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Las líneas rojas del presidente

J. Ernesto Ayala-Dip

El acoso e impedimento al Parlament de los diputados por parte de los indignados no puede justificarse de ninguna de las maneras. Tampoco se puede considerar un acierto del ingenio espontáneo pancartas como "No pasarán" o "El pueblo unido jamás será vencido", porque esos lemas nacieron en circunstancias políticas de trágica memoria histórica y distintos contextos nacionales (la España de la Guerra Civil y el Chile de Pinochet), todos tan diferentes de la democracia plena que se vive en España. Así que se mire por donde se mire, estos hechos debieron evitarse. Algo falló en la heterogénea comunidad de los indignados, en su sistema de protección y autocontrol. Pero por ser reprobables esos hechos, ello no quiere decir que no sean analizables y comprensibles. Se trata de un movimiento sin directrices precisas ni liderazgo identificable. Es una suma social de gente descontenta y desorientada ante la realidad social y laboral a la que se enfrentan. Una suma en la que prevalecen los segmentos más agredidos (remarquemos el adjetivo) en la gravísima crisis económica que les ha tocado de lleno: los jóvenes. Los indignados han cerrado a cal y canto las entradas al Parlament, han acosado a unos representantes políticos que nunca consideraron los suyos propios. En esa honorable y democrática institución que es el Parlament, con esmerado protocolo y juego de acuerdos y desacuerdos se iban a aprobar unos presupuestos tan claramente restrictivos, que era casi imposible que alguien creyera que esos mismos indignados no fueran a reaccionar como lo hicieron. De manera reprobable, claro está, pero tal vez no más que las leyes que los agresivos presupuestos que CiU y Partido Popular sellaron en fraternal coincidencia.

Debería entender Mas que lo que hay en la calle no es solo una discrepancia ideológica

Nuestro presidente, unos minutos más tarde de los reprobables hechos del Parlament, dijo en una alocución institucional que los indignados habían atravesado todas las líneas rojas de la democracia. Lo dijo con esa solemne gravedad que ponen quienes no desperdician la oportunidad que le sirven en bandeja sus adversarios. Me quedé pensando en esa expresión tan socorrida últimamente. Atravesar las líneas rojas. Puesto a hablar de ellas, yo no creo que el conjunto de leyes conocidas como leyes ómnibus, con la cual, entre cosas, se pueden crear empresas sin pasar por el análisis de sus impactos medioambientales, no sea cruzar una línea roja. ¿No es cruzar una línea roja cerrar quirófanos? ¿No es cruzar una línea roja haber mentido a miles de jóvenes prometiéndoles que si se cualificaban y sobrecualificaban tendrían asegurados puestos de trabajos acordes con su sacrificada preparación? Y no creo que no sea cruzar una línea roja haber embaucado a inmigrantes y autóctonos para que se endeudaran hasta las cejas con dinero vendido a precios de saldo. Hay que tener cuidado con las expresiones impactantes porque se te pueden volver en contra. Es evidente que la línea roja que atravesaron los indignados es la del respeto a los representantes de la soberanía popular. Pero Mas debería entender que lo que hay en la calle no es solo una discrepancia ideológica. No se trata solo de matices en la estrategia económica o política. En la calle hay resentimiento. Y sobre todo una inmensa incertidumbre y miedo, no ya a un retórico futuro, sino al presente más inmediato. Hace una década, la mitad de la población mundial sobrevivía con menos de dos euros al día. Se dice pronto. Dijo Mas, y subrayaron los demás diputados del hemiciclo, que sintió pena y tristeza por el trato que recibieron de los indignados. No lo niego. Pero no creo que tal pena y tristeza sean mayores que la que sienten los miles y miles de damnificados por las sofisticadas ingenierías del sistema financiero global. Yo diría que eso también es cruzar una línea roja. Y sería muy ingenuo o pecar de un cronometrado cinismo, creer que eso no nos salpica a todos, a nuestros hijos, vecinos, amigos, a los indignados de la plaza de Catalunya, de la Puerta del Sol y tantas plazas más.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

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