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Columna
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Sobre el sentido de los ajustes

Josep Ramoneda

"Seguiremos el camino trazado porque lo que estamos haciendo tiene un sentido en el que creemos firmemente", dijo el presidente Mas en su mensaje de fin de año. El camino trazado es ser los primeros de la clase no solo en España, sino también en Europa, en el ajuste presupuestario. Es decir, demostrar ejemplaridad en lo que algunos llaman el neoliberalismo disciplinario. Y el presidente agradeció la madurez de la sociedad catalana por aceptar los ajustes sin rechistar.

Ciertamente, lo que se echa de menos en la política actual es la capacidad de dar sentido a las cosas que se hacen. Porque sin capacidad de generar sentido la política pierde la palabra y queda a merced de la economía. La verdadera política tiene una voz propia. Y en la medida en que esta voz últimamente se oye poco, pensé por unos instantes que íbamos a asistir a una revelación: el sentido de las políticas de austeridad, más allá de la austeridad misma. Porque uno de los efectos de la mudez política es que los recortes -que deberían ser simples instrumentos para otros objetivos- se acaban convirtiendo en fines en sí mismos.

Los discursos sobre los recortes constatan que el poder siempre se ejerce sobre la base de la culpabilización de la ciudadanía

La expectativa derivó pronto en frustración. Las únicas concreciones que el presidente Mas dio sobre el sentido del camino trazado fueron dos; primero, una metáfora: "La niebla se hará más fina, se abrirán claros y veremos el horizonte que queremos, limpio y claro, y compartido por los siete millones de personas que dan sentido a Cataluña". Y una aproximación antropológica: "Nos reencontraremos con los valores" que han convertido "un país pequeño como Cataluña en un gran país por su talento, creatividad, humanismo y capacidad para ser referente". Ninguna noticia sobre el paisaje que veremos al final de la andadura, con lo cual queda a la libre imaginación de los siete millones y medio de ciudadanos que debemos compartirlo. Ninguna precisión sobre estos valores que nos constituyen como país. En una nación milenaria, que ha atravesado todo tipo de conflictos y peripecias históricas, es por lo menos atrevido deducir cuáles son los valores que se le consideran propios. Y no voy a cometer la presunción de dar por supuesto que Artur Mas se refiere simplemente a los tan manidos tópicos del seny, del trabajo bien hecho, del sentido de la familia, de la tenacidad, del levantarse temprano y no cesar nunca en el empeño, discurso que Pep Guardiola ha elevado a la exquisitez, hasta convertirse en su principal ideólogo. Si Mas habla de reencontrarnos con los valores propios del país, debe de ser porque considera que los hemos perdido. ¿Tendremos que esperar a reencontrarlos para saber cuáles son?

Mientras no llegan las precisiones, los argumentos siguen transitando por los que ya son los tópicos políticos de la crisis. He repasado algunos de los discursos de fin de año de los líderes europeos: en todos ellos se afirma que nunca se ha disimulado la gravedad de la situación y que siempre se seguirá diciendo la verdad por dura que sea, que los deberes son tan importantes como los derechos, que todos tenemos la obligación de cumplir nuestros compromisos y que se ha vivido por encima de las posibilidades y que ahora hay que pagar la fiesta con sacrificios. Lugares comunes que solo confirman que el poder siempre se ejerce sobre la base de la culpabilización de la ciudadanía, fundamento de la servidumbre voluntaria, y que, como decía Walter Benjamin, el capitalismo es una peculiar religión que culpabiliza y no ofrece ninguna salida expiatoria. La deuda es la figura que ata al ciudadano a la culpa. Por eso la austeridad es un anestésico social tan eficaz.

Por lo demás, CiU ha hecho de las políticas de austeridad la medida de su ambición nacional. La apuesta reivindicativa por el pacto fiscal funciona como discurso de acompañamiento para hacer más llevaderos los recortes. Pero tarde o temprano tendrá que concretarse. Pueden pasar dos cosas: que el pacto fiscal sea otra negociación más para conseguir algunas mejoras en la situación de desventaja fiscal de Cataluña, en el estilo posibilista propio de CiU, o que realmente sea una demanda de autonomía financiera al modo del concierto vasco. Si es lo primero, significa la resignación definitiva con el Estado autonómico. Si es lo segundo, el recorrido puede tener similitudes con el del Estatuto y acabar con una nueva frustración. Detrás de los nubarrones de la crisis hay una CiU dispuesta a forzar los límites del Estado autonómico después de la enésima frustración o buscará, como siempre, un apaño para salvar el statu quo. Esta es la cuestión sobre el sentido de la estrategia de CiU que el presidente no desveló.

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