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Columna
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Lo que hay es algo nuevo

Mercè Ibarz

En mi último artículo les decía que el mantra es lo que hay se estaba extendiendo, pero al cabo de una semana un sorprendente aspecto del asunto se impuso. Centenares de jóvenes daban la vuelta al mantra y, en las plazas públicas, se liaban a pasar las noches al raso y los días bajo el pesado sol de este mayo. Es lo que hay, pero al revés.

Ni resignación ni cinismo. Lo que hay es algo nuevo.

¿De qué se trata? Permítanme recapitular. Al cabo de dos semanas, cuando escribo esto, siguen las gentes en las plazas tras superar unas cuantas pruebas:

1. Una campaña electoral y sus aspavientos constitucionales ante un acto político, imprevisto, que pronto cruzó fronteras informativas, en medio de un proceso de votaciones que indicaban grandes cambios; proceso para el que si en un principio los concentrados propugnaban la abstención, finalmente, encararon con indiferencia olímpica (nadie ha reclamado su influencia, ni ellos mismos).

La gente ha tomado las plazas sin violencia, desactivando el espectáculo de la violencia, la interna y la de la policía

2. El desconcierto y consiguiente uso mediático de los grupos de comunicación, en particular de sus opinadores y tertulianos oficiales, así como el descoloque de los sindicatos.

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3. El aumento sostenido de gentes en las plazas y su bien medida organización, una actuación excelente de unos grupos convocantes que siguen siendo anónimos y, según repite la retranca de mi quinta y otras quintas mayores, sin liderazgo.

4. La carga brutal de los Mossos d'Esquadra en las plazas de Lleida y de Barcelona el viernes 27, por aquello de si había celebración al día siguiente en Canaletes (y en Lleida, ¿cuál fue la excusa?).

5. La conjunción con la algarabía futbolera, que el domingo de madrugada se cerró con una policía dispuesta a zurrar de nuevo y a la que los acampados, sentados formando cadena, con sus manos alzadas, lograron detener.

He estado hablando de todo esto con mis allegados, jóvenes o de mi quinta y mayores, he hecho fotos en la plaza de Catalunya, he escuchado, le he dado vueltas, he leído unos cuantos artículos interesantes y otros infumables (ya son unos cuantos más los articulistas que no me van a hacer perder tiempo: ¡gracias, indignados!), he visto la tele y Youtube. Y lo nuevo de este asunto, quién lo hubiera dicho, son las buenas maneras, las formas, la reconstrucción de los modos democráticos.

Las gentes han tomado las plazas sin violencia. Durante tantas horas en el espacio público, no han conocido más encontronazos que los procurados por la policía. Han desactivado el espectáculo de la violencia. La interna e incluso la de la policía.

Desactivar la violencia cuenta, y mucho. Barcelona tiene pedigrí antisistema de una cierta contundencia. A finales de septiembre, cuando la huelga general, en esta misma plaza de Catalunya asistimos a la ocupación de Banesto y su espectacular desocupación. Una violencia a gusto de la policía y de tantos radicales. Ahora, no. El único partidario del espectáculo violento ha sido el consejero Puig, pues en estos casos también la Guardia Urbana depende de Interior. Puig mintió. De rutina, cabe pensar. Alegó e introdujo violencia donde no la había.

Tampoco se palpa entre los acampados otro tipo de violencia habitual, la "nacionalista", aunque hay sus más y sus menos en las redes y el derecho de autodeterminación no acaba de entrar en el programa de debates. Grata novedad: el conflicto se negocia. La protesta no es en clave de tensión nacional y las fricciones lingüísticas llevan a preparar interpretación simultánea para las asambleas, pese a la precariedad de la infraestructura de la acampada.

Los jóvenes no son los únicos en el 15-M, que acoge gentes de diversas edades y clases sociales. Destacan las mujeres y también bastantes ancianos solitarios y lumpen, pobres absolutos. El grado cero de su discurso político puede producir incomodidad. Pero también esto remite a otro aspecto contemporáneo de interés: tal vez sea el fin de la era posmoderna, del todo ya está dicho y no hay nada nuevo que decir ni hacer, puede que esto sea un cierto final de la impotencia de vivir directamente, sin mediaciones, copias y reciclajes de viejos modelos. Han decidido actuar, por su cuenta. No tengo ni idea de cuánto durará el 15-M, pero de momento no tengo demasiadas dudas de que quedará como algo nuevo, puede que incluso puro.

Mercè Ibarz es escritora.

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