Abyecto espectáculo de mala sangre
De entrada, la pantalla de Lágrimas del sol nos inunda con una descarga de veraces, durísimas y magníficas imágenes de noticiario arrancadas del -todavía ascua sangrienta- infierno de la guerra civil de Nigeria. El espejismo dura exactamente lo que duran los títulos de créditos, pues, nada más pasar éstos y el amargo vuelo de las magníficas imágenes documentales que los soportan, caemos de bruces en la pulcra irrealidad de la cubierta de despegue de un portaaviones norteamericano; es decir, en la pura ficción.
Y si uno se tragó la amarga verdad del arranque documental, de ahora en adelante no se tragará nada de la indigerible antología de patrañas que lo siguen y que componen una -impagable, única de puro deleznable- colección de trolas anticinematográficas; adornadas, eso sí, por una, mucho más deleznable aún, batería de mentiras, de pura propaganda ideológica expansionista, acerca de la vocación bondadosa, heroica y pacificadora que el Ejército de Estados Unidos ha adoptado a la sombra maestra del dedo filantrópico de George Bush indicando, a la manera gallarda de un nuevo Colón, dónde está el Mal y la forma de triturarlo a tiro limpio.
LÁGRIMAS DEL SOL
Dirección: Antoine Fuqua. Guión: Alex Lasker y Patrick Cirill. Intérpretes: Bruce Willis, Monica Bellucci, Cole Hauser, Eamonn Walker, Nick Chinlund. Género: bélico. EE UU, 2003. Duración: 118 minutos.
Peor todavía: Bruce Willis, calvo y en plena forma, acabando de un tajo con la supremacía de Rambo. La guerra de Nigeria le es ajena, pero Willis es encargado por el jefe del Bien de la misión patriótica de rescatar del corazón de las selvas nigerianas a una doctora estadounidense en peligro de caer bajo la zarpa de los rebeldes, y ese sagrado mandato lo cumple, a costa de lo que sea, un comando de genuinos héroes matarifes americanos como el que Willis capitanea. Y añadiendo, además, al rescate de la doctora con la que carga la pobre Mónica Bellucci la salvación de medio centenar de nigerianos buenos y, obviamente, después de acribillar a unos cuantos centenares de nigerianos malos.
Hay un momento en que Willis dice a sus muchachos: "Muchachos, vamos a hundirnos en la mierda". Y acierta, pues la cosa huele, hiede a mezcla soporífera de incienso y pólvora. Y es que, cuando Hollywood obedece servilmente al poder, no hace cine, lo defeca.

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