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AL CIERRE
Columna
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Las putas

La pregunta no es si el Ayuntamiento puede controlar la prostitución sin la colaboración expulsora del ministro del Interior. La pregunta es por qué no da explicaciones ni despliega policías con traje de faena hasta que la foto no sale en portada. Es cierto que las fotos de EL PAÍS eran tremendas. Pero los vecinos, y más que nadie los vecinos del Raval, y sus entidades representativas, hace meses que denuncian el caso y lo sitúan en diferentes plazas, calles -¿remember Petritxol?-, rincones y mapas. La voz de los vecinos no tiene el peso de una foto: una imagen vale por mil palabras. Hoy están los polis en la Boqueria, pero durarán una semana, hasta que la prensa cambie de tema.

Es el síntoma de un Ayuntamiento autista. La degradación estival de Barcelona tiene un ciclo aproximado de tres años. La última vez que se tocó fondo fue también por unas portadas y de ahí nació la ordenanza tan discutida: unos dijeron que era traicionar la libertad y no la votaron; otros dijeron que ya era hora de que se pusieran las debidas puertas al campo y votaron que sí. Me temo que nadie pensó en cómo hacer cumplir una ordenanza que regula conductas humanas individuales. Los ciudadanos circulan sin matrícula. Y la Guardia Urbana ya sabe lo que es la impotencia y lo que es la impunidad. Por ejemplo, la ordenanza puso una oficina para inserir las prostitutas en la vida laboral reglada, porque no sonaba progre cerrarles el negocio sin una alternativa. ¿Consultaron con las mafias que mueven la carne humana si esta retirada preventiva era viable? ¿O era una manera de hablar?

Bromas macabras aparte, tres cosas. Una, sin una estricta vigilancia, eso que llamamos espacio público acaba siendo un espacio residual intratable, inhábil para el uso cotidiano de la ciudad. Dos, una pequeña fuga en este proceso deriva en inundación si no se la ataja a tiempo. Y tres: los mejores observadores de estos problemas son los vecinos, porque son ellos los que pierden calidad y espacio vital, de manera que un Ayuntamiento inteligente los escucha primero, reconoce públicamente el problema después y actúa en consecuencia. No tenemos esa suerte en Barcelona. En ninguna de las tres fases.

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