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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La música no es cultura

La música es ese sonido de fondo que se regala por fiestas, atañe a los jóvenes y no acaba de tener suficiente entidad cultural, amarrada por el ocio y por las cancioncillas de la radio. O al menos eso parece desprenderse de buena parte de la política cultural que aplican nuestras administraciones.Aunque, reconozcámoslo, hay excepciones, músicas que sí son cultura. Una: la de los cantautores que musican poemas o se comprometen con la realidad social. Dos: el jazz, ya que una música que no se puede tararear con facilidad debe ser artística por narices. Tres: la música clásica, reverenciada a menudo por mera incomprensión, por un simple afán conservacionista que la sitúa a la altura del lince ibérico.

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Hay más excepciones, porque la música, esa música ligera, la que usan los hijos para dar la tabarra -pobres indocumentados, no adoran a Serrat- sólo tiene relieve cuando se trata de preservar un idioma, una identidad nacional o una ideología. En esa perspectiva, tanto el Gobierno central, siempre a vueltas con Miguel Ríos y Ana Belén -para frivolizar cuentan con Bosé-, como el autónomo, empeñado en deslumbrar a Cataluña con su propio ombligo, han coincidido en parejos perfiles de estrechez. En suma: la música sólo es cultura cuando hay un ascua ideológica que la calienta. Tampoco es negocio, o sólo cuando se menta el pirateo, el consecuente y desconsolado llanto de la SGAE o el de esa industria discográfica que no quiso adaptarse a los tiempos cuando éstos aún no la habían atropellado.

En los demás casos el negocio es sólo hostelero, de suerte que los locales de conciertos son antes que nada bares y, en consecuencia, son tratados así. Y si no es ni negocio ni cultura, ¿para qué preocuparse por la formación de las decenas de empleos periféricos vinculados a la música, hoy pasto de los autodidactas? ¡Ah!, y la educación se solventa enseñando a tocar la flauta. Por ello no debe extrañar que en el Consejo de las Artes no haya nadie vinculado a la música. ¿Para qué, si Raimon sigue vendiendo discos y Sisa fue pregonero de la Mercè? ¿Qué quieren estos músicos?, ¿no tienen bastante con el uso de su nombre para denominar un postre?

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