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La temporada alta llena de cacos las calles más turísticas de Barcelona

Mujeres de países del Este acechan a pleno día a los turistas más despistados

En el célebre restaurante Parellada, en la concurrida calle de la Argenteria, tienen que evitar que se les cuelen en el local. El dueño de una vieja pastelería en la hormigueante plaza del Àngel, Josep Maria Roig, conoce a todas las que se apostan, cada día, junto al escaparate de su establecimiento. Mari Fernández, que vende souvenirs a los turistas que se apean de sus autobuses en la cercana plaza de Ramon Berenguer, las ve tirar carteras desvalijadas al foso de la muralla romana. Y el quiosquero de la esquina de Via Laietana con la calle de la Princesa las ve ir y venir entre dos de sus principales áreas de influencia: la zona del metro de Jaume I y las inmediaciones del Museo Picasso, en la calle de Montcada. Todos los que trabajan en esa zona del Barri Gòtic saben muy bien cómo actúan los carteristas.

Los vendedores reconocen a los carteristas que actúan en sus calles
Las descuideras actúan a pleno día y a la vista de cualquier transeúnte
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SECUENCIA DE UN ROBO

Las carteristas, para ser exactos, suelen ser mujeres del Este de Europa, fácilmente reconocibles. Algunas, la mayoría, se camuflan como turistas, y otras simulan mendigar. De esa guisa pasean por las calles, acechando a los turistas menos cautelosos, los de mayor edad o los que cargan con sus pertenencias de una forma más descuidada. Cuando localizan a alguno, se le acercan y aplican siempre el mismo sistema: tapándose con un papel -un plano turístico en el caso de las turistas, un cartón en el caso de las mendicantes-, acercan su mano a los bolsos descuidados. Si aparece la policía o se sienten observadas, ponen pies en polvorosa. En taxi, y así se aseguran que no las siguen.

No es difícil encontrarlas,apostadas en las esquinas, en grupos de dos o tres. Los Mossos d'Esquadra están perfectamente al tanto del problema. Sus últimas cifras son de 2007 y reflejan que ese año hubo 170.000 hurtos en Cataluña, de los que 25.000 se pudieron resolver. Más de la mitad, 95.000, ocurrieron en Barcelona. Eso supone 260 robos al día. Si un gráfico reflejase cómo cambia la presencia de carteristas en las calles de la ciudad a lo largo del tiempo, el resultado sería "una sierra", explican los Mossos. No hay variaciones sustanciales de año en año, pero sí según la temporada: Navidades, Semana Santa y el verano son las cimas.

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En el cuerpo aseguran que en esas épocas refuerzan su presencia en las zonas más vulnerables, las más turísticas. Su estrategia es doble: por una parte, agentes uniformados tratan de disuadir a los rateros; otros, mientras tanto, patrullan de paisano y realizan las detenciones. Fuentes de la policía autonómica explican que durante las fechas veraniegas hay desplegado un dispositivo especial conjunto con la policía local en Ciutat Vella. Pero los Mossos no ven posible erradicar un problema inherente a la realidad urbana: donde haya despistados habrá descuideros, reflexionan. Y subrayan que esto ocurre en todas las grandes ciudades europeas. Entre ellas, Barcelona es una ciudad segura, afirman, siempre y cuando se tengan las pertenencias a buen recaudo.El fenómeno de los carteristas que se multiplican durante la temporada turística puede ser imposible de erradicar, pero sí sería posible ampliar los instrumentos de las fuerzas del orden para aminorarlo. Josep Maria Roig, el dueño de la pastelería frente a la que se apostan las ladronas, en la plaza del Àngel, explica que tarda tan sólo un día en volver a ver por allí a las que son detenidas. Lo mismo dicen otras trabajadores de la zona.

Y los Mossos coinciden en que poco pueden hacer cuando pillan a algún caco. Los vendedores del top manta pueden ser condenados hasta a dos años de cárcel por tratar de ganarse la vida vendiendo copias de CD, bolsos de marcas o gafas de sol. Los cacos, en cambio, no cometen con sus hurtos un delito, sino una simple falta. Así que su paso por comisaría se reduce a unas cuantas horas.

Tampoco se ve a muchos agentes uniformados en la zona. Y eso también es un método eficaz para dispersar a los rateros. Lo saben en la plaza Reial, en el otro extremo del Barri Gòtic. Allí, un camarero que asegura que lleva dos décadas sirviendo en uno de los restaurantes de la plaza que se abarrotan de turistas, explica que hace años que la situación es tranquila.

Recuerda que antes de los Juegos Olímpicos la droga era la que degradaba esa zona. Después de 1992 llegó el saneamiento de la plaza; con él, los turistas, y con ellos, los descuideros. La clave para acabar con ellos fue apostar un coche de policía en la plaza de forma permanente, explican este y otros camareros que atienden a los visitantes durante el día.

Los que trabajan por la noche en la misma zona tienen una imagen menos positiva y cuentan que también allí florecen los carteristas, así como los tirones de bolsos. "Detienen a los lateros, pero no hacen nada contra los que roban a los turistas. Y si asustan a los visitantes, agravarán la crisis", se queja un trabajador paquistaní de la plaza. En la cervecería Colón, en la entrada de la plaza Reial, junto al tramo más bajo y más canalla de La Rambla, otro camarero explica que uno de sus compañeros está de baja. Recibió una leve puñalada hace algunas noches. Ocurrió, explica el trabajador, cuando trataba de ahuyentar a un ladrón que acechaba a los turistas que consumían en la terraza del establecimiento, y éste se le resistió.

Las rateras no llegan a estos extremos, dicen los comerciantes del entorno de la plaza del Àngel, pero saben que pocas consecuencias pueden tener sus actos si son detenidas. Así que las precauciones que toman para esconderse son escasas: no tienen problemas en descansar en grupo y fumar cigarrillos en las esquinas de la plaza, ni en actuar a pleno día y a la vista de los transeúntes.

La mayoría de las veces, el turista airado aparta su bolso antes de que la mano intrusa alcance su objetivo. Las más precavidas se alejan entonces con calma y las más atrevidas se encaran a quienes les recriminan su intención.

Muchos vendedores aseguran que también se les enfrentan a ellos cuando tratan de evitar que se cuelen en sus comercios, tras los bolsos de los turistas descuidados que entran a curiosear los artículos. El dueño de una tienda de antigüedades cercana a la plaza del Rei blande un palo que no dudaría en usar, advierte. Hasta ahora, no lo ha necesitado. Las carteristas son atrevidas y numerosas, pero no violentas.

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