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Columna
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Por si las moscas

Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones que le robaron todo lo que llevaba y lo dejaron mal herido. Según la conocida parábola evangélica, pasaron por allí un sacerdote y un levita y dieron un rodeo para no encontrarse con la víctima, hasta que pasó el buen samaritano, que se le acercó y le socorrió. Pero hace ya algunos años, con ocasión de un cambio de gobierno en la Generalitat de sentido opuesto al que ahora las encuestas vaticinan, me atreví a poner a la parábola un final distinto en un artículo para el Diari de Girona, con el título de Paràbola de les mosques (Es bien sabida la importancia que en Girona tienen las moscas, por la leyenda según la cual una plaga de moscas venenosas salidas del sepulcro de san Narciso profanado por los franceses habría puesto fin a la invasión del rey francés Felipe III y su ejército, en la cruzada decretada por Su Santidad Martín IV contra Cataluña).

La herramienta secreta de los partidos en la transición habría sido consentir el cobro de comisiones por las concesiones administrativas

Según mi final apócrifo, pasaba el buen samaritano y al ver al herido desangrándose tendido en el suelo, al sol del desierto, cubierto de moscas, no pudiendo por el momento hacer otra cosa, se disponía a espantarle los insectos, pero el herido le detuvo susurrándole: "¡Déjalas, que éstas ya están hartas!".

Mi sátira política no iba entonces, ni va ahora, contra tal o cual formación política, sino contra la política de partidos tal como está funcionando en nuestro país. Cuando a raíz del vergonzoso caso Roldán se desató una guerra de acusaciones de corrupción cruzadas en una y otra dirección, oí decir, en privado, a un destacado político catalán que en los comienzos de la transición se tuvo que crear, después del largo túnel de la dictadura, un sólido sistema de partidos, y para ello los padres de la democracia arbitraron dos herramientas, una pública y otra secreta. La pública fue un sistema electoral de listas cerradas, que ha dado gran poder al aparato de los partidos. De ahí nació la tan sobada frase, atribuida a Alfonso Guerra, "El que se mueva no sale en la foto". La herramienta secreta habría sido un pacto no escrito de consentir el cobro de comisiones por las concesiones administrativas. Las comisiones, en principio, deberían ir a parar a la caja de los partidos, pero hay tan poca distancia entre la caja del partido y el bolsillo particular que algunos políticos no tardaron en lucrarse a espaldas de sus partidos.

Una tremenda plaga de moscas venenosas, que esta vez ciertamente no han salido del venerado sepulcro de san Narciso, está emponzoñando nuestra vida pública, tanto a nivel del financiamiento ilícito de los partidos como en forma de trajes y otras bicocas personales. Aunque, a diferencia de lo que ocurría con las moscas de mi parábola apócrifa, siempre me queda la duda de si los políticos corruptos llegan alguna vez a hartarse, o más bien comiendo se les abre el apetito.

¿Cuál de ambos abusos, el partidista o el particular, es más nocivo para la vida política? En mi opinión, la corrupción en favor de los partidos es más peligrosa para la democracia que el mero enriquecimiento personal de algunos políticos, porque el cohecho personal se desacredita por sí mismo y los que lo cometen lo niegan, sabiendo que nunca lo podrán justificar, mientras que la corrupción que va a parar a la caja de los partidos pretende justificarse por el bien de la causa, convencidos de que ellos y sólo ellos son los salvadores de la patria. La necesidad económica del partido es elevada a razón de Estado para la que todo vale, y encima, si acaso los pillan y van a la cárcel (cosa rara), se las dan de mártires.

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Sé muy bien lo difícil que resulta combatir la corrupción, pero podríamos empezar por quitar el sistema electoral de listas cerradas, por si las moscas.

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