El último 'Saló de lectura'
El programa de libros de Barcelona Televisió se despide invitando a Emilio Manzano, su ex director, a presentarlo
Saul Bellow lo cuenta en Yonqui. El heroinómano tiene perfectamente estudiados los andares, la sonrisa, el tamaño del cuerpo de su camello, y cuando a lo lejos los reconoce, se llena de felicidad. Pienso en eso porque Barcelona Televisió ha decidido fulminar el programa Saló de lectura y es como si me hubiese quedado sin los andares, el tamaño del cuerpo y la sonrisa de mi suministrador habitual.
No creo que terminen con el programa porque no nos guste a los telespectadores o porque sea malo. La continuidad de los programas de libros, a diferencia de la de los de fútbol o los de cotilleos, no depende de su calidad o éxito. Depende de curiosos parámetros como si son o no son "una fórmula agotada". Entrevistar a Ronaldinho seguramente es una fórmula agotada, pero es lo que funciona y lo lógico. Entrevistar a escritores seguramente funciona igual, pero los escritores han venido a este mundo a sufrir. Naturalmente, no hace falta que les diga que -a diferencia de los programas de fútbol o de cotilleos- no puede haber más de un programa de libros en una misma cadena. (Bueno, si me apuran, ni en un mismo país). Es miércoles y, con la nostalgia requerida en estos casos, me voy a los estudios de Barcelona Televisió para ver la última emisión de Saló de lectura. Si ustedes no lo vieron y esperaban ver su habitual repetición sabatina, ya no están a tiempo. Mañana no lo repiten.
Son las nueve de la noche y el plató aún está vacío. El único ser vivo que está allí es el pez-lector que siempre salía en la pecera de la mesita baja. En el suelo hay libros, todos donados, veo, por "el patronato del libro". Son del curso 1966-1967. Están Ben-Hur, Una boutique para Patrizia, Alguien te espera y Cuentos para el día de Navidad. Cojo Las aventuras de Dick Turpin, de la colección Juvenil Cadete que publicaba la editorial Mateu. "Dick Turpin", leo, "tenía un asistente negro, llamado Batanero, que mientras lustraba las botas de su jefe cantaba...". Lo dejo en su sitio.
Todavía con el bocadillo en la mano, Emilio Manzano, el presentador original del invento, entra en el plató al tiempo que comenta algo con una de las mujeres que trabajan limpiando en la televisión. Manzano dejó las tareas de presentador del programa para hacerse cargo del Institut Ramon Llull. Ahora, me dice, le acaban de destituir, así que se ha quedado sin trabajo. "No sé si tendré derecho al paro o no", bromea. Cuando él dejó el programa, le relevó su asistente de dirección, Marina Espasa, que también acaba de entrar, ya maquillada. "Un día, los jefes me llamaron y me dijeron: 'vamos al grano. No continuaremos con el Saló de lectura'. Pregunté por qué y me contestaron que era una fórmula agotada. Nos ha costado mucho que Manzano viniese a hacer el último programa. Nos lo prohibían". Y también me cuenta que cuando murió el escritor Jordi Sarsanedas ella, lógicamente, quería emitir la entrevista que le había hecho Emilio Manzano tiempo atrás. "No nos dejaban. Salía Manzano".
Y van llegando los colaboradores. Isabel Obiols, Ada Castells, Javier Pérez Andújar... Una asistenta ofrece un vaso de cristal a Manzano lleno de un líquido transparente, aunque no hace falta ser un lince para adivinar que no es agua, sino gin-tonic. Es un homenaje (voluntario) a Nabokob, que en la entrevista que le hizo Bernard Pivot en 1975 iba bebiendo un supuesto té que en realidad era whisky. Creo recordar que en la entrevista que Manzano le hizo a Quim Monzó ocurrió algo parecido.
Faltan cinco minutos para que el programa empiece su última emisión. Oigo como Marina Espasa habla con la diseñadora de los cuadros, la artista llamada Pi. "Acabarem plorant!", le dice. Doy la última vuelta y, sin querer, me topo con el plató de Elisenda Roca y Adam Martín. Hay un árbol de Navidad en el que los distintos invitados han escrito su nombre en unas tarjetas navideñas. En una firmada por Sergi Bruguera alguien ha escrito "Saló de lectura" y ha dibujado un par de rudimentarios corazones. Espero que lo enfoquen de vez en cuando. Vuelvo al plató del Saló de lectura y veo que todos están ya sentados. Un regidor avisa: "Trenta segons!". Cojo el libro de Dick Turpin y me lo meto en el bolso. La última frase de la historia dice: "A lo lejos seguía oyéndose el estampido de las armas de fuego y el intrépido galopar de los caballos de Dick Turpin y sus camaradas".
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