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La maleta de Manolo Borja y sus metáforas

La verdad es que me ha sorprendido que el director del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba), Manuel de Borja-Villel, haya decidido hacer las maletas, aunque no tanto como la reacción mayoritaria de la opinión publicada respecto a su marcha al madrileño Centro de Arte Reina Sofía. Salvo algunas excepciones -Toni Puigverd, por ejemplo-, lo cierto es que, en general, se ha considerado que el tránsito de Borja era lógico y suponía su salida natural después del buen trabajo materializado en el museo barcelonés. En realidad, las administraciones han dado por válido el salto, los medios artísticos se han limitado a pedir un concurso para buscarle sucesor y los críticos, los más, se han manifestado perfectamente entusiasmados con la decisión del Ministerio de Cultura y el propio director. Solamente el presidente de la Fundación del Macba, Leopoldo Rodés, no escondió su incomodidad.

Con la marcha del director del Macba reaparece la falta de ambición cultural de la sociedad catalana

Confieso que, en realidad, mi sorpresa es relativa. Se fundamenta en el hecho conocido de que gran parte de la sociedad catalana ha interiorizado un alto nivel de dependencia cultural respecto de la capital estatal. Sólo así se puede explicar la inexplicable reacción de dar por bueno algo que en realidad debería haberse evitado. Por muchas razones.

En primer lugar, por respeto a la memoria de quienes ya en los difíciles años sesenta (Cirici Pellicer, Rodríguez Aguilera y otros muchos) hicieron un enorme esfuerzo, que el franquismo frustró, para hacer en Barcelona el museo de arte contemporáneo de referencia español.

En segundo lugar, por el trabajo realizado en la capital de Cataluña, a finales de los años ochenta y primeros de los noventa, para levantar un museo de arte actual de referencia internacional. Pasqual Maragall, Rodés, Joan Rigol y algunos más pusimos mucho empeño en hacerlo posible. Los directores iniciales (Daniel Giralt-Miracle y Miquel Molins) se dejaron alguna que otra pestaña en un empeño tan ilusionado como escasamente dotado. Algunos empresarios liderados por Rodés hicieron una apuesta insólita y ejemplar de soporte no condicionado al trabajo de Manolo Borja.

En estos últimos años el museo ha conseguido un reconocimiento internacional clamoroso, ha consolidado una colección impensable hace tan sólo 10 años y ha sostenido unos niveles de visitantes aceptables. Por primera vez en la historia reciente, un museo catalán no consagrado exclusivamente a un artista (Picasso o Miró) ha conseguido establecerse como un centro de referencia en el panorama internacional. Hace ya un par de años las administraciones terminaron de pagar su construcción a crédito, hace unas semanas se abrió una primera ampliación en los nuevos espacios colonizados en el Convent dels Àngels. Hace ya casi tres años, en el contexto de la aprobación de la Carta Municipal de Barcelona, se consiguió una buena partida de dinero para gastos de capitalidad, precisamente para fortalecer instituciones como el Macba. Incluso, en los últimos meses, parece que por fin el Ministerio de Cultura había ampliado su aportación económica a los proyectos del museo. Por fin, parecía, pues, que todas las piezas estaban engrasadas para alcanzar la velocidad de crucero en la misión fundacional del museo: consolidar una institución de referencia en el mundo global del arte contemporáneo que permitiera, además, al arte catalán y español estar en buenas condiciones en los circuitos internacionales.

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De pronto, pues, la salida de Manolo Borja sumerge todo el proyecto en un mar de incógnitas, se dilapida gran parte del trabajo materializado en los 10 últimos años y reaparece, con toda su crudeza, la falta de ambición cultural colectiva de la sociedad catalana, y muy especialmente de sus administraciones públicas.

¿Qué razones pueden explicar que no se haya retenido a Manolo Borja? Sólo se me ocurre la combinación de tres razones: una podría ser la disminución en su tradicional margen de libertad. Una segunda razón podría ser la indiferencia de sus patrones. Algo así como que el museo no fuese prioritario para los interlocutores públicos. La tercera razón podría ser la falta de ambición de las administraciones públicas catalanas.

En cualquier caso, es una lástima para Barcelona y un acierto para Madrid, es un retroceso para una cultura catalana líder de tendencias y realidades que van más allá de sus propias fronteras territoriales. Es un avance para una idea de la cultura española que estira de los mejores profesionales del Estado. El equipo que sin duda configurará Manolo Borja y los recursos públicos que obtendrá hacen prever sin demasiado margen de error que la centralidad del arte contemporáneo está haciendo una maleta más, tal vez la definitiva, para consolidarse en la capital del Estado.

Es una verdadera pena. Hubo un momento en el que pareció que era posible que Barcelona ocupase ese lugar de privilegio. El esfuerzo de un buen puñado de gente estuvo a punto de hacerlo posible. Es obvio que nadie es imprescindible; se me dirá que hay muy buenos profesionales para ocupar ese lugar y que también pueden hacer un buen papel; no lo dudo. Sí tengo, sin embargo, la sospecha de que ha faltado ambición para retener a Borja; y si así ha sido, es inseguro que puedan superarse, si cabe, los objetivos de capitalidad y de centralidad internacional que el museo tiene la misión de garantizar.

Ferran Mascarell es editor audiovisual y ex consejero de Cultura de la Generalitat de Cataluña.

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