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Reportaje:

"El infierno debe de ser mejor que esto"

Una mujer que vive en una caravana denuncia que el Ayuntamiento de Badalona la quiere desterrar

"Ya vivo por inercia. El infierno debe de ser mejor que esto". Dolores Fernández Moreno, de 44 años, tiene motivos para pronunciar semejante afirmación. Maltratada por su marido durante 19 años, apartada de sus hijos por imperativo legal y afectada de arteriosclerosis múltiple, vive con su madre, de 82 años, enferma de cáncer de pulmón, diabética y con dolencias cardiacas, en una caravana aparcada en la calle de Antoni Bori, en el barrio del Gorg de Badalona. Dolores asegura que el Ayuntamiento quiere "desterrarla". "Me hacen la vida imposible desde hace un año y medio para que me vaya. Me envían a la Guardia Urbana día sí, día también, incluso a altas horas de la noche". En una de esas visitas, afirma que fue insultada y maltratada, por lo que puso una denuncia ante el juez, que ha prohibido que la Guardia Urbana se acerque a ella o a su caravana. Agrega que, desde que se inició el "asedio", ha sido víctima de insultos y amenazas -algunas de las cuales dice tener grabadas- por parte de miembros del gobierno local.

El Ayuntamiento niega las acusaciones y sostiene que nadie "ha faltado al respeto a Dolores. Tampoco es cierto que se la quiera desterrar. Sólo queremos trasladarla por su seguridad, porque la caravana se encuentra en una zona de obras que puede resultar peligrosa", concluyen desde el municipio.

Dolores llegó a Badalona hace cuatro años y se instaló, con su madre y dos de sus hijos, en una furgoneta frente a la playa, al lado de la fábrica de Anís del Mono. Allí, el propietario de unas piscinas cercanas les regaló la caravana "porque no podía soportar vernos en aquellas condiciones", asegura. El Ayuntamiento "jamás puso pegas a que estuviéramos allí; es más, a menudo, venían a preguntar si necesitábamos algo". Al poco, sin embargo, "la misma alcaldesa me dijo que nos iban a trasladar, y yo, aunque prefería estar en la playa, accedí". La caravana fue trasladada a una zona industrial, ahora en expansión, próxima al puerto. "Era el peor lugar del mundo: lleno de basura, de ratas, de porquería. Con todo, no me quejé".

El consistorio empadronó en ese nuevo enclave a Dolores y a su madre. Por aquel entonces, sus hijos ya no vivían con ella. "Los tuve que enviar a Jaén, con mi hermano. Aquí me dijeron que, o les daba una vida normal, o me los quitaban, así que no había alternativa". Pero, tras seis meses en la calle de Antoni Bori, el Ayuntamiento le hizo saber que la caravana debía ser trasladada de nuevo. Esta vez, dos calles más arriba. "Me negué. Ya estoy cansada de traslados. No puedo más. Quieren que me vaya de la ciudad". Desde que tomó la decisión de plantarse, asegura que no han cesado las presiones. "La última vez que fui a las oficinas municipales para hablar de mi caso con la alcaldesa o con algún concejal, me echaron. Maite Arqueme dijo que no teníamos nada de que hablar mientras no retirase las denuncias. Pero sé que, aun retirándolas, nada cambiará", señala. Insiste en que no pide ni piso ni ayudas especiales. "Sólo que me dejen vivir tranquila para poder recuperar a mis hijos y, a lo sumo, que me den agua y luz. Eso es todo".

El calvario de Dolores Fernández empezó antes de llegar a Badalona. Siendo una niña de 14 años, su familia, de etnia gitana, la obligó a casarse con un hombre que, durante casi dos décadas, le propinó constantes palizas. "Una de ellas me hizo perder al niño que esperaba", asegura. Los maltratos llegaron a ser tan evidentes que los psicólogos del Hospital de Santa Tecla de Tarragona, ciudad donde residía por aquel entonces, la ayudaron a huir a Barcelona. Gracias a las gestiones de los mediadores sociales, Adigsa le otorgó un piso en Lleida. "Pero yo no podía ir allí, puesto que vive la familia de mi marido". Le dijeron que o lo tomaba o lo dejaba. Aceptó. Un mes después, la familia de su marido le propinaba tal paliza que tuvo que permanecer un mes ingresada en el hospital, con los brazos rotos, la cara desfigurada y el cuerpo lleno de contusiones. "De allí ya me vine para Badalona", concluye Dolores.

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