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Crítica:ESTRENO | 'Gala'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Enigma de una mujer de fondo

Todos conocen, pero nadie sabe quién es Gala. Su identidad es rotunda y escurridiza, poderosa e imprecisa. Incluso el mito de su fuerza irradiadora de sombras en las trastiendas del movimiento surrealista en el ecuador del siglo XX no es suya, porque la absorbió de su cobijo en la espalda de sus más célebres amantes, entre los que se cuentan el pintor alemán Max Ernst, el pintor italiano Giorgio de Chirico, el poeta francés Paul Éluard y el pintor español Salvador Dalí, sin cuyas fachadas ella sería un rincón olvidado de la vieja casa.

Pero, situado como está su agudo perfil de tártara en el centro de un nudo de sombras, la busca de rasgos de la identidad de esta mujer de fondo se convierte en un movimiento hacia dentro de un enigma. Y es una preciosa expedición al territorio casi inexplorado de ese enigma la que Silvia Munt -actriz que salta de nuevo, y con total soltura, detrás de la cámara- busca y, en inolvidables fogonazos de un sagaz manejo del azar, encuentra en su Gala, que es una introspección de gran vuelo, vigorosa e inteligente, que -salvo en un par de balbuceos adheridos y sobrantes, que se remediarían con otros tantos tijeretazos sin que su amputación diese lugar al menor desequilibrio formal- nos llena los ojos de conocimiento.

GALA

Guión y dirección: Silvia Munt. Producción: Quique Comín, Cristina Campos y Ursula Schläffer. Fotografía: Mario Montero, David Omedes. Montaje: Nuria Esquerra. España, 2003. Género: documental. Duración: 108 minutos.

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Silvia Munt construye un elogio del amor y del arte en la vida de Gala

Elena Dimitrievna Diakonova, nacida en Kazán, es hija de la intelligentsia rusa de primeros del siglo XX y su aventurado y a veces desquiciado recorrido de los caminos que fueron abriendo a la imaginación -en Europa y a lo largo del más largo siglo- los estetas, sacerdotes y monaguillos del surrealismo, es una epopeya individual sorprendente y sin equivalencia, extraña y apasionante, que poco a poco se fue cayendo de las nubes de la estética y descendió a las rampas de una patética y dolorosa mascarada de supervivencia a ras de suelo, que acabó un día en una tumba solitaria de una capilla de Cadaqués, a orillas del Mediterráneo.

El buen orden, el instinto de captura de interacciones de imágenes e ideas y la diafanidad formal con que la cámara de Silvia Munt salta de recodo en recodo de este camino, para detenerse allí donde salta hacia la vista la punta de un hilo del nudo de sombras que Gala ató, para tirar de él y rescatarlo, está trazado con nitidez y sencillez de geómetra y no tiene más desperdicio que el de los aludidos balbuceos de un par de cruces de comentarios, en tertulia de sobremesa, de los miembros del equipo de filmación, cuya presencia colectiva en la pantalla es democrática pero tosca e inútil, ya que del cruce de opiniones sólo salen los tartamudeos de amorfas divagaciones sobre el personaje cuyas huellas se rastrean, pero que no engrosan el hilo del conocimiento de ese personaje y, en cambio, perturban la caligrafía, la lógica y la concisión de un filme que, como conjunto, va directamente al grano y arranca de sus movimientos puñados de ese hilo.

Hay en Gala acuerdo entre las evidencias y las zonas ocultas de la construcción. Y este acuerdo da consistencia a un filme que acaba de nacer y es ya parte del goteo de esfuerzos de cine documento, o conocimiento, que laboriosamente están echando raíces en el subsuelo del cine español, dándole firmeza.

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