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LA REPRESIÓN DEL 15-M

La 'limpieza' más bruta

Crónica de seis horas y media de un desalojo polémico

"¡Nos ha llegado una filtración de que nos desalojan!". El grito, proferido a las 6.30 horas, despierta a unos 400 indignados que duermen en el suelo de la plaza de Catalunya. A la media hora, el agorero presagio se hace realidad. Dos agentes de la Guardia Urbana y dos de los Mossos d'Esquadra se acercan a los jóvenes con ánimo negociador. "En el momento en que se limpie esto, nos vamos", les dicen. Los acampados no les creen. "¡No nos dejaréis entrar en la plaza!". Se sientan a hablarlo y la decisión es unánime: "No nos movemos".

La policía sí lo hace. Un poco antes de las ocho de la mañana, los agentes acordonan la plaza. Los camiones de la limpieza entran dispuestos a desmontar las carpas y carteles que los acampados han instalado en 11 días. Se llevan bombonas de butano, sillas, mesas, fregonas, ordenadores, neveras...

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Con caras de tristeza e indignación y algún que otro grito, los indignados resisten pacíficamente. Algunos se echan a llorar. Otros ponen en marcha las maquinarias de las redes sociales y de los contactos. Pasadas las 9.30, ya hay más personas fuera que dentro de la plaza. Los Mossos, obcecados con la limpieza, han olvidado algo tan fundamental como acordonar un paso para los vehículos de la limpieza.Cuando los camiones estaban atestados, los agentes se toparon con el gran problema: varias decenas de personas se habían sentado en un flanco de la plaza de Catalunya, taponando la salida de los vehículos de limpieza. Eran las diez de la mañana. Los Mossos se abrieron paso a porrazos, ensañándose con los jóvenes que encontraban sobre el asfalto.

A medida que la plaza se llenaba, las salidas de los camiones se colapsaban. A las once, buena parte de la Ronda de Sant Pere, entre la Rambla de Catalunya y el paseo de Gràcia, bullía de indignados. Los Mossos se prepararon para la segunda carga: escudos en alto, porras desfundadas. Pero los acampados los rodearon. No había forma. Dejaron la carga para media hora después, ya cubiertos por los furgones policiales.

La siguiente hora y media fue de rifirrafe, de pequeños enfrentamientos individuales. Mientras, las calles aledañas recibían a más gente. A la una de la tarde, la plaza era de los Mossos d'Esquadra. Pero estaban rodeados de miles de indignados. Estudiantes, señores con traje y corbata, jubilados, parados, alguna que otra familia, okupas, madres angustiadas porque tenían hijos menores dentro, turistas curiosos e incluso gente que está de paso por el Primavera Sound... Todos juntos formaban un colchón circular de miles de personas.

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"He venido varios días a traer comida. Todo esto demuestra que la juventud se está moviendo", explicaba Ángeles, de 62 años, sentada en el suelo entre un mar de cabezas y con un cordón de antidisturbios que casi no dejaba ver el interior. "Esta actuación traerá más problemas, tendrían que haberlos dejado. Y todo por el fútbol...", manifestaba. Como ella, nadie entendía muy bien de qué iba la intervención: ¿Limpieza, que era la versión oficial, o desalojo? Pero, por si acaso, el apoyo crecía a ritmo de tuit para pedir auxilio y de imágenes de televisión que mostraban las brutales cargas. Miles de personas querían entrar en la plaza. Los Mossos aguantaban dentro, intentando contenerles con un endeble cordón policial. La coincidencia del desmantelamiento de las carpas en el corazón del recinto y los enfrentamientos con las 250 personas que seguían dentro hizo estallar la revuelta.

Decenas de personas cruzaron el cordón a empujones. Los Mossos aguantaron unas cuantas embestidas. Echaron a gente. Hasta que tuvieron que admitir la realidad: los de fuera eran muchísimos más y estaban a un paso de entrar a las bravas. Los Mossos se hicieron a un lado e iniciaron el repliegue. Un pelotón se quedó aislado en la plaza. Los acampados aprovecharon para arrojarles objetos e insultarles. Los agentes reaccionaron con cargas. Durante más de media hora sonaron las escopetas de bolas de goma y las lanzaderas. A las 13.30, tras varias carreras y porrazos, desaparecieron en sus furgones. La operación limpieza había finalizado, con un coste de 121 heridos entre ambos lados.

Con información de Clara Blanchar y Alicia Fàbregas.

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