La resistencia

La derecha americana navega en una mar de dudas, incapaz de optar por el candidato con posibilidades de desalojar a Barack Obama de la Casa Blanca. La izquierda francesa se enfrentaba ayer a l'embarras du choix, con dos opciones, Martine Aubry y François Hollande, ampliamente vencedoras en el campo de juego virtual de los sondeos, para evitar que Nicolas Sarkozy pase junto a Carla Bruni y su bebé recién nacido cinco años más en el Elisée. La derecha española, en cambio, se pellizca y todavía no se lo cree; sin esfuerzo alguno, sin programa y sin promesas, sin embarazo y sin elección, sin nada, lo tiene todo: ahí está fresco y preparado el futuro presidente, listo para inaugurar la etapa de más poderío y hegemonía de toda su historia democrática, acariciando la mayoría absoluta que le proporcionan los sondeos.
La pegada de esta crisis va derribando Gobiernos y dando la vez a quien está fresco y a punto para ocupar su sitio
El Partido Republicano ha contado con una tracción política de primer orden en el Tea Party, el movimiento de base populista que se organizó para combatir los rescates bancarios, la reforma de la sanidad y las políticas federales de gasto. Y, sobre todo, al primer presidente afroamericano de la historia. Su fuerza de propulsión proporcionó la victoria republicana en las elecciones de mitad de mandato del pasado noviembre, que conformaron un Congreso de composición intratable para la Casa Blanca. Pero esta misma fuerza puede llevarle a pasarse de órbita y dejar el campo libre a Barack Obama a falta de definir y apostar por un candidato republicano elegible.
Estos problemas son muy lejanos y ajenos al socialismo francés, a pesar de que su gesta de ayer, la organización de unas primarias por primera vez abiertas a toda la población, sea profundamente americana. En Europa, solo la izquierda italiana ha intentado algo parecido, con resultados mediocres, en virtud de la ocupación y compra del espacio político y mediático por parte de Berlusconi: funcionó en formato minimalista con Romano Prodi, que alcanzó el Gobierno por muy escaso margen en 2006, pero no pudo ser con Walter Veltroni, después de unas primarias muy participativas, que fue derrotado en 2006.
Una victoria del candidato socialista francés sobre el impetuoso Sarkozy sería un buen estímulo para quienes abogan por la democracia interna en los partidos, después de muchas experiencias de prueba y error. La más reciente y frustrante es la que ha convertido a Alfredo Pérez Rubalcaba en cabeza de cartel socialista frente a Mariano Rajoy, después de que Carme Chacón renunciara a competir en unas primarias internas que ya no se celebraron. Hubiera sido inimaginable la apertura de un proceso de primarias socialistas, no ya abiertas a todos los votantes de izquierdas, algo nunca propuesto ni experimentado en España, sino tan solo limitadas a los militantes, frente a un Partido Popular con todas sus líneas perfectamente preparadas para ganar las elecciones sin despeinarse ni bajar del autobús.
Este es el milagro de la democracia, capaz de adoptar formas contradictorias e igualmente válidas según las latitudes. Lo que sería inadmisible en un país, es agua de mayo en el otro. Derrotado en dos ocasiones en unas generales, designado la primera vez a dedo por su antecesor y tolerado luego por el núcleo duro, el Tea Party interior del partido, Mariano Rajoy es ya la opción ganadora, presidente in pectore antes de abrir los colegios electorales y quién sabe si la envidia futura de los republicanos americanos y de la derecha francesa.
La proeza de Rajoy tiene una explicación gallega e hispánica. "En España, quien resiste gana", dejó dicho Camilo José Cela. Pero tiene otra más generalizable a otros países e ideologías. También se gana por disolución, desistimiento y deserción del contrario. Aunque Obama, Sarkozy y Zapatero declinan pautas similares de comportamiento, de momento solo Rajoy encara la demostración del teorema. Sarkozy puede resucitar todavía y los republicanos americanos encontrar finalmente a su candidato. Pero al final, nada de ello depende de las primarias o del denostado dedo dinástico, designador de los sucesores, sino más bien de la pegada de esta crisis, que va derribando todos los Gobiernos y dando la vez a quien está fresco y a punto para ocupar su sitio.
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