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Columna
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La hipertrofia de la agresividad

Según datos del Ministerio del Interior, en la segunda semana del año en Cataluña había un total de 10.561 personas en prisión, de las que un 92,98% eran hombres, cuyos delitos se relacionaban con algún tipo de violencia.

Cabe preguntarse si los varones tienden más a la delincuencia que las mujeres por razones hormonales, es decir, a causa de sus mayores tasas de testosterona, la hormona de la agresividad, o bien por razones culturales.

Dice José Sanmartín en su libro La violencia y sus claves: "El agresivo nace, el violento se hace". Dicho de otro modo, la agresividad del ser humano está en sus genes, mientras que la violencia es consecuencia de la educación.

La agresividad es innata en los animales y es resultado de la selección natural que les ha dotado de este instinto porque incrementa la supervivencia y las posibilidades de dejar descendencia. Los animales están preparados para responder agresivamente para defenderse de un predador si son atacados o para convertirse en predadores cuando está en juego la comida.

La construcción de la masculinidad ha pasado por estimular la virilidad, lo que implica potenciar la agresividad e inhibir la empatía

Por otro lado, los animales -por lo menos los superiores- disponen de unos mecanismos inhibidores de la agresividad, necesarios para regular las peleas entre congéneres. Cada especie tiene los suyos propios: la postura de sumisión de los perros, mostrar las nalgas en ciertos simios o la expresión aniñada del rostro humano adulto cuando, a consecuencia del miedo, agranda los ojos.

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La eficacia biológica de la agresividad en los animales viene determinada por el hecho de estar regulada. De no ser así, cuando dos animales de una misma especie se enzarzasen en una pelea, ésta sólo terminaría con la muerte de uno de ellos, de forma que el grupo iría perdiendo miembros hasta llegar a extinguirse.

El ser humano, como animal, es, pues, agresivo por naturaleza. Sin embargo, el ser humano no sólo cuenta con sus instintos sino que, además, es un ser cultural. Y es precisamente esa construcción cultural de los individuos la que modula su agresividad, de tal manera que puede llegar a inhibirla haciendo de ellos seres pacíficos o, por el contrario, puede hipertrofiarla convirtiendo al ser humano en un individuo violento.

Para que un ser humano pueda superar el mandato biológico de no matar a un congénere tiene que poder desactivar el mensaje de sumisión, de compasión, que emite el otro. Y existen dos factores culturales que propician dicha desactivación: las armas y las ideas.

Las armas consiguen que el individuo pueda matar más fácilmente y, además, se sitúe fuera del alcance de las expresiones emocionales de la víctima. La gran diferencia entre matar a otra persona con las manos o apretar el botón que lanza un misil contra decenas de individuos es que la segunda acción impide hacerse cargo de la reacción de miedo de las víctimas, es decir que los inhibidores quedan sin efecto.

También las ideas inciden en las bases biológicas de las interrelaciones humanas. Y es que las ideas pueden ser tan poderosas -y tan letales- como cualquier arma. Sólo hace falta recordar a quien se autoinmola en un mercado de Kabul, llevado por unas ideas que lo impelen a matar a individuos contrarios a las mismas aunque eso le obligue a desactivar su propio instinto de supervivencia.

Si las armas alejan a la víctima y la vuelven imperceptible, las ideas la deshumanizan, la excluyen de nuestro grupo o la convierten en una mercancía, en una propiedad. Las ideas también inutilizan el papel de las expresiones emocionales como controladores de la agresividad.

Tradicionalmente, la construcción de la masculinidad ha pasado por la idea de estimular la virilidad, lo que implica hipertrofiar la agresividad e inhibir la empatía. Y también por alimentar la creencia de una supuesta superioridad de los varones sobre las mujeres, de los heterosexuales sobre los homosexuales, de los blancos sobre los negros... Luego, podemos deducir que ese porcentaje mayoritario de varones encarcelados por delitos violentos responde no tanto a su tasa elevada de testosterona como a razones culturales.

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