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Columna
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Las paradojas del tripartito

Josep Ramoneda

Cuando Carod Rovira sacó al independentismo del armario, en la campaña electoral que culminaría con la elección de Maragall como presidente, pocos se imaginaban que siete años y dos legislaturas de tripartito después la independencia se habría consolidado plenamente como opción política y como objetivo asumido por una parte significativa de la población. Es quizá la principal paradoja que ofrece el balance del tripartito. Dado que la independencia es su bandera, Esquerra es la única formación del tripartito que ha cosechado un éxito estratégico. Su proyecto ha invadido el escenario político. La independencia ha dejado de estar en el terreno de lo utópico para incorporarse a la lista de las opciones realmente posibles. Y ha obligado a los demás partidos, y en especial a CiU, a hacer ejercicios de reubicación política en función de la consolidación del independentismo.

Pese a presidir la suprema institución catalana, el PSC no ha conseguido penetrar en los caladeros del voto nacionalista

Sin embargo, el éxito puede tener un coste electoral serio para Esquerra Republicana. Por dos razones: porque la pérdida del monopolio del independentismo es condición sine qua non del éxito de la propuesta. Y porque Esquerra fracasó en su segunda opción estratégica: reemplazar a CiU en el papel de primera fuerza del nacionalismo ideológico catalán. CiU ha pasado su travesía del desierto con una resistencia admirable. Y aunque personalmente creo que al final la caída de Esquerra no será tan grande como algunos vaticinan, hay datos para pensar que CiU puede capitalizar las contradicciones de Esquerra. Precisamente porque la independencia ha dejado de ser quimérica, el sector nacionalista del electorado de Esquerra Republicana reniega del tripartito para buscar el abrazo con el nacionalismo conservador. Quizá se les escape que, como decía mi maestro Manuel Ibáñez Escofet, si alguien hará la independencia de Cataluña serán los catalanes con z. La derecha, aun siendo nacionalista, es siempre muy renuente a todo lo que represente un cambio del statu quo. Y la independencia lo es.

No ha tenido el PSC el éxito estratégico de Esquerra. Eso sí, ha acumulado poder, mucho poder. Se supone que el objetivo de los socialistas era consolidar una mayoría estable de izquierdas, en la que el PSC se hiciera paulatinamente más fuerte, por los dividendos derivados del cargo de presidente de la Generalitat y por la seriedad de su gestión, y los otros dos partidos tuvieran cada vez un papel más secundario. Una estrategia que se complementaba con el objetivo de conseguir una reforma federal del Estado, a partir del Estatuto. Que la estrategia ha fallado lo demuestra que el propio PSC evita plantear una tercera edición del tripartito. En cuanto al federalismo, no encuentra interlocutores dispuestos en España y es desbordado por el soberanismo en Cataluña. La opción de campaña de los socialistas parece limitarse ahora a la imagen de un partido centrado, de gobierno, sin atributos ideológicos precisos, que hace de la discreción y de la administración de los silencios, viva prolongación de su presidente, la principal virtud. Pese a presidir la suprema institución catalana, el PSC no ha conseguido penetrar en los caladeros del voto nacionalista. El PSC, en general, y Montilla, en particular, sufren la inmutabilidad de los clichés: sus gestos de defensa del Estatuto y de la "dignidad de Cataluña", que tanto molestan en Madrid, parecen impostados para el votante nacionalista, que permanece insensible a sus señales. Su oportunidad de crecer está en que el electorado más reticente al catalanismo tampoco se crea las proclamas catalanistas del presidente y, en un momento de ruido soberanista, algunos abstencionistas tradicionales en las autonómicas salgan de la madriguera para evitar riesgos mayores.

La situación de Iniciativa también es paradójica. Su electorado probablemente es el que está más satisfecho con el tripartito. En cambio, su presencia en el Gobierno espanta a muchos votantes potenciales, especialmente, del PSC. Su opción ha sido siempre el gobierno catalanista de izquierdas. Si éste no sale, volverá a la oposición porque no tiene ninguna alianza alternativa posible. Pero un partido bastante ideologizado y con una base electoral modesta, pero fiel, debería adaptarse fácilmente a pasar al otro lado de la barrera. Aunque, cuando se ha probado el poder, dejarlo siempre duele.

La paradoja del tripartito se escribe así: debía consolidar una mayoría de izquierdas, que en estos momentos parece en precario, hasta tal punto que el propio PSC se desmarca de ella, y en cambio ha sacado al independentismo de la marginalidad. Esquerra ha ganado la apuesta estratégica y, sin embargo, puede perder la del poder.

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