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La orgía de los envoltorios

La participación ciudadana en la recogida selectiva de residuos aumenta día a día en Cataluña. Cada vez somos más los catalanes que optamos por contribuir a la mejora del medio ambiente separando las diferentes fracciones de la basura para depositarlas en el contenedor adecuado.

Es cierto que el mejor residuo es el que no se genera. Es verdad que el principal problema que plantea la gestión de los residuos urbanos es que están creciendo a un ritmo del 2% anual. Pero la gente en nuestro país está reciclando cada vez más, y lo está haciendo bien y eso contribuye de manera decisiva a evitar el temible infarto de los residuos al que nos aboca este consumo desbocado.

Gracias a ese esfuerzo anónimo y constante, a ese ejercicio desinteresado de civismo ecológico, estamos recuperando el 60% de los envases de vidrio que consumimos, el 35% del papel usado y hasta el 13% de los restos de materia orgánica. Así pues, los contenedores verde, azul y marrón (respectivamente) funcionan más que aceptablemente y mantienen un ritmo de recogida creciente.

Sin embargo, hay una gran familia de residuos cuyo reciclaje sigue sin avanzar: la de los envases y envoltorios, una fracción de la que sólo estamos recuperando el 5,2% y en la que no se produce ningún avance significativo desde hace años. Algo que resulta alarmante si tenemos en cuenta que el volumen de envases y envoltorios es el que mas crece, de tal manera que actualmente ya es la parte más importante, no ya en volumen, sino en peso (38%), del total de nuestros desperdicios domésticos.

¿Y por qué no funciona la recogida selectiva de envases? Pues porque los ciudadanos, por mucho compromiso que hayamos adquirido, no damos abasto en el proceso de clasificación y vertido controlado de esta importante fracción. Quien participa en la tarea convendrá conmigo en que es inútil tratar de mantener los envases a raya. Por cada viaje al contenedor azul o verde, haces tres o cuatro al amarillo. Todavía no lo has vaciado cuando ya se empieza a llenar.

Pues bien, esa situación de estrés reciclador, esa tentación de dejarse caer en la orgía de los envoltorios y que separe su tía, se agrava especialmente en estos días, unas fechas en las que el envoltorio es elevado a la calidad de arte y salimos a comprar no sabemos muy bien qué, pero sobre todo "señorita, envuélvamelo para regalo".

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Uno de los paradigmas del envoltorio superfluo es el perfume de alta cosmética. Resulta que lo que estás comprando son 25 mililitros de eau de parfum. Ese líquido que podríamos transportar en la palma de la mano viene, sin embargo, envasado en un frasco de fantasía que pesa hasta 10 veces más. Va tapado con una cápsula de plástico tan grande como la botella y protegido en un cartón ondulado que se inserta en una cajetilla de cartulina gruesa a la que envuelve una película de plástico cerrada por un adhesivo de papel. Ya llevamos seis capas de diferentes materiales de envasado.

La señorita se lo lleva y antes de pagar pedimos que nos lo envuelva para regalo. Y es ahora cuando la orgía alcanza su punto álgido, pues lo más probable es que se le añada una capa de papel de celofán, varios trozos de cinta adhesiva, un lazo, un adhesivo del tipo Bones Festes o Desitjo que t'agradi, y que todo ello nos lo pongan en un rincón de una bolsa de diseño navideño apta para transportar 10 veces más volumen y que cerrarán en la parte superior con otro adhesivo con la marca de la perfumería.

De acuerdo en que el regalo es fantasía, en que la ilusión y el misterio de desenvolver son parte esencial de la emoción que nos produce recibir un obsequio. Conforme en que un presente entregado así, sin más, no cumple con la magia de la Navidad, pero ¿alguien se ha parado a pensar en el alto coste ambiental, económico y social que supone mantener esta tradición? ¿Hasta cuándo estamos dispuestos a soportar esta situación a la que nos vemos abocados año tras año?

Alguna generación, y esperemos que sea la próxima porque la cuestión de los residuos está alcanzando límites insostenibles, deberá empezar a plantarle cara a esta sinrazón de envolverlo todo porque es Navidad. No es lógico, ni consecuente con la inquietud demostrada el resto del año, que toda esa gente que se ha venido imponiendo el hábito casi samaritano de ir a comprar con el cesto para dejar de acumular bolsas del súper en la cocina se deje caer ahora en el exceso y, echando mano de esa lacerante muletilla de "¿qué quieres que haga?, es Navidad", contribuya a inundar los vertederos y taponar los hornos de las incineradoras con materiales de envoltorio que en su mayor parte no se pueden reciclar. Además, aun en el caso de que fuera posible, los contenedores urbanos se deberían multiplicar por 10 para dar cabida a tanto material de desecho.

La solución pasa por repensar la Navidad, por reducir la generación de este tipo de materiales, y ésa es una opción ciudadana, de su excelencia el consumidor. A los industriales les ha de salir mucho más caro colocar tanto envoltorio superfluo en el mercado, por supuesto, pero nosotros también tenemos algo que decir. No se trata de no regalar, de renunciar a la tradición, sino de dar dos pasos atrás y ver dónde nos hemos equivocado para corregir el rumbo; si no, estamos avanzando hacia el precipicio.

En Cataluña la generación de residuos ronda el kilo y medio por habitante y día. Eso es mucho si tenemos en cuenta que en 1975 tan solo generábamos 450 gramos. Pero es que durante las dos semanas de fiestas navideñas la proporción de residuos domésticos supera los dos kilos por habitante y día, una cantidad de la que los envases, envoltorios y embalajes son más de la mitad. Otro dato: entre el 15 de diciembre y el 15 de enero generamos más del 30% del volumen de papel y cartón anual. Cajas, bolsas, papel de regalo y demás.

Por cierto, tras muchas moratorias, el programa metropolitano de gestión de residuos municipales prevé el cierre del vertedero del Garraf para el año que viene ¿Alguien tiene una varita mágica?

José Luis Gallego es escritor y periodista ambiental.

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