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Las secuelas del temporal
Columna
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Una propuesta para Facebook

Hace unos días, Joaquim Maria Puyal en Els Matins de TV3 contaba a su entrevistador Josep Cuní que hasta ahora no se ha sabido que la primera iniciativa en España para tener una emisora de televisión fue de unos empresarios catalanes en la década de 1930. Puyal se lamentaba, con razón, de que los manuales de radio y televisión tengan un discurso dominante y único que sólo pone el foco sobre lo que se gesta en Madrid. Es un discurso centralista, abundaba Cuní, el cual, por cierto, sólo figura en estos manuales durante los años en que trabajó para emisoras estatales, pero desaparece del mapa al vincularse a los medios catalanes.

Resultaba interesante oír a esos dos buenos profesionales porque su queja respecto a la actitud prepotente y sesgada de los manuales oficiales resultaba comparable a la que tenemos muchas mujeres y algunos hombres respecto al discurso androcéntrico de nuestra sociedad, el cual sigue ninguneando o eliminando de raíz las contribuciones de las mujeres en los libros de texto escolares o universitarios, por ejemplo.

Quienes llaman nazis a los que no están de acuerdo con ellos demuestran que, en el fondo, el nazismo les preocupa muy poco

Oyéndoles me parecía que se podría dar por bueno el siguiente axioma: Cataluña es a España lo que las mujeres a los hombres. Es decir, lo que está bajo el foco -sea por venir del centro de España, sea porque es propio de hombres- aparece; en cambio, lo que no está bajo el foco -sea por periférico, sea por femenino- no existe.

La conclusión más evidente es que el poder determina qué es lo principal y qué lo secundario. Y desde luego, ni Cataluña para la España nacionalista ni las mujeres para el sistema androcéntrico resultan primordiales.

Lo más curioso del caso es que no sólo los dos polos desfavorecidos del axioma se lamentan de unos mismos agravios, sino que también las reacciones de los polos dominantes son parecidas.

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España acusa de victimistas a los catalanes, que, teniéndolo todo, aún quieren más. Y acaba tachándolos de fachas y de nazis. Esa idea, que lleva ya tiempo circulando por muchos foros, la encuentro brillantemente puesta de relieve por Quim Monzó en un artículo en La Vanguardia titulado 'Por la boca muere el pez'. Observa éste con perplejidad y desagrado la reciente costumbre de descalificar al contrario con adjetivos impropios, tales como "fascista". Concluye el escritor que cada vez "es más evidente que los que a las primeras de cambio llaman nazis a los que no están de acuerdo con ellos demuestran que, en el fondo, el nazismo les preocupa tan poco que no les da vergüenza utilizarlo como adjetivo arrojadizo, sin darse cuenta de hasta qué punto esto les pone en evidencia".

Lo mismo ocurre con aquellas que defienden los derechos de la mujer, hasta ahora conocidas como feministas, y de un tiempo a esta parte tachadas de "feministas feroces", "feministas radicales" o "feminazis". Incluso Wikipedia, esa supuesta joya de mente tan abierta y contenidos consensuados por las gentes internautas, publica una entrada sobre el "feminismo radical", que no tiene desperdicio. El artículo es un cúmulo de medias verdades y muchas mentiras, mal digeridas y peor contadas, a través del cual una llega a la conclusión de que las feministas "radicales" son seres peligrosísimos, que buscan la derrota masculina, su humillación y su destrucción. Es más, algunos usuarios comentan que, lamentablemente, la versión española de la ciberenciclopedia no les ha admitido la entrada "feminazi". ¡Qué lástima!, ¿no?

Y una se ve, entonces, en la necesidad de recordar que los y las feministas son personas -mujeres en la mayoría de casos-, que luchan por la igualdad de derechos con los hombres, un derecho humano elemental, y que lo hacen desde un movimiento revolucionario -el feminista- que ha sido el único en el mundo realizado sin derramar sangre. Y ya que conozco a muchos hombres que viven, ¡y bien!, con estas "feminazis" o "feroces" o "radicales", propongo que a manera de apoyo creen un grupo en Facebook que se llame: "Yo también vivo con una feminista radical, que no me ha cortado el pene ni me ha desvalijado y con la que soy feliz".

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