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"Si pagamos el alquiler, no podremos comer"

Un albañil de Granollers en paro pide ayuda para no quedarse sin casa

Àngels Piñol

"Esto es horrible. Voy de depresión en depresión. No sé si tirarme el tren o qué hacer. No soy un delincuente. No soy persona de ir a bares. Lo único que hago es fumar". Desesperado, Francisco Aguilera, de 46 años, suelta a borbotones todas esas frases para explicar que no merece un castigo así. Albañil de profesión, este granadino está en paro desde que en mayo quebró la constructora en la que trabajaba en Les Franqueses (Vallès Oriental). Los 800 euros de paro no dan para todo y desde noviembre ya no está al corriente del alquiler de su piso, en Granollers. "Es que o pagamos o comemos. Y no vamos a dejar de comer", afirma.

Las facturas se amontonan en la casa de la Francisco y su mujer, Elizabeth Romero, de 37 años, embarazada de siete meses y que dará a luz en abril a su hija Sara. La pareja tiene ya dos niños: Elizabeth, de ocho años y Francisco Javier, de dos, impasible ayer en brazos de su padre. Con un comedor presidido por una Santa Cena -"Somos católicos y antiaborto"-, la pareja se enfrenta a un posible desahucio porque el administrador ya les ha remitido una carta para que cancelen la deuda.

Elizabeth coge una carpeta y muestra las cuatro facturas de gas sin pagar que ascienden a 400 euros mientras calcula que debe más de 1.200 de alquiler. La situación crítica empezó cuando se le rebajó el paro en 300 euros y el alquiler se le aumentó en más de 100. El contrato expira en 2010, pero hace meses pasó de 443 a 570 euros. La luz ya se la cortaron hace un mes pero la madre de Elizabeth les ayudó a pagar el recibo. Francisco tiene puestas sus esperanzas en la visita concertada dentro de una semana con una asistente social del Ayuntamiento de Granollers, aunque otra anterior ya les avisó de que "lo tenían muy difícil". "O nos ayudan o nos vamos bajo un puente", presagia. El certificado de la asistente social, que ya les ayudó hace dos años cuando Francisco se rompió los dos meniscos, es crucial para pedir ayuda en instituciones como Càritas, que tiene 2.000 personas en lista de espera.

La situación de esta pareja se repite en infinidad de casos en Cataluña desde que la crisis ha arrasado con miles de puestos de trabajo. Francisco no había estado nunca parado y ni siquiera encuentra empleo como mozo de almacén porque le piden tres años de experiencia. "He ido ahí", dice señalando una obra que se ve desde la terraza, "pero me han dicho que cuando la acaben, se van todos fuera". La pesadilla ha ido deprisa porque Francisco cobraba hace menos de un año 1.600 euros y a veces más de 2.000 con las horas extra. Pero los pisos dejaron de venderse y el negocio se acabó. Ya ha dicho al concesionario que se quede si quiere el Skoda que se compró. "Me avisan de que me van a embargar el paro. Ya veremos si un juez acepta que mis hijos no coman", dice Francisco. Elizabeth, que ya tiene contracciones, cuenta cómo un drama así afecta al día a día de su familia. "A mi marido le ha cambiado el carácter. Yo me paso el día en el comedor y él en el ordenador", explica esta mujer que había trabajado hace años como jardinera y manipuladora de alimentos. "Es que es muy fuerte que tu niña vea que quizá no haya comida en casa. O que no quieras pasear porque no puedes comprarles nada", dice Francisco, cuyo hermano también está en paro. Su consuelo son la decena de pájaros que tienen junto a la terraza y su determinación: "Nos alimentamos de patatas y huevos, que es lo más barato, pero lo que no haremos es dejar de comer".

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