es minimizar el planeta". ¡Así se habla a los 80 años!

Obviamente, en previsión de la quiebra planetaria, comenzando por la de Estados Unidos y siguiendo por la de Europa (los PIGS son prehistoria), presidentes y ministros expectantes interrumpieron sus vacaciones. Era la oportunidad para que los impacientes e insaciables, reclamaran un adelanto sobre el adelanto electoral en España. Así sonaba el ventrílocuo Rajoy -"El hombre sin nada que decir" lo definía The Economist- a través de sus adláteres de guardia. Se anunciaron dos consejos de ministros ¡en agosto! con medidas de urgencia. Todo era llanto y crujir de dientes: ni la fastuosa visita del Papa ni la vuelta del 15-M ni el dedo en el ojo ni la exculpación de DSK esquivaron al gran monstruo: la Deuda acecha. El riesgo era tan alto que ultramillonarios como Warren Buffet corrieron a salvar bancos y gobiernos. ¿Se puede pedir más? Pues sí: hasta el Congreso de los Diputados fue convocado.

Lo mejor estaba por llegar. Así lo reconocieron, prensa y televisiones de todo el mundo: España no tendrá más déficit, la Constitución española lo garantizará ¡en 2020! El mundo respiró, aliviado. Merkel y Moody's nos felicitaron. El presidente Zapatero y don Mariano lo habían acordado en un plis-plas, acaso por teléfono. Mandan mucho. ¡Por fin un pacto! Se constitucionalizaba lo obvio: no se puede gastar lo que no se tiene, las cuentas de la cocinera. Descubrían la pólvora. ¡Viva la inteligencia, la creatividad, el coraje! ¿Quién da más? ¡El despropósito es la sal de la vida! ¡Juerga garantizada! Los mercados vibran de emoción. Hay suspense: ¿Zapatero tiene ya el carné del PP? ¿Es imprescindible anunciarlo? El clímax lo redondea un huracán empeñado en destruir Nueva York.

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Menudo alivio saber que, pase lo que pase, nunca más -a partir de 2020, claro- deberemos nada. Y todo esto nos ha salido gratis: ni siquiera nos han pedido nuestra opinión. Dos señores desde un despacho han decidido por nosotros, por nuestro bien. ¿Para qué sirve el voto? Ya vuelven los tertulianos: la divina austeridad nos salvará de la quema en la hoguera, los ciudadanos somos culpables, desde luego. La agencia Reuter's avisa de que 17 premios Nobel reunidos en el lago Constanza, convocados por el ministro alemán de finanzas, aseguran que la austeridad no arreglará nada. Parecen asombrarse de que "la demanda esté deprimida". ¡Menuda sorpresa, chicos! Joseph Stigliz lo dice hace meses. Y hace años que se sabe -algunos sí lo saben- que sin trabajo no hay quién consuma o invierta. Pero estos conocimientos hoy estorban. ¡Viva el jolgorio! Otoño, dicen, será peor. ¿Queda algo de inteligencia?

Margarita Rivière es periodista

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