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¿De qué hablamos cuando hablamos de independencia?

J. Ernesto Ayala-Dip

En el reciente informe La societat catalana a l'Enquesta Europea de Valors de 2009, dirigido por el catedrático de sociología Javier Elzo y el director académico de la Cátedra de Liderazgo y Gobernanza Democrática Ángel Castiñeira y bajo el auspicio de la Fundación Carulla y de ESADE, se nos dice -entre otros indicadores no menos reveladores- que los catalanes se encuentran en un momento de autoafirmación nacional. Y se detalla que, aunque el autonomismo es la opción más apoyada, ello no esconde que el independentismo es el movimiento que más ha crecido en los últimos 10 años, triplicando sus resultados y superando con claridad la solución federalista. No quiero abrumar al lector con cifras estadísticas sobre el porcentaje de independentistas que ahora mismo hay en Cataluña, ni redundar sobre quién se siente más catalán que español, más español que catalán o español y catalán a partes iguales. De lo que quiero hablar es de cómo la palabra independentismo cada día produce menos urticaria o indiferencia entre la ciudadanía de Cataluña. Dicho informe no viene sino a corroborar algo que ya se está instalando con milagrosa naturalidad en la calle. No hablo de si hay que estar o no de acuerdo con la independencia de Cataluña. Tampoco me pregunto si siendo independientes cobraremos o no la pensión (pregunta, por cierto, también absolutamente natural, tan natural como preguntarse, sobre todo los que hablan solo en castellano, sí podrán seguir haciéndolo sin que una conocida columnista refunfuñe como lo ha hecho porque Messi no habla catalán). No cito la existencia o no de agravios comparativos en el aspecto fiscal, institucional, ni aludo al dibujo radial de infraestructuras de los Gobiernos centrales sean del color político que sean. Ni tampoco reflexiono sobre cómo puede incidir en ese aumento del independentismo el hecho (menos aislado de lo que sería deseable) de que alguien, llámese Sergio Ramos o María Dolores de Cospedal, se suba por las paredes cada vez que oye hablar en catalán fuera de Cataluña. Hablo de cómo desde hace unos años (tal vez esos 10 años a que hace referencia el citado informe) la palabra independentismo va dejando de ser tabú, va abandonando su condición de vocablo maldito. Esta operación de naturalización, todo hay que decirlo, vino de la mano del Gobierno tripartito. Fue durante las dos últimas legislaturas que la opción independentista (con sus quiméricas fechas exactas de declaración incluidas) comenzó a alcanzar rango de posibilidad histórica. Es verdad que el peso de este ejercicio de naturalización lo ejerció mayormente Esquerra Republicana, ejercicio por otra parte nunca escondido, pero tampoco nunca puesto demasiado en entredicho por sus compañeros de coalición, excepto en esos tira y afloja a los que a veces se veían obligados por razones estrictamente electorales o electoralistas.

La tolerancia se ejerce de modo transversal y muy pocos se rasgan las vestiduras cuando oyen la palabra antaño innombrable

Así que la pregunta sería: ¿De qué hablamos cuando hablamos de independencia? Pues yo, por el momento, me reconforto con el hecho de que en el fondo de lo que hablamos sustancialmente es de tolerancia, un concepto que también destaca en el informe citado. Se dice ahí que los catalanes de esta década son más tolerantes con los comportamientos individuales ajenos y con los valores democráticos que en la década anterior. Precisamente, en la estela de esta tolerancia veo la convivencia con el concepto de independencia en nuestro principado. Pocos, muy pocos se rasgan las vestiduras cada vez que oyen la palabra antaño innombrable. Y esa tolerancia me parece que se ejerce de manera transversal, en edad y extracción social. Hace un tiempo le pregunté a un joven de 30 años qué opinaba de la independencia de Cataluña en caso de ser plebiscitada. Me respondió que no tenía absolutamente nada en contra, pero que para él, ahora mismo no era prioritaria, toda vez que sus prioridades se resumían en dos cuestiones: "Hacer las paces con mi novia y conseguir un curro". Textualmente. Pues no está nada mal. Amor, trabajo e independencia.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

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