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Las secuelas del temporal

Cinco horas atrapados en un vagón sin teléfono ni calefacción

Una multitud espera en la estación de Sants un tren que no llega

"¡Están sin electricidad! ¡Sin calefacción! ¡Ni siquiera les funciona el teléfono móvil!". José Luis Rodríguez, madrileño de 77 años, era ayer un manojo de nervios. Su nieta Maya, de 10 años, y su hijo José Antonio, de 45, fueron dos de los pasajeros que quedaron atrapados en un tren en Sant Miquel de Fluvià (Alt Empordà). Otros dos convoyes quedaron atascados en Sils (Selva) y Fornells de la Selva (Gironès), al mismo tiempo que otros se veían frenados en Ripoll, Maçanet, Mollet-Santa Rosa, Sant Martí de Centelles, Montmeló y Sant Celoni. En Les Planes también permaneció parado varias horas un tren de Ferrocarrils de la Generalitat.

El tren de Sant Miquel se vio paralizado debido a un árbol que cayó en la vía que une los trenes de Barcelona y Portbou, lo que produjo un fallo en la alimentación eléctrica. Los usuarios permanecieron varias horas encerrados hasta que los bomberos lograron evacuarlos a todos.

Padre e hija estuvieron casi cinco horas en un tren sin calefacción y sin cobertura telefónica. "No he podido hablar con ellos. Sólo he recibido un mensaje de texto de mi pareja diciendo que les han llevado a un centro cívico", lamentó Matilde, madre de la menor. José Antonio y su hija viajaban desde Madrid, donde habían pasado unos días de vacaciones. "Les despedimos a las 8.15 en Atocha. Llegaron a las 11.30 a Barcelona. A las 13.30 tendrían que haber llegado a Figueres", se lamentaba por teléfono el abuelo de la niña. Matilde se planteó conducir hasta Sant Miquel de Fluvià y recogerles. Pero las carreteras estaban impracticables.

A las 18.00, miles de personas se agolpaban en la entrada de la estación de Sants. Unos fumaban, la mayoría hablaba por teléfono. Dentro, cientos de pasajeros miraban las pantallas, hacían cola en los puntos de información o compartían su desesperación. José Antonio Muñoz, administrativo de Terrasa, se quejaba: "No nos han dicho nada, ni si van a poner un servicio alternativo de autobús". Unos metros más allá, unas 15 personas intentaban comprar un billete para las dos únicas líneas de Rodalies en funcionamiento a esa hora. Cada vez que el altavoz anunciaba la salida de un tren, los afortunados corrían hacia los andenes.

"¿Le doy algo por el mensaje?". A David, de 26 años, la cabina de la estación le tragó cuatro euros. Pidió a otro pasajero que le dejara usar su teléfono. Una turista griega lloraba mientras hablaba por el móvil. Su amiga Danae contaba que llevaban horas dando vueltas, y mostraba un papel con la dirección de su hotel, en Sant Joan Despí. Estaba empapada y temblando de frío. "No tenemos cómo llegar", dijo.

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