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Reportaje:

Elogio del cine ambiguo

La cineasta argentina Lucrecia Martel, dueña de un intenso universo, prepara su tercer largometraje, 'La mujer sin cabeza', coproducido por Almodóvar

"Después de tanto cine, ¿qué papel le gustaría hacer ahora?", preguntaron hace poco en una entrevista a Cecilia Roth. "Cualquier cosa con Lucrecia Martel", contestó la actriz como un rayo. Si al fervor de esta chica Almodóvar, se le suma el del propio director manchego, que bendijo a Martel como una de sus cineastas favoritas (tras ver La ciénaga, su ópera prima), y el elogio de The New York Times (incluyó La niña santa, su segundo largometraje, entre los 10 mejores estrenados en Estados Unidos durante 2005), asomarse al universo extrañamente intenso de esta directora argentina es casi un mandamiento para todo cinéfilo de ley. Coproducida por El Deseo, Martel comenzará a rodar en agosto su tercer filme: La mujer sin cabeza.

"El cine que a mí me gusta transitar -como espectadora y directora- es el de la ambigüedad, que no genera nada radical, que no va a cambiar el mundo, pero que al menos propone un territorio menos seguro. Política y vitalmente no hay nada tan peligroso como creer que hay un lugar hecho, dado, y que es inamovible", dice Martel (Salta, 1966), ante un vaso de Bailey's en un bar del barrio de Palermo. Son las 22.30 de un domingo y la soledad envolvente del sitio se postula para localización de uno de sus largos, si alguna vez decide dejar de filmar en Salta -a 1.605 kilómetros al noroeste de Buenos Aires- y mudar la cámara a la gran urbe. Por ahora, no parece que eso vaya a suceder: "Cine de mujer salteña", señala, es una buena síntesis para englobar las historias que le interesa contar, enmarcadas en una sociedad conservadora que sigue dando juego. "Tenemos varios récords: por un lado Salta se autodefine como 'capital de la fe'; por otro, somos la provincia que más aporta al mundo del travestismo. Siempre se aparece la Virgen en algún lugar. Es raro para mí. He vivido mucho el fenómeno de la devoción popular y en la época del rodaje de La ciénaga, acompañé a mi madre a ver a la Virgen; ella y sus amigas la vieron; yo no", apunta. Ese filme, que lanzó a Martel internacionalmente, retrata la decadencia de un clan que, tras un accidente doméstico vuelve a reunirse en la opresiva atmósfera de una finca familiar en la cual, tragedia, devociones populares y alcoholismo van de la mano.

La mujer sin cabeza, su tercera película y segunda apadrinada por los Almodóvar, que ya coprodujeron La niña santa, comparte con las anteriores el tono (un drama intimista), el escenario (una geografía de provincias "que no es Salta, pero tampoco deja de serlo"), usos, pudores y costumbres de clase media alta y la elección de protagonistas femeninas. Narra la historia de una mujer que en un confuso accidente de ruta atropella algo. "Los días siguientes al incidente, ella no reconoce los sentimientos que la unen a las cosas y a las personas", adelanta la directora. "Todo está como rarificado". "Sólo se deja llevar por la vida social. Un día ve a un chico caído en un campo de deportes, sus compañeros lo rodean. De pronto, el chico se levanta y sigue jugando. Esa noche ella le dice a su marido que ha matado a alguien en la ruta. Él la acompaña al lugar, pero sólo hay un perro muerto". De allí en más, la protagonista se debatirá por saber qué pasó realmente, una metáfora que Martel asocia a los tiempos de la dictadura. "Cuando entendí que en verdad la película estaba hablando de eso, para mí fue muy angustiante: la complicidad de la sociedad frente a la muerte de otros que consideran fuera de ella por algún motivo".

La ley del deseo

Dentro del polifacético tapiz del cine argentino actual, las películas de Martel, quien se alzó con un premio en la Berlinale de 2001 por La ciénaga, y pasó de sobrevivir "picoteando" a "vivir del cine", se destacan por su estructura conversacional y tratamiento sonoro: "Toda mi atracción por lo narrativo viene por la fascinación que sentía por los cuentos, las narraciones orales, las conversaciones familiares; aún hoy para dormirme necesito que haya alguien hablando", afirma. Y agrega: "Para mí el guión tiene más que ver a nivel estructura con la conversación y su deriva, que con el cine en sí".

Los de Martel son, además, frescos en los que el deseo -reprimido, sublimado...- ocupa un lugar central: "Hay un esfuerzo muy grande porque las cosas sean de un solo modo y hay una zona de disfrute que no tiene por qué tener nombre, no tiene que ser nada. El deseo va por sitios no previstos donde me interesa estar, esa zona en la cual rotular es difícil: no es amor fraterno, no es deseo de pareja, no es incesto pero tampoco una relación común entre hermanos, no es una relación entre chicas, no sé bien qué es, pero me encanta".

Filmar lo conocido, lo cercano fue el pasaporte al cine para la directora, quien en 1983 comenzó a registrar con una cámara familiar su entorno cotidiano: un ruidoso enjambre de padres, hermanos ("somos siete y yo la segunda, algo liberador, porque sobre la segunda no hay expectativas") y abuelas siempre presentes. "Mi abuela Nicolasa era una gran contadora de historias; durante toda mi infancia mis hermanos y yo escuchamos los relatos fantásticos de Horacio Quiroga como si hubieran sucedido en mi casa, porque así los contaba ella. A los 15 años, en el colegio, supe que era un escritor". Esa deuda creativa con la memoria es consciente y agradecida: "Lo que tengo para opinar sobre el mundo tiene que ver con cómo percibo las cosas. Negar eso sería absurdo. En los niños de mis filmes está en parte la que fui o los niños que conocí. Uno de mis hermanos, incluso, me dijo que yo tenía que pagarle a mi madre porque le debía gran parte de los diálogos de La ciénaga. Y es cierto: mi mamá es una fuente inagotable. Sigo robándole líneas".

Lucrecia Martel, en San Sebastián en 2001.
Lucrecia Martel, en San Sebastián en 2001.JESÚS URIARTE

UNA CARRERA CELEBRADA

Lucrecia Martel nació en Salta, Argentina, en 1966.

Su ópera prima, La ciénaga, se estrenó en 2001 y recibió el premio Alfred Bauer en el festival de Berlín.

Tras ver La ciénaga, Pedro Almodóvar se refirió a Martel como una de sus directoras favoritas y coprodujo su segundo largo, La niña santa. El filme, de 2004, fue seleccionado para la sección oficial de Cannes. The New York Times lo eligió entre los 10 mejores estrenos en EE UU el año siguiente.

Ahora estrena La mujer sin cabeza, también coproducida por El Deseo.

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