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El protocolo

Es oficial. La primera exhumación seria, científica y rigurosa de una fosa común de la Guerra Civil en Cataluña, dice el comunicado, ha sido llevada a cabo bajo los auspicios del Gobierno que voté, como primer paso hacia la elaboración de un protocolo que evite que estas cosas se hagan de cualquier manera. Esperaba esta noticia con impaciencia, dado que a causa de dicha campaña acabé en Burgos para realizar allí lo que la Generalitat no me dejó hacer, con un equipo científico de dos universidades catalanas y dinero de tres fundaciones norteamericanas, a media hora de Barcelona. Que un artista visual ande metido en estas cosas es algo a lo que volveré más tarde.

En primer lugar, quiero dejar claro que me parece excelente el trabajo del Gobierno en el Lluçanès. Me parece memorable el hecho en sí. Ya era hora. Como instrumento para elaborar un protocolo de actuación en esta importantísima asignatura pendiente, sin embargo, da pena. No por falta de rigor, que lo tuvo, sino porque con ello no se ha hecho nada, absolutamente nada, que desde un punto de vista metodológico y científico aporte algo nuevo sobre cómo proceder en esta materia. No había nada que inventar. Y que para no aportar nada se paralice toda iniciativa académica y ciudadana hasta nuevo aviso, tiesos todos esperando a que el Gobierno de izquierdas que muchos votamos nos dé permiso para ser dueños de nuestra historia, me parece, francamente, una vergüenza.

Si no hubiese acabado realizando el trabajo que me propuse, en Burgos o donde fuera, no escribiría estas líneas. No me expondría a que se pudieran interpretar como una pataleta por no haber conseguido el apoyo administrativo, no económico, que necesitaba. No es el caso. Allí pude cubrir más allá del mero documento, como fotografía de guerra 70 años diferida, una campaña de recuperación histórica que si en un principio se tenía que centrar en los campos de batalla del Ebro, acabó derivando hacia la excavación de una fosa común por razones puramente coyunturales. Si alguien tiene dudas sobre lo que un artista puede hacer en este terreno, que le eche una mirada a la historia del arte de los últimos 150 años y saldrá de ellas. Lo cierto es que en los últimos cuatro años el centro de gravedad del debate sobre la recuperación de la memoria histórica se ha ido decantando hacia las fosas porque ha sido algo generado desde la base ciudadana. Fueron los familiares de las víctimas y organizaciones de voluntarios los que pusieron la máquina en marcha. Sin ellos, nadie estaría hablando ahora de este tema, ciertamente nadie en el Gobierno.

A mí me parece que no hicimos las cosas de cualquier manera en Burgos, con forenses de la Universidad del País Vasco, antropólogos y arqueólogos de la Autónoma de Madrid, y voluntarios universitarios holandeses, ingleses, portugueses y españoles, algunos con experiencia de campo en Bosnia y Kosovo. Baste decir que el jefe de medicina forense del equipo era Francisco Etxeberría Gabilondo, el mismo que identificó los restos de Lasa y Zabala. El equipo con el que hubiese trabajado en Cataluña era del mismo calibre. Los restos y objetos de los 47 cuerpos recuperados están ahora en el laboratorio de medicina forense de la UAM para su estudio e identificación. Es insultante que se pueda pensar desde el ámbito político que alguien va a meterse en un terreno de tanto calado ético y complejidad emocional como si saliera a buscar setas.

La propia argumentación sobre la especificidad catalana del protocolo que conoceremos a principios de 2005 es intelectualmente sospechosa. La metodología correcta es y sólo puede ser científica. Yo no sé de una manera finlandesa de desarrollar la mecánica cuántica o de una forma malaya de acercarse a la astrofísica o a la lógica matemática. Hay, eso sí, un método jíbaro de reducción de cabezas, pero no creo que sea esto de lo que hablamos.

Es un error de bulto partir de la necesidad preceptiva de contar con posibilidades de identificación de víctimas para poder actuar. Justamente porque lo que se da en Cataluña es una alta proporción de fosas militares que cubren el final de la contienda -y no hay nadie más anónimo que un soldado muerto y abandonado-, su excavación constituiría un valioso material para la reconstrucción histórica de un episodio que los vencedores airearon como una estampida republicana, cuando en realidad se combatió de una manera organizada y sostenida hasta el final. En mi opinión, la recuperación, identificación y dignificación de víctimas debe ser un resultado, sin duda importantísimo, de la investigación científica de la historia, pero no puede ser la única finalidad.

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Alguien en el ámbito político no acaba de darse cuenta de algo fundamental: cuando se investiga la historia para evitar que se pierda o te la roben, o para que la puedas recuperar si te la han robado, todo es importante. Si no entiendes eso es que no entiendes nada o, peor aún, es que no tienes imaginación. Las trincheras del Ebro, aún hoy, en Pàndols y Cavalls, están llenas de latas de conserva abiertas con la llave alojada en el centro de la espiral de su cubierta retorcida. A veces aparecen cucharas y tenedores corrientes con el mango curvado hacia atrás para poderlos colgar del cinto, cantimploras, suelas de alpargata, botas de cuero. Están ahí a merced del tiempo y del capricho de algún curioso. Nadie parece asociar la lata de sardinas noruega, de aluminio limpio, con el soldado desconocido que se alimentó de ella mientras defendía, en desventaja, un ideal político decente frente al fascismo más reaccionario y brutal; ni la cantimplora con la sed atroz que sació en la garganta de un brigadista internacional norteamericano, o húngaro, o checo que quizá murió en el frente o quizá esté muriendo ahora en un asilo de ancianos; ni los pies hinchados de un chaval aterrorizado antes de entrar en combate con esas botas llenas ahora de musgo y hormigas. Si nuestra clase política fuera capaz de leer la historia en una hebilla de cinturón, no quedaría una sola fosa común, civil o militar, por destapar.

Francesc Torres es artista.

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